Desperté y él no se encontraba en la cama, el grifo junto con un tintineo de maquinilla desechable lo delataron, se encontraba en el baño afeitándose. Decidí quedarme entre las sábanas y esperar a que desalojara el cuarto, no deseaba encontrarme con él, necesitaba evitarlo. Entró en la habitación, empapado y tan sólo con una toalla tapando sus partes. Sonrió levemente y tomó asiento en la cabecera de la cama, yo me largué de aquella estancia entrando violentamente en el aseo. Di un portazo y puse el cerrojo. Respiré profundamente y cerré los ojos por un momento. Necesitaba pensar rápido, los sueños me habían dejado aún más confuso. Todo se desmoronaba a mi alrededor, sentía que caían los azulejos, en mi mente sentía mi cráneo encogerse aplastando mi masa gris. Mi cuerpo ardía, mi mirada se había vuelto paranoide, no sabía donde miraba y como respirar. Sentí pesado mi cuerpo y me dije que necesitaba refrescar mi rostro, abrí el grifo y me mojé la cara, cuando contemplé mi reflejo en el espejo casi me desmayo del impacto. En vez de mi rostro, lo que allí se contemplaba, era una carabela riéndose, su mandíbula se aflojaba con total facilidad. Retrocedí y bajé la mirada para alzarla con furia, allí no había nada más que mi imagen.
Aquel espectro, lo que fuera, ya lo conocía de la pared del hospital. Tuve una sensación extraña en la que sentía mil dagas, varios seres contemplándome como si se mofaran de mi pánico. Mis manos temblaban, como todo mi cuerpo, decidí meterme bajo el agua. Las gotas humedecían mi piel, la refrescaban y a la vez susurraban caricias cálidas, entonces lo noté. Abrí mis párpados buscando el jabón y observé como el agua se teñía de sangre, un alarido desgarró mi garganta prácticamente dejándome afónico. Los pasos desenfrenados de Alexander resonaron tras la puerta, sus intentos por abrir la puerta fueron nulos, sus gritos de desesperación por saber que sucedía se clavaban como agujas en mi sien. Cerré el grifo y me senté en la bañera, el aliento entrecortado agitaban mi pecho. Decidí levantarme de aquella posición teñido de carmín caminando hacia la puerta, giré el cierre y allí estaba mi compañero bañado en lágrimas.
-¿Qué demonios ha pasado?- Murmuró mientras entraba en el baño en busca de una toalla para secarme.
-No lo sé, un esqueleto y sangre por las cañerías.- Comenté temblando, pasaba la toalla por mi torso y me miró.
-¿Sangre?-Interrogó acariciando mi rostro.
-Sí, estoy empapado en ella. Quítamela.- Dije temblando intentando dirigirme a la cama.
-No hay sangre, Michel, no hay rastro de sangre alguna. Estas delirando.- Susurró abrazándome mientras me guiaba hasta el colchón.
-¡Sí la hay! ¡Había!-Grité, él me arrojó al colchón y miró mis pupilas.
-No, tranquilo, son visiones. No hay sangre. No. Tampoco, estas loco.- Comentó recostándose a mi lado. Me di cuenta que estaba desnudo junto a él, y este sólo en calzoncillos.
-Lo sé, lo sé. Ya esto me pasó antes, en el hospital. Deseo que esto acabe.- Respondí y sentí como me abrazaba, sus labios se posaron en mi cuello y susurró algo para mí inaudible.
-Las sombras del pasado con siluetas del hoy, los enemigos invisibles que viven en nuestro alrededor para azotarnos. No digo que no hayas visto tales cosas, no te reprocho nada, mucho menos te estoy llamando esquizofrénico. Sólo comento que no hay nada que yo pueda ver. Es duro cuando ves algo unitariamente. Lo más probable es que lo hayan hecho para aterrarte, intenta no rendirte a sus imágenes y sensaciones.- Mi cuerpo recostado en aquel lecho, sin sentir reproche alguno sobre mis actos, sino todo lo contrario, me hacía tener sensaciones extrañas cuando posaba mis ojos en los suyos.
-Son experiencias o simplemente impactos visuales. Recuerdo que una vez sentí la sangre caer por mi rostro, había un cuerpo entre los tablones del piso superior y yo sentí las gotas de vida sobre mi rostro. Lo he recordado. Aquella sensación me llenó de asco, vergüenza y miedo.- Sus labios se movían esquivos, sutiles y con pausa como si pudiera saborear los acontecimientos del pasado.
-Lo recuerdo, fue hace unos cuatrocientos años.- Apretó mi mano derecha con sus, firmes y suaves, garras.
-Así es.- Asintió con media sonrisa dibujada.
-Lo de la calavera, no tiene sentido.- Murmuré llevando mi mano izquierda hacia mi rostro, lo acaricié con la palma completamente abierta y respiré hondo.
-Para mi sí, es la muestra burlona del ente que una vez logramos contemplar y conversar.- Dijo firmemente mientras separaba sus manos de mi.
-Lamento haber tenido aquella reacción tan desafortunada.-Comenté alzándome del colchón.
-Para nada, tenía que ayudarte, concebí miedo y desesperación creciendo en mi interior. Ahora se bien que no eres un capricho, que no es algo intuitivo, que es más bien un lazo irrompible.- Su rostro parecía palidecer, temía algo que no confesaba y yo sabía que era.
-Yo simplemente estoy confuso.-Contesté a sus palabras esperando no herir.
-Eres recluso de una seguridad, de una firmeza, que ha desaparecido esfumándose en el aire. Lo comprendo. No voy a volver a decir nada en nuestra búsqueda, y como dije desapareceré yo también como ella.- Aquella premisa ya la conocía y no me tomó de primera.
-No lo permitiré.- Repuse mientras acariciaba su rostro.
-Descansa, voy a buscar algo para desayunar.- Murmuró tomando unos pantalones y la camisa del día anterior. Lo contemplé mientras se vestía, parecía decidido a algo y no sabía bien a que.
Quedé arrojado sobre aquel colchón, meditando, el techo parecía desear caer sobre mi y aplastarme como a un vulgar insecto. En mi mente deambulaban a paso ligero mil palabras, oraciones y ensayos sobre el diablo. Quería entender todo aquello, incluido a Alexander. La sensación de cercanía aumentaba junto a la de entendimiento del problema, del germen que nos hacía sentir todo aquello que a ojos de cualquiera no existía. Mis manos sobre mi rostro para luego quedar recostada sobre la cama y el pecho, mi paciencia se acababa y el nerviosismo se apoderaba de mi cuerpo. Necesitaba tener ideas fijas, sentimientos concretos, para poder llegar al final de lo esperado en realidad. No sabía ni donde iba a deparar todo, ni el afluente de aquellas aguas contaminadas. Me entraron ganas de vomitar, sentía que la habitación giraba rápidamente a mí alrededor, cerré los ojos e intenté no pensar en ello. Mis oídos se taponaron, sentí presión sobre mi pecho, me ahogaba lentamente y un sudor frío recubrió todo mi cuerpo. Estaba sufriendo un ataque de vértigo, un mareo que no era habitual en mí. Bajé la mirada, intenté cerrar los ojos y evitarme aquella visión nublosa que obtenía en mi retina. Mis manos se aferraron a las ropas de la cama y mi voz se desgarró llamando a mi compañero, afortunadamente aún no se había marchado, pude escuchar sus pasos correteando por el estrecho pasillo hasta el lecho. La habitación de hotel constaba de la cama, un pequeño salón donde se encontraba una televisión y dos sofás decrépitos junto con un cuarto de baño y un armario al lado de la entrada. Sus manos se posaron en mi rostro e intentaba calmarme de alguna forma, mi estado era lamentable.
-Tranquilo, Michel, calma.- Susurró intentando mostrar tranquilidad, aunque no lo contemplara, sentía como sus labios temblaban al hablar en cada palabra.-Escúchame, esto es solo una ilusión, un estado pasajero, pediré una ambulancia.-Comentó posándose sobre mi cuerpo, intentaba relajar mis músculos que por la presión podían las timar mis miembros.-Suelta las sábanas.-Espetó apartando mis manos del colchón, entonces le abracé clavando mis uñas en él.-Calma.- Dijo sollozando, dolorido e impotente.-Me vas a destrozar.-Mis latidos continuaban ascendiendo en avidez, mi mirada se había vuelto completamente turbia y mis lágrimas bañaban mi rostro. El dolor me hacía aferrarme a él, a su cuerpo. Tal como vino se fue, todo quedó en silencio y en una calma aparente que se rompió en sus sollozos. Abrí los ojos y lo contemplé empapado en lágrimas, mis manos tenían sangre por culpa de mis arañazos en su espalda. Se desmayó quedando recostado sobre mí, lo aparté y comprobé que las heridas no eran profundas aunque si bastante impactantes.
-Lo siento.- Murmuré a sabiendas que no me iba a escuchar. Intenté dejarlo de aquella postura mientras encontraba algo con el que calmar aquellas heridas. Cuando logré salirme de la prisión de su cuerpo y las sábanas contemplé aquel horror. Su espalda estaba totalmente arañada, mis uñas clavadas en su piel y la sangre aun emanando. Me dirigí al baño y empapé una toalla, luego cubrí su cuerpo e intenté lavarlo. Aparté aquellos trapos empapados que conformaban una toalla de baño normal y contemplé su piel rasguñada cicatrizándose pasivamente. Busqué algo con el que tapar las heridas y colocársela, tomé una camiseta que solía usar para dormir. Despertó en unos instantes y parecía desorientado.
-Me duele la espalda.-Comentó intentando moverse de aquella posición sobre el colchón.
-Lamento haber actuado de aquella manera.-Dije con la voz entrecortada, asustado más bien, todo aquello me abrumaba de una forma desproporcionada, casi caótica.-Sentí que todo se veía sobre mí, que el aliento no corría por mis pulmones al igual que la sangre de mis venas. Una presión descomunal caía arrebatadoramente sobre mi pecho. No entendía nada, mi cabeza daba vueltas, no tenía visión alguna y tan sólo podía contactar con tu voz que me susurraba algo imposible. Me desconcerté por completo.-Descifré mis sentimientos en aquellos instantes, lo que ocasionó comportarme como lo hice.
-Entiendo, lo entiendo muy bien.- Murmuró alzándose de aquella marea de sábanas alborotadas y gotas carmín, su propia sangre.-Es una especie de vértigo, un trastorno de la visión y como si miles de manos te empujaran. Es algo que sucede a veces cuando alguien indaga algo que no gusta, que no ha de ser removido.-Comentó posando sus pupilas sobre mis labios, estos estaban titubeantes y trémulos.-Tienes miedo, no deberías, eres un guerrero y por lo tanto has nacido para la lucha.- Repuso intentando bajarse de la cama, estaba algo mareado y se movía extraño. Recordé que su espalda estaba llena de azotes, como si se hubiera fustigado, y yo se la había marcado aún más.
-De que son esas marcas.-Cuestioné intentando indagar en la causa de aquella tristeza, melancolía, que asomaba por cada matiz de sus iris.
-No te importa.-Susurró alzando levemente la voz. Por unos instantes pensé que se caería al suelo, lo tuve que agarrar para que se apoyara sobre mi.
-Si me importa.-Respondí comprendiendo su respuesta, que fuera arisco como un minino malherido.-
-Me las hice yo, me fustigaba por las visiones que obtenía, santos y cruces junto a escenas fundamentales de una novela de satanismo. Antes era profundamente creyente, rezaba casi a diario, oraba por mi alma y pedía a la santa compaña que me dieran calma. Me creé un látigo con cadenas y cuero, me hice un mártir e incluso llegué a tener yagas en las muñecas y en los pies.- Dijo acariciando mi rostro, dejando que sus cabellos rozaran mi torso desnudo aún.-Necesito que me protejas, que hagas que olvide todo aquello.-Rogó en tono quedo.
-Algo me estas ocultando, algo que ni siquiera yo sé, y ese algo me esta provocando todo este dolor. Quiero que me digas todo, la verdad, no quiero vendas en mi investigación.-Susurré intentando calmarlo, se había vuelto un amasijo de carne temblorosa.
-Ayúdame a tumbarme.-Comentó y eso hice, le ayudé a recostarse en la cama y yació inconsciente.
Pasaron unas horas, nuestras miradas se contemplaban como en una fría espera abocada al fracaso mientras el silencio rondaba acariciando las paredes de la alcoba. Me senté a su lado, allí como un cancerbero fiel de un Jesucristo famélico. No me atrevía a comentar nada, mis labios se quedaban sellados en una saliva reseca, mis manos se engarrotaron apoyadas sobre su diestra. Entonces recordé un suceso del pasado, algo que golpeó en mis sienes, él estaba en aquella misma posición en medio de un convento de clausura. Era una noche cerrada, las estrellas no se podían contemplar con las oscuras nubes de tormenta, cabalgábamos hacia un recio monasterio en un castillo anclado en los lomos de una pequeña montaña. El caballo pardo, como la propia oscuridad que nos rodeaba, garleaba por su esfuerzo y mi empeño mientras mi acompañante a penas podía sobrevivir unos minutos más. Éramos parecidos físicamente aunque él era mucho menor que yo, tanto en tamaño como en edad. Llegamos al pórtico del convento, llamé como si el demonio habitara en mi alma y nos abrió una monja de unos treinta años con el rostro desencajado al ver lo que portaba en mis brazos. Parecía una avecilla empapada en un río de tinto, su propia sangre le bañaba por completo la blusa blanca convirtiéndola en escarlata. Tenía la mirada perdida y aún respiraba, aunque con suma dificultad. Nos dejó entrar amablemente la buena señora, jamás olvidaré sus palabras resonando por los muros de piedra caliza despertando a todo el convento. Pequeños pebeteros de aceite daban luz entre las sobras junto a los cirios que colgaban de las lámparas del techo, el aroma a cera e incienso llenó mis pulmones en una sola calada. Él tosía, expulsaba sangre por sus labios y yo necesitaba que alguien cerrara sus heridas. Me guiaron a una de las pequeñas alcobas, bastante sencilla y sin a penas enseres, de aquel lugar. Su cuerpo se posó entre la madera y la paja, le desnudé con avidez y, quedaron frente a los ojos de varias hermanas, la herida en el costado al igual que los latigazos de la espalda. Buscaron sábanas para taponar aquella herida, una de ellas sabía algo de curas e intentó ayudarnos como pudo mientras las demás me preguntaban de dónde habíamos salido y qué había pasado. Se debatió durante horas entre la vida y la muerte gracias a los ungüentos y cuidados. Aunque todo aquello no sirvió de nada, porque finalmente feneció tras un dulce beso de paz de mis labios sobre su frente.
Aquel espectro, lo que fuera, ya lo conocía de la pared del hospital. Tuve una sensación extraña en la que sentía mil dagas, varios seres contemplándome como si se mofaran de mi pánico. Mis manos temblaban, como todo mi cuerpo, decidí meterme bajo el agua. Las gotas humedecían mi piel, la refrescaban y a la vez susurraban caricias cálidas, entonces lo noté. Abrí mis párpados buscando el jabón y observé como el agua se teñía de sangre, un alarido desgarró mi garganta prácticamente dejándome afónico. Los pasos desenfrenados de Alexander resonaron tras la puerta, sus intentos por abrir la puerta fueron nulos, sus gritos de desesperación por saber que sucedía se clavaban como agujas en mi sien. Cerré el grifo y me senté en la bañera, el aliento entrecortado agitaban mi pecho. Decidí levantarme de aquella posición teñido de carmín caminando hacia la puerta, giré el cierre y allí estaba mi compañero bañado en lágrimas.
-¿Qué demonios ha pasado?- Murmuró mientras entraba en el baño en busca de una toalla para secarme.
-No lo sé, un esqueleto y sangre por las cañerías.- Comenté temblando, pasaba la toalla por mi torso y me miró.
-¿Sangre?-Interrogó acariciando mi rostro.
-Sí, estoy empapado en ella. Quítamela.- Dije temblando intentando dirigirme a la cama.
-No hay sangre, Michel, no hay rastro de sangre alguna. Estas delirando.- Susurró abrazándome mientras me guiaba hasta el colchón.
-¡Sí la hay! ¡Había!-Grité, él me arrojó al colchón y miró mis pupilas.
-No, tranquilo, son visiones. No hay sangre. No. Tampoco, estas loco.- Comentó recostándose a mi lado. Me di cuenta que estaba desnudo junto a él, y este sólo en calzoncillos.
-Lo sé, lo sé. Ya esto me pasó antes, en el hospital. Deseo que esto acabe.- Respondí y sentí como me abrazaba, sus labios se posaron en mi cuello y susurró algo para mí inaudible.
-Las sombras del pasado con siluetas del hoy, los enemigos invisibles que viven en nuestro alrededor para azotarnos. No digo que no hayas visto tales cosas, no te reprocho nada, mucho menos te estoy llamando esquizofrénico. Sólo comento que no hay nada que yo pueda ver. Es duro cuando ves algo unitariamente. Lo más probable es que lo hayan hecho para aterrarte, intenta no rendirte a sus imágenes y sensaciones.- Mi cuerpo recostado en aquel lecho, sin sentir reproche alguno sobre mis actos, sino todo lo contrario, me hacía tener sensaciones extrañas cuando posaba mis ojos en los suyos.
-Son experiencias o simplemente impactos visuales. Recuerdo que una vez sentí la sangre caer por mi rostro, había un cuerpo entre los tablones del piso superior y yo sentí las gotas de vida sobre mi rostro. Lo he recordado. Aquella sensación me llenó de asco, vergüenza y miedo.- Sus labios se movían esquivos, sutiles y con pausa como si pudiera saborear los acontecimientos del pasado.
-Lo recuerdo, fue hace unos cuatrocientos años.- Apretó mi mano derecha con sus, firmes y suaves, garras.
-Así es.- Asintió con media sonrisa dibujada.
-Lo de la calavera, no tiene sentido.- Murmuré llevando mi mano izquierda hacia mi rostro, lo acaricié con la palma completamente abierta y respiré hondo.
-Para mi sí, es la muestra burlona del ente que una vez logramos contemplar y conversar.- Dijo firmemente mientras separaba sus manos de mi.
-Lamento haber tenido aquella reacción tan desafortunada.-Comenté alzándome del colchón.
-Para nada, tenía que ayudarte, concebí miedo y desesperación creciendo en mi interior. Ahora se bien que no eres un capricho, que no es algo intuitivo, que es más bien un lazo irrompible.- Su rostro parecía palidecer, temía algo que no confesaba y yo sabía que era.
-Yo simplemente estoy confuso.-Contesté a sus palabras esperando no herir.
-Eres recluso de una seguridad, de una firmeza, que ha desaparecido esfumándose en el aire. Lo comprendo. No voy a volver a decir nada en nuestra búsqueda, y como dije desapareceré yo también como ella.- Aquella premisa ya la conocía y no me tomó de primera.
-No lo permitiré.- Repuse mientras acariciaba su rostro.
-Descansa, voy a buscar algo para desayunar.- Murmuró tomando unos pantalones y la camisa del día anterior. Lo contemplé mientras se vestía, parecía decidido a algo y no sabía bien a que.
Quedé arrojado sobre aquel colchón, meditando, el techo parecía desear caer sobre mi y aplastarme como a un vulgar insecto. En mi mente deambulaban a paso ligero mil palabras, oraciones y ensayos sobre el diablo. Quería entender todo aquello, incluido a Alexander. La sensación de cercanía aumentaba junto a la de entendimiento del problema, del germen que nos hacía sentir todo aquello que a ojos de cualquiera no existía. Mis manos sobre mi rostro para luego quedar recostada sobre la cama y el pecho, mi paciencia se acababa y el nerviosismo se apoderaba de mi cuerpo. Necesitaba tener ideas fijas, sentimientos concretos, para poder llegar al final de lo esperado en realidad. No sabía ni donde iba a deparar todo, ni el afluente de aquellas aguas contaminadas. Me entraron ganas de vomitar, sentía que la habitación giraba rápidamente a mí alrededor, cerré los ojos e intenté no pensar en ello. Mis oídos se taponaron, sentí presión sobre mi pecho, me ahogaba lentamente y un sudor frío recubrió todo mi cuerpo. Estaba sufriendo un ataque de vértigo, un mareo que no era habitual en mí. Bajé la mirada, intenté cerrar los ojos y evitarme aquella visión nublosa que obtenía en mi retina. Mis manos se aferraron a las ropas de la cama y mi voz se desgarró llamando a mi compañero, afortunadamente aún no se había marchado, pude escuchar sus pasos correteando por el estrecho pasillo hasta el lecho. La habitación de hotel constaba de la cama, un pequeño salón donde se encontraba una televisión y dos sofás decrépitos junto con un cuarto de baño y un armario al lado de la entrada. Sus manos se posaron en mi rostro e intentaba calmarme de alguna forma, mi estado era lamentable.
-Tranquilo, Michel, calma.- Susurró intentando mostrar tranquilidad, aunque no lo contemplara, sentía como sus labios temblaban al hablar en cada palabra.-Escúchame, esto es solo una ilusión, un estado pasajero, pediré una ambulancia.-Comentó posándose sobre mi cuerpo, intentaba relajar mis músculos que por la presión podían las timar mis miembros.-Suelta las sábanas.-Espetó apartando mis manos del colchón, entonces le abracé clavando mis uñas en él.-Calma.- Dijo sollozando, dolorido e impotente.-Me vas a destrozar.-Mis latidos continuaban ascendiendo en avidez, mi mirada se había vuelto completamente turbia y mis lágrimas bañaban mi rostro. El dolor me hacía aferrarme a él, a su cuerpo. Tal como vino se fue, todo quedó en silencio y en una calma aparente que se rompió en sus sollozos. Abrí los ojos y lo contemplé empapado en lágrimas, mis manos tenían sangre por culpa de mis arañazos en su espalda. Se desmayó quedando recostado sobre mí, lo aparté y comprobé que las heridas no eran profundas aunque si bastante impactantes.
-Lo siento.- Murmuré a sabiendas que no me iba a escuchar. Intenté dejarlo de aquella postura mientras encontraba algo con el que calmar aquellas heridas. Cuando logré salirme de la prisión de su cuerpo y las sábanas contemplé aquel horror. Su espalda estaba totalmente arañada, mis uñas clavadas en su piel y la sangre aun emanando. Me dirigí al baño y empapé una toalla, luego cubrí su cuerpo e intenté lavarlo. Aparté aquellos trapos empapados que conformaban una toalla de baño normal y contemplé su piel rasguñada cicatrizándose pasivamente. Busqué algo con el que tapar las heridas y colocársela, tomé una camiseta que solía usar para dormir. Despertó en unos instantes y parecía desorientado.
-Me duele la espalda.-Comentó intentando moverse de aquella posición sobre el colchón.
-Lamento haber actuado de aquella manera.-Dije con la voz entrecortada, asustado más bien, todo aquello me abrumaba de una forma desproporcionada, casi caótica.-Sentí que todo se veía sobre mí, que el aliento no corría por mis pulmones al igual que la sangre de mis venas. Una presión descomunal caía arrebatadoramente sobre mi pecho. No entendía nada, mi cabeza daba vueltas, no tenía visión alguna y tan sólo podía contactar con tu voz que me susurraba algo imposible. Me desconcerté por completo.-Descifré mis sentimientos en aquellos instantes, lo que ocasionó comportarme como lo hice.
-Entiendo, lo entiendo muy bien.- Murmuró alzándose de aquella marea de sábanas alborotadas y gotas carmín, su propia sangre.-Es una especie de vértigo, un trastorno de la visión y como si miles de manos te empujaran. Es algo que sucede a veces cuando alguien indaga algo que no gusta, que no ha de ser removido.-Comentó posando sus pupilas sobre mis labios, estos estaban titubeantes y trémulos.-Tienes miedo, no deberías, eres un guerrero y por lo tanto has nacido para la lucha.- Repuso intentando bajarse de la cama, estaba algo mareado y se movía extraño. Recordé que su espalda estaba llena de azotes, como si se hubiera fustigado, y yo se la había marcado aún más.
-De que son esas marcas.-Cuestioné intentando indagar en la causa de aquella tristeza, melancolía, que asomaba por cada matiz de sus iris.
-No te importa.-Susurró alzando levemente la voz. Por unos instantes pensé que se caería al suelo, lo tuve que agarrar para que se apoyara sobre mi.
-Si me importa.-Respondí comprendiendo su respuesta, que fuera arisco como un minino malherido.-
-Me las hice yo, me fustigaba por las visiones que obtenía, santos y cruces junto a escenas fundamentales de una novela de satanismo. Antes era profundamente creyente, rezaba casi a diario, oraba por mi alma y pedía a la santa compaña que me dieran calma. Me creé un látigo con cadenas y cuero, me hice un mártir e incluso llegué a tener yagas en las muñecas y en los pies.- Dijo acariciando mi rostro, dejando que sus cabellos rozaran mi torso desnudo aún.-Necesito que me protejas, que hagas que olvide todo aquello.-Rogó en tono quedo.
-Algo me estas ocultando, algo que ni siquiera yo sé, y ese algo me esta provocando todo este dolor. Quiero que me digas todo, la verdad, no quiero vendas en mi investigación.-Susurré intentando calmarlo, se había vuelto un amasijo de carne temblorosa.
-Ayúdame a tumbarme.-Comentó y eso hice, le ayudé a recostarse en la cama y yació inconsciente.
Pasaron unas horas, nuestras miradas se contemplaban como en una fría espera abocada al fracaso mientras el silencio rondaba acariciando las paredes de la alcoba. Me senté a su lado, allí como un cancerbero fiel de un Jesucristo famélico. No me atrevía a comentar nada, mis labios se quedaban sellados en una saliva reseca, mis manos se engarrotaron apoyadas sobre su diestra. Entonces recordé un suceso del pasado, algo que golpeó en mis sienes, él estaba en aquella misma posición en medio de un convento de clausura. Era una noche cerrada, las estrellas no se podían contemplar con las oscuras nubes de tormenta, cabalgábamos hacia un recio monasterio en un castillo anclado en los lomos de una pequeña montaña. El caballo pardo, como la propia oscuridad que nos rodeaba, garleaba por su esfuerzo y mi empeño mientras mi acompañante a penas podía sobrevivir unos minutos más. Éramos parecidos físicamente aunque él era mucho menor que yo, tanto en tamaño como en edad. Llegamos al pórtico del convento, llamé como si el demonio habitara en mi alma y nos abrió una monja de unos treinta años con el rostro desencajado al ver lo que portaba en mis brazos. Parecía una avecilla empapada en un río de tinto, su propia sangre le bañaba por completo la blusa blanca convirtiéndola en escarlata. Tenía la mirada perdida y aún respiraba, aunque con suma dificultad. Nos dejó entrar amablemente la buena señora, jamás olvidaré sus palabras resonando por los muros de piedra caliza despertando a todo el convento. Pequeños pebeteros de aceite daban luz entre las sobras junto a los cirios que colgaban de las lámparas del techo, el aroma a cera e incienso llenó mis pulmones en una sola calada. Él tosía, expulsaba sangre por sus labios y yo necesitaba que alguien cerrara sus heridas. Me guiaron a una de las pequeñas alcobas, bastante sencilla y sin a penas enseres, de aquel lugar. Su cuerpo se posó entre la madera y la paja, le desnudé con avidez y, quedaron frente a los ojos de varias hermanas, la herida en el costado al igual que los latigazos de la espalda. Buscaron sábanas para taponar aquella herida, una de ellas sabía algo de curas e intentó ayudarnos como pudo mientras las demás me preguntaban de dónde habíamos salido y qué había pasado. Se debatió durante horas entre la vida y la muerte gracias a los ungüentos y cuidados. Aunque todo aquello no sirvió de nada, porque finalmente feneció tras un dulce beso de paz de mis labios sobre su frente.
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