Nos pusimos en marcha hasta aquel edificio plagado de almas enclaustradas entre los muros y enfermos. Aquello parecía vacío, un local lleno de lamentos tan sólo de vivos. Las presencias se habían evaporado, tampoco había alguna en las calles y mucho menos en callejones. Toda la ciudad entera parecía haber sido limpiada. El edificio del apartamento de ciudad de presencias quedaba tan sólo a veinte minutos andando del hospital, estaba relativamente cerca y los toxicómanos nos miraban con sus ojos inyectados en sangre. El descapado entre ambas zonas era un lugar ideal para el mercado de la droga y también para consumirla. Alexander se aferró a mí, yo noté su terror ante sus miradas amenazantes. Al llegar al barrio, desierto por completo, entramos en la guarida del terror. Subimos las escaleras mientras la barandilla se movía estrepitosamente.
-No siento nada.-Musité ante la puerta.
-Esto es muy extraño.-Susurró apoyando su mano en la madera carcomida.
-Puedo derrumbarla fácilmente.-Dije dando unos pasos hacia tras.-Apártate y tápate el rostro.-Ordené para patear nuestro único obstáculo.
-Aún hay precintos policiales.-Comentó entrando tras la polvareda.
-Sí.-Afirmé acariciando la cinta de la cocina.
-Dios, Michel mira las paredes.-Estaba sorprendido, aunque yo no tanto.
-Es sangre reseca de bastantes años.-Susurré.
-No han limpiado nada.-En los muros se podían leer perfectamente las letras de aquella novela.
-El miedo quizás.-Comenté.
-No siento nada.-Dijo de nuevo.
-Yo tampoco.-Respondí.
-¿Dónde habrán ido las presencias?-Cuestionó anotando la escena.
-La vieja azucarera.-Dije rememorando la historia.
-Es posible.-Cerró la libreta y caminó hacia la salida.-¿Pero el centro de todo no era este lugar?-Interrogó.
-¿Y qué?-Comenté.
-Tendremos que ir después del almuerzo, ya se hizo tarde y no desayunamos nada.-
-Tienes razón.-
Tomamos algo en un pequeño restaurante, luego volvimos al hotel y descansamos unas horas. Alexander parecía estar aislado en otro mundo contiguo al mío. Cuando le cuestionaba algo, o tan sólo rompía el silencio, él ni me dirigía la mirada. Decidimos tomar un taxi, costara lo que costara, para ir hasta la vieja azucarera. Durante el trayecto el cielo se colapsó de nubes, todo parecía enrarecerse por momentos, y el aire congelaba el alma. Al bajar en tierra de nadie pagamos al asombrado conductor, y ojeamos aquel poblacho semiderruido. Nos adentramos entre el asfalto levantado, merodeamos las casas con las tejas ajadas por el tiempo, la fábrica se levantaba en el horizonte y el pequeño hotel tenía la marquesina caída sobre la carretera. Percibía presencias a cada paso, aquello estaba colapsado y temblé un instante al concentrarme en ellas para verlas ante mí. Recorrían las calles como si vivieran, conversaban personas de distintas épocas sobre este futuro derruido y la santa campaña murmuraba un salmo cerca de la pequeña iglesia. Aquel lugar era el centro neurálgico de las ánimas. Alexander caminaba dirigente ante todo, sus pies pisaban firme y su mirada era de hielo.
-Ves a Ángel.- Masculló.
-No, no lo veo y tampoco al resto.-Susurré mientras notaba como apretaba mi mano.
-Esta ahí, junto al luminoso.-Comentó.
-Ya lo vi, esta junto a los demás.-Respondí aliviado.
-Están los tres, que comenzaron a mover los cimientos de algo que yacía en silencio.-Susurró.
-Mira al frente, esta el hombre de las presencias.-Comenté tiritando.
-Su guardián.-Respondió.
-Nuestro enemigo.-Dije clavando mis ojos en sus pupilas.
-Parece dominarlos, hacer que caminen a su lado, como si nada.-Argumentó señalándome una gran masa en marcha.
-Estáis aquí reunidos en mi nombre, en el nombre del demonio. Dios no ha querido que seáis felices, os ha anclado a una no vida imposible de sobrellevar. Satán os dará fuerza, Satán os dará vida. Para culminar la obra de Dios este necesita la maldad de Lucifer, este necesita de la vuestra y vosotros de mí.-Aquella voz se alzó entre la marabunta e hizo temblar las piedras que yacían bajo nuestros pies.
-¡Satán!-La gran masa clamó al unísono.
-¡Satán hijos míos!-Respondió su dirigente.
-¡Seremos la oscuridad!-Espetaron.
-Tenéis que destrozar a los vivos, humillar sus sueños y destrozar sus vidas.-Dijo ante todos mientras asentían.
-¡Lo haremos!-Parecían creer fielmente lo que se les decía.
-¡Haremos lo que pida el maligno!-Dijo un pequeño grupo.
-Alexander esto no me gusta nada.-Mascullé agarrándolo del brazo.
-¡Lucifer no existe! ¡Dios tampoco! ¡Os usan antiguos creyentes de sectas que roban a los vivos y no dejan descansar a los muertos!-Su voz se clavaba en ellos como dagas.
-¡Lo que dice el joven es verdad!-Espetó Ángel corriendo hasta donde estábamos.
-¡Os utilizan para atormentar a los vivos y luego dejarles sin dinero!-
-¡No les hagáis caso hijos míos, ellos son incrédulos!-Su voz era imponente y hacía que mis huesos castañearan. Las almas corrieron hacia su lado, tras la oscuridad que le rodeaba como una extraña aura.-Vais a pagar caro este atrevimiento.-La lluvia comenzó a caer, los relámpagos castigaban los tejados, mientras los árboles se mecían de forma virulenta.-Vosotros fuisteis los primeros en avivar mi ira, vosotros seréis los primeros en sed destruidos.-Varios esqueletos salieron de aquella negrura hasta nuestro lado arrastrando sus almas. No podíamos hacer nada, no podíamos aferrarnos a sus manos y palpar los huesos de nuestros enemigos. La mirada del joven escritor era la de un loco, estaba con las cuencas desorbitadas mientras sus dos compañeros aullaban de dolor. Un río de sangre comenzó a bañar todo, era una fantasía provocada por el maestro de las pesadillas. La lluvia empapaba mis cabellos y la de mi guía.
-Seas mil veces maldito.-Susurró lleno de odio. Entonces sentí una presión en mi pecho, algo rodeaba mi corazón y mi aliento se entrecortaba. Alexander padecía los mismos síntomas y caímos sobre el río de sangre. Mis labios podían tocar aquel rojizo caudal.
-Vais a sentir la agonía de la muerte.-Sentí unas llamas recorrer todo mi cuerpo, mi piel ardía y me hacía gemir de dolor.-Las llamas del infierno sobre vosotros y mis manos apoderándome de vuestro órgano más preciado. Entonces sentí mi cuerpo liviano, el dolor y las preocupaciones parecían haberse liberado. Había muerto con una facilidad pasmosa, jamás pensé que mi final fuera tan simple y tan estúpido. Alexander caía a mi lado fulminado dejando que la corriente lo arrastrara.
-No siento nada.-Musité ante la puerta.
-Esto es muy extraño.-Susurró apoyando su mano en la madera carcomida.
-Puedo derrumbarla fácilmente.-Dije dando unos pasos hacia tras.-Apártate y tápate el rostro.-Ordené para patear nuestro único obstáculo.
-Aún hay precintos policiales.-Comentó entrando tras la polvareda.
-Sí.-Afirmé acariciando la cinta de la cocina.
-Dios, Michel mira las paredes.-Estaba sorprendido, aunque yo no tanto.
-Es sangre reseca de bastantes años.-Susurré.
-No han limpiado nada.-En los muros se podían leer perfectamente las letras de aquella novela.
-El miedo quizás.-Comenté.
-No siento nada.-Dijo de nuevo.
-Yo tampoco.-Respondí.
-¿Dónde habrán ido las presencias?-Cuestionó anotando la escena.
-La vieja azucarera.-Dije rememorando la historia.
-Es posible.-Cerró la libreta y caminó hacia la salida.-¿Pero el centro de todo no era este lugar?-Interrogó.
-¿Y qué?-Comenté.
-Tendremos que ir después del almuerzo, ya se hizo tarde y no desayunamos nada.-
-Tienes razón.-
Tomamos algo en un pequeño restaurante, luego volvimos al hotel y descansamos unas horas. Alexander parecía estar aislado en otro mundo contiguo al mío. Cuando le cuestionaba algo, o tan sólo rompía el silencio, él ni me dirigía la mirada. Decidimos tomar un taxi, costara lo que costara, para ir hasta la vieja azucarera. Durante el trayecto el cielo se colapsó de nubes, todo parecía enrarecerse por momentos, y el aire congelaba el alma. Al bajar en tierra de nadie pagamos al asombrado conductor, y ojeamos aquel poblacho semiderruido. Nos adentramos entre el asfalto levantado, merodeamos las casas con las tejas ajadas por el tiempo, la fábrica se levantaba en el horizonte y el pequeño hotel tenía la marquesina caída sobre la carretera. Percibía presencias a cada paso, aquello estaba colapsado y temblé un instante al concentrarme en ellas para verlas ante mí. Recorrían las calles como si vivieran, conversaban personas de distintas épocas sobre este futuro derruido y la santa campaña murmuraba un salmo cerca de la pequeña iglesia. Aquel lugar era el centro neurálgico de las ánimas. Alexander caminaba dirigente ante todo, sus pies pisaban firme y su mirada era de hielo.
-Ves a Ángel.- Masculló.
-No, no lo veo y tampoco al resto.-Susurré mientras notaba como apretaba mi mano.
-Esta ahí, junto al luminoso.-Comentó.
-Ya lo vi, esta junto a los demás.-Respondí aliviado.
-Están los tres, que comenzaron a mover los cimientos de algo que yacía en silencio.-Susurró.
-Mira al frente, esta el hombre de las presencias.-Comenté tiritando.
-Su guardián.-Respondió.
-Nuestro enemigo.-Dije clavando mis ojos en sus pupilas.
-Parece dominarlos, hacer que caminen a su lado, como si nada.-Argumentó señalándome una gran masa en marcha.
-Estáis aquí reunidos en mi nombre, en el nombre del demonio. Dios no ha querido que seáis felices, os ha anclado a una no vida imposible de sobrellevar. Satán os dará fuerza, Satán os dará vida. Para culminar la obra de Dios este necesita la maldad de Lucifer, este necesita de la vuestra y vosotros de mí.-Aquella voz se alzó entre la marabunta e hizo temblar las piedras que yacían bajo nuestros pies.
-¡Satán!-La gran masa clamó al unísono.
-¡Satán hijos míos!-Respondió su dirigente.
-¡Seremos la oscuridad!-Espetaron.
-Tenéis que destrozar a los vivos, humillar sus sueños y destrozar sus vidas.-Dijo ante todos mientras asentían.
-¡Lo haremos!-Parecían creer fielmente lo que se les decía.
-¡Haremos lo que pida el maligno!-Dijo un pequeño grupo.
-Alexander esto no me gusta nada.-Mascullé agarrándolo del brazo.
-¡Lucifer no existe! ¡Dios tampoco! ¡Os usan antiguos creyentes de sectas que roban a los vivos y no dejan descansar a los muertos!-Su voz se clavaba en ellos como dagas.
-¡Lo que dice el joven es verdad!-Espetó Ángel corriendo hasta donde estábamos.
-¡Os utilizan para atormentar a los vivos y luego dejarles sin dinero!-
-¡No les hagáis caso hijos míos, ellos son incrédulos!-Su voz era imponente y hacía que mis huesos castañearan. Las almas corrieron hacia su lado, tras la oscuridad que le rodeaba como una extraña aura.-Vais a pagar caro este atrevimiento.-La lluvia comenzó a caer, los relámpagos castigaban los tejados, mientras los árboles se mecían de forma virulenta.-Vosotros fuisteis los primeros en avivar mi ira, vosotros seréis los primeros en sed destruidos.-Varios esqueletos salieron de aquella negrura hasta nuestro lado arrastrando sus almas. No podíamos hacer nada, no podíamos aferrarnos a sus manos y palpar los huesos de nuestros enemigos. La mirada del joven escritor era la de un loco, estaba con las cuencas desorbitadas mientras sus dos compañeros aullaban de dolor. Un río de sangre comenzó a bañar todo, era una fantasía provocada por el maestro de las pesadillas. La lluvia empapaba mis cabellos y la de mi guía.
-Seas mil veces maldito.-Susurró lleno de odio. Entonces sentí una presión en mi pecho, algo rodeaba mi corazón y mi aliento se entrecortaba. Alexander padecía los mismos síntomas y caímos sobre el río de sangre. Mis labios podían tocar aquel rojizo caudal.
-Vais a sentir la agonía de la muerte.-Sentí unas llamas recorrer todo mi cuerpo, mi piel ardía y me hacía gemir de dolor.-Las llamas del infierno sobre vosotros y mis manos apoderándome de vuestro órgano más preciado. Entonces sentí mi cuerpo liviano, el dolor y las preocupaciones parecían haberse liberado. Había muerto con una facilidad pasmosa, jamás pensé que mi final fuera tan simple y tan estúpido. Alexander caía a mi lado fulminado dejando que la corriente lo arrastrara.
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