Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 3 de julio de 2007

Fin del Camino


Tilo Wolf, Lacrimosa





Aquella figura era parte del entramado, formaba parte de un todo demasiado complejo. Como ya he dicho las sectas remueven los cimientos y también son parte de ellos. Persona que muere en las distintas sectas, sea en un rito o un beato del mismísimo diablo, hacen que surja una confrontación. Las sectas no solo quieren dominar las mentes, sino también los espectros. Cuando mueren son una coalición de infames que forjan guerras, atraen a enfermos y seducen a suicidas. Se me hacía duro que los jóvenes cayeran en ellas simplemente por inconformismo, por ira hacia la sociedad u odio hacia sus padres. La realidad es cruel en muchas ocasiones tan sólo es para el dios dinero y terminan en suicidios colectivos. Muchos dicen ser Dios y Lucifer unidos en uno. Recuerdo a cierto “guía espiritual” o “profeta” que pedía que se pintaran el número del diablo en sus extremidades por amor a él y a su dios. Según su teoría la Iglesia Católica mentía, aunque eso no es nada distinto a mi ideología, y que él era el verdadero profeta siendo Jesús a la vez que Satán. También esta la dichosa secta del Toro, ahora venida a menos, fundada en la edad media. Todo era un ciclo sin fin, un afán de aferrarse a algo y ese algo no existe pero sí te da paz al creer que obtendrás algo por obediencia. Sin duda el ser humano no cree en Dios o su opuesto, el rey de los infiernos, por simple apetencia sino que en el fondo busca un beneficio. Los beneficios suelen ser: respuestas y una vida eterna tras la muerte del cuerpo.

Me alivié al sentir las llaves sobre la mesa y los pasos de Alexander por el pequeño salón. Cerré un momento los parpados y respiré profundamente, necesitaba aparentar calma. Entró en la habitación sin previo aviso y me contempló, estaba pálido como si la vida se le hubiera escapado pero en sus labios había un hermoso rubor. De nuevo lo veía empapado, calado hasta los huesos. Su mirada se clavó en la mía mientras se aproximaba a mí.

-Ha estado aquí, también.- Masculló, sentí un leve temblor en su débil cuerpo.

-¿También?- Me sorprendió que supiera lo sucedido.

-Tu respiración es algo agitada, por mucho que desees. Puedo leer en tus ojos ese miedo, la mirada inyectada en sangre, que tan sólo aparece cuando la presencia vela tu cuerpo y tu alma.-

-Se nota el poder que tiene sobre mí, es algo que no puedo ocultar por lo que veo.- Dije mientras se giraba dándome la espalda.

-Lo sentí.-Su espalda estaba arqueada, parecía portar un dolor intenso como si una daba le atravesara el alma.-Has leído mis escritos, ¿verdad?- Murmuró sentándose en los pies de la cama.

-Sí, lo he leído.- Afirmé.- Me lo pediste, lo hice con sumo placer.- Se llevó las manos a la cabeza y permaneció atusándose sus cabellos un instante.- No todos, no tuve tiempo.-Repuse. Mis piernas aún temblaban.

-Sé que recuerdas todo, pero en fragmentos. Tu memoria reaccionó hace poco y aún es un laberinto inaccesible. Pronto quizás, en unos días supongo, conseguirás encuadrar todos los recuerdos. Momentos iconoclastas o alabadores de un ciclo eterno sin fin. No hay piedad como tampoco descanso, esto lo sabes bien. Temo que cuando lo consigas tu mirada cambie, como cambie tu rostro, como cambie todo en tu mente guiándote a la locura por unos instantes al sentir que el mismo infierno se abre bajo tus pies. Es difícil saber que se siente, que se conoce, que se puede predecir o que ocurrirá tras cada uno de nuestros actos. Las teorías ya se formulan en tu mente, como fórmulas que se graban sin motivo alguno en algún lugar de nuestro cráneo, poco a poco todo lo que te rodea será un desafío y hará que desees explorar. Sé como eres, mejor que tú mismo. Has aprendido mucho durante estos milenios, durante épocas que se contrastaban y se fundían en la historia universal. Has estudiado, has aprendido y has guiado tus creencias ha un punto extremo; en el que muchas veces, yo también me he hallado.- Su respiración era lenta, modulaba la voz y creo que se concentraba en sus pensamientos dictándomelos al aire como si nada.- No quiero conmocionarte, ni llenarte de dudas y mucho menos llenarte de temores. Deseo que comprendas mis escritos, mis visiones y el porqué mi empeño en que tengas claro todos de una vez. Necesito que tengas tus capacidades intelectuales en plenas facultades para combatir lo que nos asecha. No temas porque la vida es una ruleta, gira y gira hasta detenerse para luego volver al juego.- Su voz era un eco en mi mente, un eco vano y de voz metálica aunque graduada en cada sílaba.

-¿Recuerdas cuando quería ser cuando eras pequeño?- Interrumpí su monólogo.

-Deseaba ser valiente, no tener miedos y ser tan alto como mi abuelo. Perdí a mi padre hace demasiado tiempo, en mi etapa de preadolescente. Me hice una promesa hace mucho tiempo aceptarme e intentar lograr todas mis metas.- Murmuró.

-Yo deseaba ser un pájaro, escaparme de la realidad cotidiana llena de contaminación y desidia. Deseaba ser un hombre libre, alejado de las consecuencias de mis actos, ser como un animal salvaje. Honestamente quería ser un ermitaño y vivir en la naturaleza, la poca que queda, caminar descalzo por la hierba de un jardín florar y arrojarme a descansar. Ser un hombre de fe en mi mismo, no lo he conseguido. También dejar las palabras estrelladas tal y como salgan en un papel. Quería centrarme en el arte, en la belleza, en las formas de la naturaleza y en la oscuridad de la noche más allá de las luces de la ciudad donde yacen las estrellas.- Respondí con una leve sonrisa. Me alcé de la cama y repté hasta el final de esta, para luego sentarme a su lado y contemplar la pared donde parecía estar el infinito.

-No entiendo a que viene esto.- Dijo jugueteando con un pequeño trozo de papel que no le había visto antes. Parecía una tarjeta de visita, algo antigua y amarillenta.

-¿Realmente vamos hacia algo que de verdad deseamos? ¿Algo que nos hará felices? ¿Qué nos aportará? ¿Qué soluciones aportará a nuestros problemas? ¿Hará que seamos más valientes? ¿Tendremos una recompensa acorde con el secreto? ¿Me dará la felicidad que jamás he encontrado? ¿Me hará conocerte mejor? ¿Conocerme mejor a mi mismo? ¿Tendrá realmente la clave de la vida? ¿La llave hacia la realidad que tenemos ante nuestros ojos? ¿Qué sucederá luego? ¿Tiene su por qué? ¿Su lógica todo?- Indagaba a la nada, a sus palabras y a mi mismo.

-Deseo cumplir mis objetivos, estos estaban ya marcados y no podemos hacer nada. Seremos felices cuando todo acabe por la labor finalizada, nos dará paz y nos llevará a un estado superior al resto de los hombres sabiendo que hay más allá. La recompensa es saber la verdad. La verdad nos hará entender un trozo de la vida, algo que nos preocupa desde los siglos más ancestrales. Luego quizás vivamos o muramos, volveremos a la vida y seremos libres para encontrarnos o quizás seguir caminos distintos. No sé si tiene su porqué pues todo lo emprendiste tú hace ya tanto que ni recuerdo bien cuándo. ¿El ser humano tiene lógica?- Respondió con sabor amargo, ni él creía lo que decía.

-Si el ser humano no tiene lógica, no tiene porqué saber ningún razonamiento al fin de su cuerpo. La vida es compleja. Tenemos responsabilidades y metas, sentimientos inconclusos, sueños rotos, sonrisas frías y tímidas caricias, somos valientes o un desastre que tiembla bajo las ropas de la cama, somos pensamientos e ideas…no somos nada realmente, vacío quizás. ¿Debemos aprender cosas que ni entendemos?- Dije sin saber bien que decía.

-El ser humano es un caos, un mundo dejado de la mano de un dios. Creo que la concepción de la mente humana es un cajón de sastre, un cosmos lleno de libros en estanterías destartaladas. En el cerebro guardamos la información, pero ¿estamos seguros que es el cerebro y no el alma? Aprendemos a sonreír y a llorar ya en el vientre materno con apenas una semanas. Cuando nacemos empezamos el camino hacia la muerte, deambulamos hasta terminar sufriendo el mayor de los castigos o de los tesoros. Contemplar la vida desde el punto de un alma sin cuerpo, un espectro, es algo gratificante pues puedes conocer secretos que jamás sospecharías conocer. La vida es un juego, un extraño juego, y un círculo vicioso como ya hemos dicho. No hay salida a este laberinto sin fin.- Murmuró

-Ya conocemos entonces que sucede.-

-No, tan sólo que erramos y volvemos a la vida. Pero no el porqué algunos siguen en ese estado de letargo, porqué intentan ser dueños y señores de un mundo en ruinas. Quiero saber que les llevan a los creyentes de Satán a adueñarse del limbo, el porqué están tan seguros que es el infierno y que debemos sufrir por ello. Lo más doloroso es que dicen que obran gracias a la mano de Dios. Dios creo a Lucifer, lo dotó del mismo poder.- Posé una de mis manos sobre sus hombros en señal de hermandad.

-Mentiras.- Apartó mi mano su mirada se volvió fuego.

-¿Cómo?-Su interrogante no me chocaba, sus ojos la proclamaron segundos antes.

-Yo he muerto tantas veces, he tenido tantas vidas y no he visto ni un solo ángel. Creo que el bien y el mal son conceptos inventados por los juicios de valor.- Su mirada se calmó.

-Lo entiendo, sé lo que quieres decir. No quiero creer que todo es poder, la clave no es esa, mucho menos las creencias pues hace demasiado que debería estar quebrantadas y sin embargo resurgen con más fuerza cada vez. El dolor ajeno puede que sea el pago a su trabajo. Pero no entiendo el porqué de esa involución. Llevo siglos estudiando la vida, la muerte y la mente. Las creencias son falacias, meros cuentos para llevar los niños a la calma. Es como si creyéramos aún en el monstruo del armario.-Estaba obcecado.

-No te ofusques. ¿Quieres respuestas? Ya sólo nos queda darle una a la duda final. Sabemos que todo es tomado por las creencias que tenían ante de morir, tras esto siguen con luchas ideológicas o de religión. El hombre es nefasto, es guerra y hambre.- Dije.

-Quiero saber el porqué de las consecuencias.-Repuso.

-Si se supieran las consecuencias de todo dejaríamos de ser minimamente libres.- Susurré.

-Quiero saber.- Sonreí levemente al oír aquellas palabras, parecía un chiquillo.

-¿Te hará más libre?- Le cuestioné.

-Las dudas también son cadenas.- Respondió firmemente.

-Sí, pero no tan pesadas como guardar el secreto.- En ese instante me fijé en sus labios rojos, como dos guindas, temblando y a la espera de mis palabras.

-Deseo saberlos- Su boca se movió como una roca mágica de un templo escavado en la roca.

-Lo entiendo, yo también.-Volví a posar mi mano sobre su hombro para luego rodear con mi brazo su cuello.

-¿Entonces?- Escondió su rostro entre mi pecho.

-Sólo eran preguntas realizadas al aire.- Dije

-Lo sé, lo sé. Pero no puedo evitar intentar comprender porque no siguen, el secretismo y eso me corroe. ¿Sabes el daño que me hicieron mientras te esperaba?- Su pregunta me hizo sentir un leve escalofrío.

-Créeme no me haría bien saberlo.- Respondí a su indagación y besé sus cabellos empapados aún.

Se desprotegió de mis garras y su aroma se marchó a otro rincón de la habitación. Sus cabellos empapados aún, sus ropas mojadas habían dejado un surco en la cama. Se desnudó ante mi atenta mirada mientras temblaba. Me pareció un pequeño ángel calado por sus propias lágrimas. Su cuerpo débil, menudo, con los labios enrojecidos daba un mundo de color a su lechosa piel. Sus manos azotaban sus cabellos recogiéndolos. Quedó tan sólo con los pantalones y ahí reaccioné, fui al baño a buscar una toalla. Entré al baño y tomé una de tantas colgadas en el enganche junto al lavabo. Al volver lo encontré arrojado en la cama con tan sólo la ropa interior y la mirada perdida. Sabía que algo le reconcomía, toda aquella conversación rondaba por su mente como una pequeña libélula en un estanque. Me aproximé y le dejé la toalla en un lado de la cama, la tomó y se secó el escuálido pecho. Parecía un adolescente, su cuerpo era en miniatura el de un dios con la mirada de mil huracanes encerrados en la melancolía.

-Sigues pensando.- Murmuré.

-Pensar me hace pensar que sigo vivo.-Repuso.

-Deberías dejar que tu mente viajara sola, sin conductor, por unas horas.- Mientras mis palabras revoloteaban en el aire él me infundía deseo.

-No puedo permitirme ese lujo.- Me recriminó.

-Haz lo que desees, yo voy a pedir que nos dejen algún televisor pequeño a pilas y algunos periódicos. Necesito información, distracción y olvidar por un instante todo lo visto y vivido.- Respondí alejándome hacia la puerta.

-Somos diferentes.- Dejó escapar de sus labios

-Así es, pero a la vez idénticos.- Dije.

-Uno puede distraerse de otra forma.- Sus palabras me hicieron detenerme, ir a buscar mi ropa y alquilar la caja tonta.

-No conozco otra.- Di media vuelta y en su mirada pude escrutar la llama de la vida, del deseo y la pasión que parecía perdida. ¿Había vuelto el huracán a desatarse? Sí, desde luego había vuelto aquella magia en su mirada y a la vez una tracción irresistible. Era como la mirada de un loco bohemio, de un actor de cine clásico mientras se prendía uno de sus tantos cigarrillos o un filósofo en medio de una batalla dialéctica.

-Sexo.- Susurró paladeando cada vocablo.

-No, no creo que sea buena idea.- Tartamudeé pero mis pies me aproximaban a la cama.

-Hazlo, no pienses. Que más da. Sólo te he pedido sexo, no amor.- Respondió al instante incorporándose entre las sábanas.

-Lo sé.- Dije cayendo sobre su cuerpo, estaba helado y sus calzoncillos empapados. Yo también estaba semidesnudo.

-No tengas remordimientos, son instintos animales.- Me susurró al oído mientras me mordía el lóbulo.

Mordí su cuello, bajé mis manos y sentí su miembro palpitante. Yo sin duda necesitaba desahogar aquella presión. Sus dedos acariciaban mi espalda, surcaba cada músculo y cada milímetro. Acariciaba sobre su ropa interior hasta que me decidí por bajar los suyos y también los míos. Empecé a moverme sobre su torso, nuestros miembros se corrompían en un delito paradisíaco. Bajé hasta sus nalgas con mis manos empapadas en su saliva para luego introducirme y dejarme llevar. Era tan sólo sexo para mí, aunque sabía bien que para él era algo más. Cuando acabé un escalofrío se apoderó de mi espalda, tras un susurro suyo en mis oídos: “Te amo”. Luego un beso envolvió mis labios y salí de su interior alejándome instintivamente. Observé su cuerpo con su respiración acelerada, sus labios entreabiertos tomando aire y sus manos aferrándose a las ropas de la cama. Aparté la mirada para luego sentir el leve roce de su boca sobre mi mejilla. Sus brazos me rodearon sintiendo la desnudez completa de su piel, aterciopelada y húmeda. Sentí su lengua caminar por mi cuello y sentí su aliento acariciando mi piel. Sus dedos coqueteaban por los recovecos de mi espalda. Paró aquel suplicio, no quería ser consecuente de mis actos y mucho menos de los que él me guiaba por completo. Necesitaba apartarme y no pensar que era mío, cuando yo quisiera y como yo deseara. Sus nalgas rozaban mis piernas mientras las suyas abrazaban mi torso. Sus besos eran amargos y llenos de dolor, para mí. Aquellos ojos me perseguían y espiaban mis movimientos.

-No me huyas, deja que tus instintos más bajos fluyan.- Murmuró mientras relamía mis labios.- Deja que te muestre como es el paraíso. Quiero ser para ti una Geisha. Si deseas contemplarme como si fuera una mujer, hazlo, pero no te separes de mí, ahora no.- Sus palabras eran en un tono suave, cómplice.

-Ya hicimos el sexo, ambos estamos satisfechos. Yo únicamente quería desahogarme y gracias por prestarte, fuiste muy amable.- Respondí fríamente sintiendo sus dedos rodear mis pómulos, labios y mentón; se deslizaba por mi rostro como un escultor ante su mejor obra. Cuando concluí me pareció ver que una lágrima bañaba su mejilla, pero no cesó sus caricias.

-Tan sólo quiero algo de cariño, es poco a cambio de mi cuerpo.- Dijo con la voz quebrada sin abandonar aquel tono de amante o confidente.

-No estoy para dar cariño, lo aceptas o lo dejas. Ahora apártate quiero darme una ducha y empezar a planear la salida de mañana.- Mi frialdad tenía aires de prepotencia y estupidez. Deseaba magullarle para no hacerle un daño aún mayor. Era cierto que no me importaba mantener sexo con él, que le tenía un inmenso aprecio pero no estaba ni por asomo deseoso de que todo fuera a más. Tenía a un esclavo, por así decirlo, de mis deseos y yo era un hombre heterosexual que necesitaba satisfacer sus instintos más bajos, aquellos que nacen en la bragueta de los pantalones.

-No.- Masculló apretando su rostro en el recodo de mi cuello.

-¿Qué has dicho?- Dije incrédulo, hasta aquel momento me dejaba actuar a mi antojo. Sabía bien que cualquier mujer estaba sobre él si se trataba de saciar mi hambre de sexo.

-No, no quiero apartarme.- Afrontó sus palabras con la voz completamente rota, su tono de voz era débil como si algo le apretara la garganta.

-No me hagas usar mi fuerza. Como bien dijiste era sexo y no amor, no puedes confundirte pues fueron tus palabras exactas y me diste tu palabra.- Le recordé con vehemencia su propia frase.

-Ya lo sé.- Dijo y noté que su rostro se bañaba de lágrimas mientras sus piernas se contraían más fundiéndose con mi cintura.

-Si lo sabes, aparta.- Quería olvidar lo que había hecho instantes antes.

-Te podría regalar mi alma, mi cuerpo, mil folios bañados con sentimientos, contemplarte cuando duermes, protegerte cuando enfermas y llorar cuando el dolor inunde tu alma. Podría hacer mil actos, seguirte en cada vida, acompañarte a esta locura, regalarte el mayor de los placeres y seguir fiel a ti aunque no me toques. Perdonarte tus desaires, tus mentiras, tus fallos y verdades a medias. Pero jamás serías mío aunque yo ya soy tuyo.- Tardó varios minutos en decir todo aquello, yo pacientemente dejé que se desahogara mientras acariciaba sus cabellos. Sus labios empapados por el río salino de sus lagrimales.

-Deberías irte y dejarme afrontar esto solo, te vas a hacer daño pensando en un futuro juntos. Porque no hay un nosotros, pues esto no es un cuento para niños y yo no soy tu príncipe azul.-Dicho esto me zafé de su abrazo y me encaminé a la ducha sin volver mi vista atrás, donde se encontraba él.

Me introduje en la ducha sin reparar si el agua estaba a punto, quería quitarme su aroma de mi piel. El jabón corría por mi pecho mientras yo recordaba sus palabras, me taladraban una a una el cerebro. Salí empapado y tomé la toalla secándome rápidamente. Entré en el cuarto y encendí la luz, estaba sobre la cama y aún lloraba. Aparté mis ojos de aquella visión y me puse algo de ropa cómoda, para luego buscar el maletín con mis anotaciones y libros junto a mi portátil. Su cuerpo desnudo echo un amasijo de músculos y piel, sus cabellos derramados por las sábanas, el aroma a sexo en la habitación impregnándolo todo, el ruido de sus sollozos y suspiros despertaban el deseo de callarlo arrodillándolo ante mi miembro. En aquellas situaciones salía mi parte de hombre de prostíbulo y de animal incivilizado. Me dirigí a la cama y lo tomé por una muñeca, alzó su rostro empañado en lágrimas y sentí repulsión por mi mismo pero eso no paró lo que deseaba. Quería que me dejara sólo, que abandonara aquel lugar y que se dirigiera a la otra parte del mundo. En mi cabeza había un conflicto interno, pero debía odiarme pues era lo mejor para él. Profané sus labios, su lengua siguió el ritmo de la mía. Con la mano que tenía libre me bajé la cremallera y puse a su disposición mi sexo. Me dirigí a sus oídos para susurrar una frase denigrante: “Sácale brillo, puta”. Su boca se rellenó con mi miembro. Mis dedos agarraban su cabeza como un aguilucho a su víctima, yo marcaba el ritmo y él sólo obedecía. Sin previo aviso deje que mi esencia corriera por su garganta. Saqué mi entrepierna y pude oír como tosía. Me subí la cremallera y me fui a estudiar la situación, la ciudad de las presencias sin olvidar que él permanecía en la cama quizás llorando.

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Lestat de Lioncourt