Capítulo octavo: Equivocación.
En la consulta al leer todo lo sucedido quedó de piedra, me miró fijamente y jugueteó un segundo con su bolígrafo. Sonrió levemente intentando quitar hierro al asunto mientras clavaba su mirada de fiera salvaje en mí.
-Eres un bocazas, pero tienes un espíritu envidiable.-Comentó posando hundiendo su cuerpo en el respaldo.-Eres fuerte, sigue así y no te dejes doblegar porque entonces volverás a ser un amasijo de lágrimas. No es que llorar este mal, sino que esta mal hacerse la victima y no luchar.-Dijo levantándose del asiento.-Eres un gran hombre, tienes tus traumas que solucionaremos pero no dejas de ser grande.-Susurró dándome un abrazo como los de una vieja amiga. Realmente llevaba cinco años en tratamiento con ella, cinco años que jamás la había sentido tan cercana.-Respecto a lo del chico este creo que simplemente deseas sentirte dominándole, no le amas, sino que deseas hacerle sentir inferior mientras lo hacéis.-Masculló volviendo a su asiento.
-¿Iván? A él le amo, estoy seguro.-Susurré.
-Nadie ama a su verdugo, cuando lo ama es que lo desea para humillarle y hacerle sentir la escoria que es.-Dijo sentándose.
Tras esta breve conversación comenzó mi delirio sobre como me sentía, como veía las cosas que me rodeaban y como permanecía ante la marabunta. Dentro de unas semanas haría catorce años de la muerte de mi hermano, justamente en nuestro cumpleaños. Cumplíamos cinco años y el fuego se hizo presente en nuestras vidas, nos separó. Apenas le recuerdo, sé que éramos traviesos y solíamos corretear por el salón. Tras el accidente perdí mi primer año de clases y tuve que estar hospitalizado por traumatismos. Me sentía bastante mal mientras sólo llamaba a mi hermano, quería a mi hermano y a nuestro oso de peluche. El oso fue enterrado con él, mi madre lo quiso así. A veces voy a su tumba y dejo una rosa roja junto a unos caramelos. Me imagino la vida que ambos podríamos haber tenido, la de aventuras que nos quedaban por recorrer y las risas que se quedaron en cenizas aquella tarde. Nos dejaron unos minutos solos, unos míseros minutos y la casa antigua se volvió una bola de fuego. Estuve como una hora larga hablando sobre mí, sobre Adán y la tragedia que aún revivía cuando se acercaba el momento.
Al llegar a casa me esperaba el vacío cotidiano así que decidí irme al gimnasio, allí estuve como unas dos horas y luego volví. Me di una buena ducha mientras decidía si ir o no a casa de Héctor, tenía que hablar con él. Así que después de darle vueltas a la cabeza, dejar que el agua se deslizara por mi cuerpo y de cuestionarme lo que me dijo Paula, me armé de valor y fui a verlo. Pero cuando llegué a la puerta de su apartamento me tembló todo, no sabía como explicarle que todo era un error y que debíamos de alejarnos un poco. Llamé y me abrió en albornoz con una sonrisa pletórica. Sus padres no estaban y yo me maldije. Había llegado en mal momento, quería irme sin embargo él insistió.
-Tengo que hablar seriamente contigo.-Dije entrando en el piso.
-Si me esperas unos minutos a que me vista, lo haremos.-Respondió.
-Me quedo en el sofá.-Comenté dirigiéndome hasta el rincón donde se encontraba el mueble.
-Vale, pon la tele si quieres.-Dijo con media sonrisa.
Me senté y prendí el televisor para ver que emitían, tardó unos cinco minutos y se sentó a mi lado. Comenzamos a hablar sobre lo ocurrido y no sé porque volvimos a caer. Mis manos se aferraban a su rostro y las suyas a mis caderas. Cayó sobre mí como una mole mientras notaba su erección. En pocos minutos estábamos son nada de ropa, tan sólo la ropa interior. Su boca me hacía sentir escalofríos. No sabía como parar aquello, además no quería pararlo. Al notar que bajaba mis boxer me levanté del sofá.
-No, no quiero nada contigo.-Susurré contemplándome completamente desnudo.
-¿Entonces por qué me sigues el juego?-Sonrió levemente.
-Porque no sé reaccionar.-Respondí incorporándome un poco más.
-Iván es un mierdas, te ha jodido y sigues detrás de él.-Dijo tirándose como una bestia sobre mí.
-¿Qué quieres que haga? ¡Sólo dímelo y lo hago! Quiero quitarme esta obsesión de un plumazo, quiero ser libre mentalmente de este deseo y no ser un estúpido enamorado de algo imposible.-Mientras decía esto sentía sus labios por mi cuello, sus manos en mi entrepierna y el peso de su cuerpo sobre el mío.
-Yo te amo, deja que te haga mío.-Dijo robándome de nuevo un beso.
-No soy pasivo.-Comenté clavando mi mirada en la suya.
-Solo relájate.-Susurró para dejarme sin aliento nuevamente.
Nos levantamos de allí y nos fuimos a su habitación, usó algo pegajoso para deslizarse por mi interior. No sé que pensaba en esos instantes tan sólo me dejaba guiar. Hubo momentos de pavor cuando comenzó a entrar entre mis nalgas. El dolor no fue demasiado terrible, pude aguantarlo. Gozaba mientras me susurraba cuanto me amaba, deseaba y necesitaba. Sus movimientos me rompían en dos y el placer me embargaba. Mordí sus labios una y otra vez sintiendo su miembro en mí. Creo que hice mal pero era delicioso sentirse amado, correspondido en el acto y no un simple sueño. Es cierto que Héctor es muy guapo, tiene muy buen cuerpo y va a otro gimnasio desde hace años. Escogí otro lugar para formarme y distintos sitios para aprender mis técnicas para no estar tan apegado a él. Normalmente no se despegaba de mí y necesitaba mi espacio. Además se dedicaba a tocar la batería todo el día y eso da musculatura. Mil dudas vinieron a mi mente en esos instantes sin embargo no dejé de clamar mayor ritmo. Cuando se vertió yo también lo hice, casi en el mismo segundo.
-Te amo.-Susurró apartándose de mí.
-Sabes cuales son mis sentimientos y no han cambiado, Héctor.-Dije avergonzado de todo lo que había pasado.
-No me importa mientras que sigamos sintiendo atracción el uno por el otro.-Comentó besando dulcemente mi frente.
-Es que no quiero que vuelva a pasar.-Respondí notando aún el ritmo acelerado de mi corazón.
-Ya lo sé, amas a ese idiota.-Dijo frunciendo el ceño y arrojándose sobre mí, me ató de las muñecas.
-Por favor no hagas esto más difícil.-Supliqué.
-Salgamos juntos, no hay nada que perder y además no te presionaré para hacerlo formalmente.-Masculló.
-¡No!-Espeté.
-Dejaremos entonces de ser amigos, completamente desconocidos.-Dijo levantándose del lecho, arrojando las sábanas a un lado y a mi también. La ira parecía haberse apoderado de él.
-No quiero eso.-Recordé cada vez que me había ayudado, me había librado de muchos problemas gracias a su mano.
-Entonces acepta el trato.-Su mirada era el mismo infierno. Creo que entendí sus miradas de odio, mezcla de asesino en serie y de amargado sin sentimientos, hacia Iván.
-Lo haré, ahora déjame darme una ducha y volver a casa.-Me levanté algo mareado y con un temblor extraño en mis piernas.
-Te quiero.-Susurró abrazándome.
Después me duché y me fui. Camino de la tranquilidad de mi hogar, o mejor dicho vacío y aislamiento, tuve un mensaje de texto en el móvil. Era de Héctor diciéndome cuando me echaba de menos, que me deseaba y que estaba pletórico por lo que había sucedido. Yo le había visto salir con chicas, no era el tipo de marginado social que era yo. Fuera del instituto tenía algún que otro amigo sin embargo para él yo era su verdadera amistad. Me había presentado varias novias y no dudaba de que era heterosexual hasta apenas unos días. Nos conocimos en la guardería, según mi madre por una guitarra de juguete ya que ambos nos pegábamos por ella. ¿Quién le iba a decir que al final la batería sería su vida? Creo que ni él lo suponía en esos años. Éramos del mismo barrio, hace un par de meses sus padres se mudaron al piso donde viven ahora. Él no quiso dejar el instituto donde vamos así que toma un autobús por las mañanas para asistir a clases. Jamás imaginé poder estar con él, hacerle el amor o más bien hacérmelo él a mí. Al llegar a mi habitación mordisqueé unas galletas y decidí que el día había acabado por hoy. Eran las nueve de la noche y no tenía ganas de hacer nada más. Me sentía terriblemente confundido.
En la consulta al leer todo lo sucedido quedó de piedra, me miró fijamente y jugueteó un segundo con su bolígrafo. Sonrió levemente intentando quitar hierro al asunto mientras clavaba su mirada de fiera salvaje en mí.
-Eres un bocazas, pero tienes un espíritu envidiable.-Comentó posando hundiendo su cuerpo en el respaldo.-Eres fuerte, sigue así y no te dejes doblegar porque entonces volverás a ser un amasijo de lágrimas. No es que llorar este mal, sino que esta mal hacerse la victima y no luchar.-Dijo levantándose del asiento.-Eres un gran hombre, tienes tus traumas que solucionaremos pero no dejas de ser grande.-Susurró dándome un abrazo como los de una vieja amiga. Realmente llevaba cinco años en tratamiento con ella, cinco años que jamás la había sentido tan cercana.-Respecto a lo del chico este creo que simplemente deseas sentirte dominándole, no le amas, sino que deseas hacerle sentir inferior mientras lo hacéis.-Masculló volviendo a su asiento.
-¿Iván? A él le amo, estoy seguro.-Susurré.
-Nadie ama a su verdugo, cuando lo ama es que lo desea para humillarle y hacerle sentir la escoria que es.-Dijo sentándose.
Tras esta breve conversación comenzó mi delirio sobre como me sentía, como veía las cosas que me rodeaban y como permanecía ante la marabunta. Dentro de unas semanas haría catorce años de la muerte de mi hermano, justamente en nuestro cumpleaños. Cumplíamos cinco años y el fuego se hizo presente en nuestras vidas, nos separó. Apenas le recuerdo, sé que éramos traviesos y solíamos corretear por el salón. Tras el accidente perdí mi primer año de clases y tuve que estar hospitalizado por traumatismos. Me sentía bastante mal mientras sólo llamaba a mi hermano, quería a mi hermano y a nuestro oso de peluche. El oso fue enterrado con él, mi madre lo quiso así. A veces voy a su tumba y dejo una rosa roja junto a unos caramelos. Me imagino la vida que ambos podríamos haber tenido, la de aventuras que nos quedaban por recorrer y las risas que se quedaron en cenizas aquella tarde. Nos dejaron unos minutos solos, unos míseros minutos y la casa antigua se volvió una bola de fuego. Estuve como una hora larga hablando sobre mí, sobre Adán y la tragedia que aún revivía cuando se acercaba el momento.
Al llegar a casa me esperaba el vacío cotidiano así que decidí irme al gimnasio, allí estuve como unas dos horas y luego volví. Me di una buena ducha mientras decidía si ir o no a casa de Héctor, tenía que hablar con él. Así que después de darle vueltas a la cabeza, dejar que el agua se deslizara por mi cuerpo y de cuestionarme lo que me dijo Paula, me armé de valor y fui a verlo. Pero cuando llegué a la puerta de su apartamento me tembló todo, no sabía como explicarle que todo era un error y que debíamos de alejarnos un poco. Llamé y me abrió en albornoz con una sonrisa pletórica. Sus padres no estaban y yo me maldije. Había llegado en mal momento, quería irme sin embargo él insistió.
-Tengo que hablar seriamente contigo.-Dije entrando en el piso.
-Si me esperas unos minutos a que me vista, lo haremos.-Respondió.
-Me quedo en el sofá.-Comenté dirigiéndome hasta el rincón donde se encontraba el mueble.
-Vale, pon la tele si quieres.-Dijo con media sonrisa.
Me senté y prendí el televisor para ver que emitían, tardó unos cinco minutos y se sentó a mi lado. Comenzamos a hablar sobre lo ocurrido y no sé porque volvimos a caer. Mis manos se aferraban a su rostro y las suyas a mis caderas. Cayó sobre mí como una mole mientras notaba su erección. En pocos minutos estábamos son nada de ropa, tan sólo la ropa interior. Su boca me hacía sentir escalofríos. No sabía como parar aquello, además no quería pararlo. Al notar que bajaba mis boxer me levanté del sofá.
-No, no quiero nada contigo.-Susurré contemplándome completamente desnudo.
-¿Entonces por qué me sigues el juego?-Sonrió levemente.
-Porque no sé reaccionar.-Respondí incorporándome un poco más.
-Iván es un mierdas, te ha jodido y sigues detrás de él.-Dijo tirándose como una bestia sobre mí.
-¿Qué quieres que haga? ¡Sólo dímelo y lo hago! Quiero quitarme esta obsesión de un plumazo, quiero ser libre mentalmente de este deseo y no ser un estúpido enamorado de algo imposible.-Mientras decía esto sentía sus labios por mi cuello, sus manos en mi entrepierna y el peso de su cuerpo sobre el mío.
-Yo te amo, deja que te haga mío.-Dijo robándome de nuevo un beso.
-No soy pasivo.-Comenté clavando mi mirada en la suya.
-Solo relájate.-Susurró para dejarme sin aliento nuevamente.
Nos levantamos de allí y nos fuimos a su habitación, usó algo pegajoso para deslizarse por mi interior. No sé que pensaba en esos instantes tan sólo me dejaba guiar. Hubo momentos de pavor cuando comenzó a entrar entre mis nalgas. El dolor no fue demasiado terrible, pude aguantarlo. Gozaba mientras me susurraba cuanto me amaba, deseaba y necesitaba. Sus movimientos me rompían en dos y el placer me embargaba. Mordí sus labios una y otra vez sintiendo su miembro en mí. Creo que hice mal pero era delicioso sentirse amado, correspondido en el acto y no un simple sueño. Es cierto que Héctor es muy guapo, tiene muy buen cuerpo y va a otro gimnasio desde hace años. Escogí otro lugar para formarme y distintos sitios para aprender mis técnicas para no estar tan apegado a él. Normalmente no se despegaba de mí y necesitaba mi espacio. Además se dedicaba a tocar la batería todo el día y eso da musculatura. Mil dudas vinieron a mi mente en esos instantes sin embargo no dejé de clamar mayor ritmo. Cuando se vertió yo también lo hice, casi en el mismo segundo.
-Te amo.-Susurró apartándose de mí.
-Sabes cuales son mis sentimientos y no han cambiado, Héctor.-Dije avergonzado de todo lo que había pasado.
-No me importa mientras que sigamos sintiendo atracción el uno por el otro.-Comentó besando dulcemente mi frente.
-Es que no quiero que vuelva a pasar.-Respondí notando aún el ritmo acelerado de mi corazón.
-Ya lo sé, amas a ese idiota.-Dijo frunciendo el ceño y arrojándose sobre mí, me ató de las muñecas.
-Por favor no hagas esto más difícil.-Supliqué.
-Salgamos juntos, no hay nada que perder y además no te presionaré para hacerlo formalmente.-Masculló.
-¡No!-Espeté.
-Dejaremos entonces de ser amigos, completamente desconocidos.-Dijo levantándose del lecho, arrojando las sábanas a un lado y a mi también. La ira parecía haberse apoderado de él.
-No quiero eso.-Recordé cada vez que me había ayudado, me había librado de muchos problemas gracias a su mano.
-Entonces acepta el trato.-Su mirada era el mismo infierno. Creo que entendí sus miradas de odio, mezcla de asesino en serie y de amargado sin sentimientos, hacia Iván.
-Lo haré, ahora déjame darme una ducha y volver a casa.-Me levanté algo mareado y con un temblor extraño en mis piernas.
-Te quiero.-Susurró abrazándome.
Después me duché y me fui. Camino de la tranquilidad de mi hogar, o mejor dicho vacío y aislamiento, tuve un mensaje de texto en el móvil. Era de Héctor diciéndome cuando me echaba de menos, que me deseaba y que estaba pletórico por lo que había sucedido. Yo le había visto salir con chicas, no era el tipo de marginado social que era yo. Fuera del instituto tenía algún que otro amigo sin embargo para él yo era su verdadera amistad. Me había presentado varias novias y no dudaba de que era heterosexual hasta apenas unos días. Nos conocimos en la guardería, según mi madre por una guitarra de juguete ya que ambos nos pegábamos por ella. ¿Quién le iba a decir que al final la batería sería su vida? Creo que ni él lo suponía en esos años. Éramos del mismo barrio, hace un par de meses sus padres se mudaron al piso donde viven ahora. Él no quiso dejar el instituto donde vamos así que toma un autobús por las mañanas para asistir a clases. Jamás imaginé poder estar con él, hacerle el amor o más bien hacérmelo él a mí. Al llegar a mi habitación mordisqueé unas galletas y decidí que el día había acabado por hoy. Eran las nueve de la noche y no tenía ganas de hacer nada más. Me sentía terriblemente confundido.
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