Capítulo sexto: La caída de mi Imperio.
Mierda, mierda y mil veces mierda, mi vida es bazofia y se dedican a hurgar en ella. No les basta con amargarme la existencia, con golpearme desde los siete años y hacerme sentir tal excremento social que jamás podré sentirme cómodo conmigo mismo. Jamás pensé que convocaran a mi ira incendiaria, que me desbocaran e hicieran que terminara golpeando a quien más amo.
Todo comenzó cuando llegué al instituto por la mañana, la noche había sido movidita mientras recordaba el tacto de su cuerpo. Estaba pletórico porque me sentía vivo después de mucho tiempo, no sé por qué pero así amanecí. Todo el camino hacia el centro de estudios había sido con una sonrisa en mis labios y paz en mi alma, me sentía alguien fuerte con principios incorruptibles. Bien, como he dicho entré en el aulario y había unas letras enormes donde se me acusaba de maricón escritas en la pizarra. Tomé el borrador y limpié esa estúpida acusación, luego tomé la tiza y escribí unas breves líneas: Quien acusa a otro de homosexual es un homofobo, siento lástima por ellos porque no pueden vivir tranquilos por culpa de sus temores. Estos seres son rechazados en la sociedad moderna y ante cientos de millones de personas. Lamento tener que sentir pena por vosotros, pues en realidad me causáis gracia. Malditos inútiles que no llegaréis a nada.
Después me senté en mi asiento y esperé a mi profesor, antes que sonara el timbra apareció Héctor con la mirada distraída en sus pensamientos. Miré a Iván con una mirada de odio tremenda y él agachó la cabeza. Sus amigos parecían divertirse aún por lo que habían hecho y entonces entró Don Ángel. Su figura menuda, bajita y de pasos diminutos hizo presencia en la sala. Miró la pizarra para luego mandar a alguien que la limpiara. Tosió mientras sacaba un pequeño taco de folios y se sentó en la mesa. Sus piernas seguramente colgaban del asiento, sus manos se unieron sobre la tabla siguiendo con la mirada el zigzag del borrador.
-¿Quién hizo esto en el encerado?-Preguntó.
-Yo.-Dije alzando la voz.
-Estupenda reflexión, ¿por qué lo hiciste?-Comentó contando las hojas.
-Me acusaron de maricón.-Respondí modulando la voz hasta llegar a la auténtica frialdad.
-Increíble, ¿aún siguen existiendo los estúpidos como estos?-Dijo moviendo la cabeza de izquierda a derecha.-Bien, tenía una propuesta distinta pero creo que voy a hacer otra cosa. Saquen sus lapiceros y quiten el libro de la mesa junto con los apuntes, hoy vamos a hacer un tratado filosófico sobre la integridad humana y la igualdad. Espero que este asunto lo tengan presente y pido que las palabras de su compañero estén grabadas a fuego. Deseo que sean totalmente sinceros, además hablaré con Alexis después de la hora para saber quien fue o quien puede haber sido.-Su voz achacosa por el paso de los años, los cigarros y una vida plena machaban mis tímpanos y los de todos. Era una voz suave aunque quebrada, sin duda peculiar.
Tras cuarenta y cinco minutos de rellenar más de seis folios con mis divagaciones, ideas, razonamientos basados en principios lógicos y en mis ideales di por concluida mi exposición. Me levanté del asiento y se la entregué al profesor. No había sido el primero en acabar aquella redacción, por lo tanto dejó a Héctor en su puesto y me llevó fuera del aula.
-¿Quién ha sido?-Dijo con rostro afable.
-Creo que Iván y sus amigos, no quiero que les pase nada.-Comenté apartándome hebras de mis cabellos de la cara.
-Van a tener que esforzarse mucho si quieren sacar mi asignatura. A mi me educaron en el respeto a las personas, incluso bajo tiempos de Franco. No sé quienes se creen esos para juzgarte. Ya hablaré con el Director y a ver que se hace.-Comentó enfurecido.
-No quiero que se les acuse de nada, ya tienen suficiente.-Respondí.
-¿Con qué?-Preguntó incrédulo.
-Con soportarse a ellos mismos.-Comenté sonriendo.
-De acuerdo, pero déjame avisar al director la homofobia no me agrada ni a mí ni a ningún docente.-Dijo empeñado en hacer un aviso.
-Gracias.-Mascullé y entré de nuevo a clase mientras sonaba la campana. Escuché tras de mí la voz de Ángel pidiendo las redacciones grapadas y con el nombre en la esquina. Volví a mi asiento bajo la atenta mirada de muchos de mis compañeros.
-¿Estas bien?-Dijo Héctor sentado desde su asiento con su rostro impotente clavando sus ojos en mí. Adoraba sus ojos cafés, era algo que me tranquilizaba.
-Eso querría saber yo de ti.-Susurré.
-Me llevé un buen palo, sin embargo estoy genial.-Respondió complaciente con aquel dibujo de sus labios, tan afable y pacífico.
-¿De qué habláis?-Intervino Iván, entonces noté la rivalidad de ambos con sus gestos.
-De algo que no te incumbe desgraciado.-Masculló Héctor.
-¿Tú también eres maricón? ¿Defiendes a tu novio? Ah no espera, no puede ser tu novio porque me quiere a mí. Que pena te tendrás que buscar otra mujercita, aunque yo no la quiero. Te la vendo por dos camellos.-Respondió Iván jactándose de él y de mí. No me pude controlar, lo lamento, así que le marqué en su rostro mi puño varias veces. Cuando me di cuenta Héctor me estaba deteniendo, me cogía por las axilas haciendo palanca, para alejarme de aquel monstruo que tanto deseaba.
-Para, lo vas a matar.-Pude escuchar de boca de algunos de los presentes.
Me detuve por mi mismo y vi la carnicería que hice a su rostro. Tenía un ojo hinchado y el labio roto además de un pómulo enrojecido. Comencé a llorar y me aferré a él ante todos, pedí disculpas una y otra vez mientras mis piernas me temblaban. Iván no sabía como reaccionar, estaba atónito ante mi reacción y mis lágrimas resbalaban por mi rostro. Mi amigo me tomó del brazo y me sacó de la clase. Dimos una vuelta por los pasillos y después decidimos hablar con el director. Este ya había sido informado pero le faltaba la otra visión del asunto. Coincidimos en la sala Iván, Héctor y yo. Pedí a mi amigo que se saliera de la sala, deseaba hablar de esto con el director y el joven agredido, al que amaba como una estúpida adolescente.
-Y bien.-Dijo Juan Diego, el director.
-Él no tiene la culpa, he estado muchos años haciéndole la vida imposible y ahora me estaba ayudando bastante en mis estudios. La he cagado con la broma pesada que le puede contar don Ángel y con el comentario hiriente sobre su mejor amigo. Creo que tan culpable soy y yo como él. Espero y deseo que ambos no tengamos más riñas. Yo por mi parte voy a dejar el grupo de anormales con los que suelo ir, me hacen mal y deseo que sean castigados por lo que se escribió esta mañana en la pizarra.-Contestó Iván sin dejarme responder a mí.
-Sí, algo me contó Ángel antes del alboroto. En vista que ambos están arrepentidos seguramente no tendré que verles más por aquí.-Dictaminó haciendo un gesto de que abandonáramos el despacho.
Como pude me levanté de la silla y él me tomó por la cintura. Jamás habría pensado que pegándole le devolvería al lado humano. Héctor me esperaba a la salida y me apartó de él en un tirón rápido además de violento.
-No te acerques más a él.-Su voz era la de una fiera enjaulada.
-He pedido disculpas y ahora mismo abandono a mis antiguos amigos, siento haber causado molestias. Espero que me perdonéis porque me gustaría irme este recreo a comer junto a vosotros.-Comentó Iván a media voz.
-De acuerdo.-Dije sonriendo levemente.
-Pero…-Héctor no podía creerlo, sin embargo se había disculpado.
-He dicho que de acuerdo.-Respondí a su titubeo.
-Gracias.-Musitó.
Las conversaciones son más o menos como pasaron, tengo buena memoria y al menos las reproduje lo mejor posible. Después en el recreo comimos en silencio los tres juntos. Durante las clases los murmullos y demás no cesaron. Cuando fui hacia casa él me acompañó, Iván parecía distinto o eso aparentaba. Quedaba unos cinco minutos hasta alcanzar mi barrio y nos asaltaron sus amigos. Eran unos diez o doce y comenzaron a golpearme, él se quedó parado y no hacía nada tan sólo mirar. Decían que era su venganza, que me la pagarían y que quién era yo para acosar a su gran amigo. Me defendí como pude, eso hizo que se marcharan. Permanecí en aquel lugar unos minutos sollozando, me sentía un estúpido y sin embargo más lo deseaba. Ahora acabo de llegar a casa, me he sentado y he abierto el libro. El labio aún sangra, los hematomas del torso están apareciendo y me duele el costado derecho.
Mierda, mierda y mil veces mierda, mi vida es bazofia y se dedican a hurgar en ella. No les basta con amargarme la existencia, con golpearme desde los siete años y hacerme sentir tal excremento social que jamás podré sentirme cómodo conmigo mismo. Jamás pensé que convocaran a mi ira incendiaria, que me desbocaran e hicieran que terminara golpeando a quien más amo.
Todo comenzó cuando llegué al instituto por la mañana, la noche había sido movidita mientras recordaba el tacto de su cuerpo. Estaba pletórico porque me sentía vivo después de mucho tiempo, no sé por qué pero así amanecí. Todo el camino hacia el centro de estudios había sido con una sonrisa en mis labios y paz en mi alma, me sentía alguien fuerte con principios incorruptibles. Bien, como he dicho entré en el aulario y había unas letras enormes donde se me acusaba de maricón escritas en la pizarra. Tomé el borrador y limpié esa estúpida acusación, luego tomé la tiza y escribí unas breves líneas: Quien acusa a otro de homosexual es un homofobo, siento lástima por ellos porque no pueden vivir tranquilos por culpa de sus temores. Estos seres son rechazados en la sociedad moderna y ante cientos de millones de personas. Lamento tener que sentir pena por vosotros, pues en realidad me causáis gracia. Malditos inútiles que no llegaréis a nada.
Después me senté en mi asiento y esperé a mi profesor, antes que sonara el timbra apareció Héctor con la mirada distraída en sus pensamientos. Miré a Iván con una mirada de odio tremenda y él agachó la cabeza. Sus amigos parecían divertirse aún por lo que habían hecho y entonces entró Don Ángel. Su figura menuda, bajita y de pasos diminutos hizo presencia en la sala. Miró la pizarra para luego mandar a alguien que la limpiara. Tosió mientras sacaba un pequeño taco de folios y se sentó en la mesa. Sus piernas seguramente colgaban del asiento, sus manos se unieron sobre la tabla siguiendo con la mirada el zigzag del borrador.
-¿Quién hizo esto en el encerado?-Preguntó.
-Yo.-Dije alzando la voz.
-Estupenda reflexión, ¿por qué lo hiciste?-Comentó contando las hojas.
-Me acusaron de maricón.-Respondí modulando la voz hasta llegar a la auténtica frialdad.
-Increíble, ¿aún siguen existiendo los estúpidos como estos?-Dijo moviendo la cabeza de izquierda a derecha.-Bien, tenía una propuesta distinta pero creo que voy a hacer otra cosa. Saquen sus lapiceros y quiten el libro de la mesa junto con los apuntes, hoy vamos a hacer un tratado filosófico sobre la integridad humana y la igualdad. Espero que este asunto lo tengan presente y pido que las palabras de su compañero estén grabadas a fuego. Deseo que sean totalmente sinceros, además hablaré con Alexis después de la hora para saber quien fue o quien puede haber sido.-Su voz achacosa por el paso de los años, los cigarros y una vida plena machaban mis tímpanos y los de todos. Era una voz suave aunque quebrada, sin duda peculiar.
Tras cuarenta y cinco minutos de rellenar más de seis folios con mis divagaciones, ideas, razonamientos basados en principios lógicos y en mis ideales di por concluida mi exposición. Me levanté del asiento y se la entregué al profesor. No había sido el primero en acabar aquella redacción, por lo tanto dejó a Héctor en su puesto y me llevó fuera del aula.
-¿Quién ha sido?-Dijo con rostro afable.
-Creo que Iván y sus amigos, no quiero que les pase nada.-Comenté apartándome hebras de mis cabellos de la cara.
-Van a tener que esforzarse mucho si quieren sacar mi asignatura. A mi me educaron en el respeto a las personas, incluso bajo tiempos de Franco. No sé quienes se creen esos para juzgarte. Ya hablaré con el Director y a ver que se hace.-Comentó enfurecido.
-No quiero que se les acuse de nada, ya tienen suficiente.-Respondí.
-¿Con qué?-Preguntó incrédulo.
-Con soportarse a ellos mismos.-Comenté sonriendo.
-De acuerdo, pero déjame avisar al director la homofobia no me agrada ni a mí ni a ningún docente.-Dijo empeñado en hacer un aviso.
-Gracias.-Mascullé y entré de nuevo a clase mientras sonaba la campana. Escuché tras de mí la voz de Ángel pidiendo las redacciones grapadas y con el nombre en la esquina. Volví a mi asiento bajo la atenta mirada de muchos de mis compañeros.
-¿Estas bien?-Dijo Héctor sentado desde su asiento con su rostro impotente clavando sus ojos en mí. Adoraba sus ojos cafés, era algo que me tranquilizaba.
-Eso querría saber yo de ti.-Susurré.
-Me llevé un buen palo, sin embargo estoy genial.-Respondió complaciente con aquel dibujo de sus labios, tan afable y pacífico.
-¿De qué habláis?-Intervino Iván, entonces noté la rivalidad de ambos con sus gestos.
-De algo que no te incumbe desgraciado.-Masculló Héctor.
-¿Tú también eres maricón? ¿Defiendes a tu novio? Ah no espera, no puede ser tu novio porque me quiere a mí. Que pena te tendrás que buscar otra mujercita, aunque yo no la quiero. Te la vendo por dos camellos.-Respondió Iván jactándose de él y de mí. No me pude controlar, lo lamento, así que le marqué en su rostro mi puño varias veces. Cuando me di cuenta Héctor me estaba deteniendo, me cogía por las axilas haciendo palanca, para alejarme de aquel monstruo que tanto deseaba.
-Para, lo vas a matar.-Pude escuchar de boca de algunos de los presentes.
Me detuve por mi mismo y vi la carnicería que hice a su rostro. Tenía un ojo hinchado y el labio roto además de un pómulo enrojecido. Comencé a llorar y me aferré a él ante todos, pedí disculpas una y otra vez mientras mis piernas me temblaban. Iván no sabía como reaccionar, estaba atónito ante mi reacción y mis lágrimas resbalaban por mi rostro. Mi amigo me tomó del brazo y me sacó de la clase. Dimos una vuelta por los pasillos y después decidimos hablar con el director. Este ya había sido informado pero le faltaba la otra visión del asunto. Coincidimos en la sala Iván, Héctor y yo. Pedí a mi amigo que se saliera de la sala, deseaba hablar de esto con el director y el joven agredido, al que amaba como una estúpida adolescente.
-Y bien.-Dijo Juan Diego, el director.
-Él no tiene la culpa, he estado muchos años haciéndole la vida imposible y ahora me estaba ayudando bastante en mis estudios. La he cagado con la broma pesada que le puede contar don Ángel y con el comentario hiriente sobre su mejor amigo. Creo que tan culpable soy y yo como él. Espero y deseo que ambos no tengamos más riñas. Yo por mi parte voy a dejar el grupo de anormales con los que suelo ir, me hacen mal y deseo que sean castigados por lo que se escribió esta mañana en la pizarra.-Contestó Iván sin dejarme responder a mí.
-Sí, algo me contó Ángel antes del alboroto. En vista que ambos están arrepentidos seguramente no tendré que verles más por aquí.-Dictaminó haciendo un gesto de que abandonáramos el despacho.
Como pude me levanté de la silla y él me tomó por la cintura. Jamás habría pensado que pegándole le devolvería al lado humano. Héctor me esperaba a la salida y me apartó de él en un tirón rápido además de violento.
-No te acerques más a él.-Su voz era la de una fiera enjaulada.
-He pedido disculpas y ahora mismo abandono a mis antiguos amigos, siento haber causado molestias. Espero que me perdonéis porque me gustaría irme este recreo a comer junto a vosotros.-Comentó Iván a media voz.
-De acuerdo.-Dije sonriendo levemente.
-Pero…-Héctor no podía creerlo, sin embargo se había disculpado.
-He dicho que de acuerdo.-Respondí a su titubeo.
-Gracias.-Musitó.
Las conversaciones son más o menos como pasaron, tengo buena memoria y al menos las reproduje lo mejor posible. Después en el recreo comimos en silencio los tres juntos. Durante las clases los murmullos y demás no cesaron. Cuando fui hacia casa él me acompañó, Iván parecía distinto o eso aparentaba. Quedaba unos cinco minutos hasta alcanzar mi barrio y nos asaltaron sus amigos. Eran unos diez o doce y comenzaron a golpearme, él se quedó parado y no hacía nada tan sólo mirar. Decían que era su venganza, que me la pagarían y que quién era yo para acosar a su gran amigo. Me defendí como pude, eso hizo que se marcharan. Permanecí en aquel lugar unos minutos sollozando, me sentía un estúpido y sin embargo más lo deseaba. Ahora acabo de llegar a casa, me he sentado y he abierto el libro. El labio aún sangra, los hematomas del torso están apareciendo y me duele el costado derecho.
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