Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 26 de agosto de 2007

Las sombras de un miserable.

Imagen captura del juego silver of chaos




Capítulo primero



I. Así fui y así soy.
















Las apariencias siempre engañan y el primer juicio es inútil. Me convertí en un sabio del engaño y comencé mi legado en una ciudad nueva. Nadie me conoce realmente y quien lo hace fenece entre mis garras. Deambulo como un fantasma entre cadáveres que aún tienen un palpitante corazón. Estaba condenado a mi apatía y nada me producía emoción alguna, tan sólo la cetrería y jugar con las vidas de otros me seducía. He tenido mil nombres, aunque yo siempre consideré oportuno llamarme muerte. Mis ropas no son excéntricas ni fuera de lo común, soy bastante simple aunque sean telas caras, por ello no sobresalgo de la masa andante. Jamás imaginarían lo que soy cuando me siento a su lado y sonrío con una tímida sonrisa.

Nací hace quinientos años; en aquella época, era un gigante al lado de enclenques que apenas podían crecer más allá del metro y medio. Era el hijo del carpintero y herrero. Mi pobre padre se molía la espalda un rato creando herraduras y en otros hacía pequeñas obras de arte en madera. Mi madre lavaba la ropa de los nobles, las planchaba y las almidonaba, mientras criaba a los cuatro hijos que le sobrevivieron de diez partos. Vi muchas veces como se llevaban a mis hermanitos muertos con tan sólo semanas, también a los que nacían sin vida o los que sufrían la hambruna de algunos años. Yo era el mayor de todos y llevaría la herrería, me gustaba ayudar a mi padre. Era un chico feliz a pesar de la estrechez de ciertos en los que comer dos veces al día era algo imposible. Recuerdo un caballito hecho con madera, era mi único juguete, mi hermana tenía una marioneta y mis otros dos hermanos más pequeños unas peonzas.

Con quince años murió mi padre y con diecisiete mi madre. Mis hermanos pequeños contaban con diez años y mi hermana con quince. Ella se hizo con la casa y yo con la fragua junto con la carpintería, odiaba hacer mesas y sillas. Ninguno de nosotros fue demasiado tiempo a la escuela, sabías leer y poco más, pero éramos personas de una integridad especial. Ya no encuentro esos ideales en los jóvenes de hoy, piden cosas sin hacer mayor esfuerzo que un leve lloriqueo a sus padres. Aún puedo notar el frío, la nieve bajo mis botas y mi mirada perdida buscando algo de madera que no estuviera húmeda.

Una noche teniendo yo veinte años caí rendido por la fiebre sobre un montón de madera, había salido porque mis hermanos pequeños tenían frío y no me importaba exponerme para que ellos no enfermaran. Cuando desperté estaba en una cómoda cama de madera de roble, sábanas de seda y mi cuerpo totalmente desnudo. Ardía por la fiebre al igual que el fuego de la chimenea que se encontraba a mi derecha. La habitación tenía una ventana con un marco familiar, estaba seguro que lo hizo mi padre, y las cortinas se mecían levemente por la gélida brisa. Estaba demasiado mareado para moverme de allí y tan sólo pensaba en mi pequeña familia.

Cuando creía que permanecería en aquella habitación hasta mi muerte apareció un hombre de unos treinta años, no parecía un sirviente sino un duque o marqués. Se sentó a los pies de la cama y me contempló largo rato en silencio. Yo a penas podía respirar, tenía mucho sueño y estaba agotado. Parecía que era la muerte custodiando a su victima, aunque no llevara guadaña y su rostro fuera sereno además de hermoso. Se levantó hacia el quicio de la ventana para admirar la noche.

-Estabas tirado en la nieve, ibas a morir allí Alan.-Masculló dándose la vuelta con total parsimonia.-Te recogí no sé si por lastima o curiosidad. Eres el hijo de Dominick, quien me hizo todos los muebles incluyendo esa cama donde descansas. Él era un hombre de gran envergadura, pero no tanto, casi te aproximas a mi estatura. Yo provengo de la lejana Rusia y es normal mi estatura entre los de mi pueblo. Tú sin embargo te debes sentir extraño, como un gigante.-Sonrió aproximándose de nuevo hacia donde me encontraba.-Yo mido dos metros, creo que en unos siglos será normal ver gente de nuestra estatura.-Jamás pensé que llegara a tener razón. Hay ya chicos que rozan el metro noventa, que llegan sin problemas al metro ochenta y los más privilegiados sobrepasan los dos metros.-Me llamo Fiódor, soy el dueño de esta mansión a las afueras del pueblo y ahora serás mi huésped.-Masculló.-Soy médico, soy capaz de dar la vida a un enfermo como tú con mis propias manos.-Susurró apoyando sus manos sobre la almohada, su rostro estaba tan próximo a mí que podía notar su aliento y sus cabellos rozaban mi piel.-Era un hombre corpulento, de dos metros como bien dijo, con cabellos rizados de color de fuego junto con una mirada tan intensa que te destruía. Sus labios eran finos, y su piel tan pálida como las enaguas de mi hermana.-Tu padre es descendiente de mi pueblo, tus abuelos vinieron a Europa en busca de tierras y se quedaron en esta plácida ciudad.-Dijo en tono quedo.-Yo los conocía, como conocí a sus padres y a muchos de tus antepasados.-Me besó entonces en el cuello y su mordida de animal salvaje. La fiebre me impedía moverme y caí en una debilidad aún mayor.-Bebe ahora de este corte.-Se cortó levemente su cuello y por inercia, junto a esa típica la sed de moribundo, me aferré a tomar su sangre como alimento. Pronto recuperé la fuerza y vigor de días atrás, dejé de sentir punzadas agujereando mi cráneo y el mareo desapareció.-Soy Fiódor y seré tu maestro.-Dijo apartándome mientras se cerraba su herida como por arte de magia.-Eres mi elegido, eres mío. Haré que cuiden de tus hermanos, que les den ropas y alimentos, pero tú de aquí no debes salir.-Era una ordenanza, me estaba condenando a una prisión.

-¿Por qué no?-Interrogué.

-Porque el día te mataría y tu nula capacidad de encontrar presa te dejaría mermado en todos los sentidos. Debes aprender a mi lado para luego abandonarme si así crees correcto. Te he salvado la vida, se lo debía a tu padre que me protegió. Tan sólo cazo animales salvajes, algo de ganado si es imposible otra opción o algún estúpido como tú que se atreve a molestarme. No soy un asesino, ni una bestia, soy un ser humano que vivirá eternamente. Cazarás tan sólo humanos si es preciso, si se lo merecen como castigo a sus actos innobles y jamás para autosatisfacción.-Comentó sentándose en el marco de la ventana.-Óyeme bien renacuajo, he vivido más de doscientos años escapando a las manos ansiosas del hombre. No hay constancia de nosotros en escritos porque la mayoría no sabe lo que es una letra o un libro, pero sí oralmente y nos llaman bebedores de sangre o demonios.-Dijo malhumorado.-Lo siento, no tienes la culpa de que sea tan huraño y a veces me exaspere la sociedad.-Masculló.-Alan compréndeme.-Su mirada ya no me inquietaba tanto, parecía alguien interesante y que ayudaría a los míos.

-Gracias por salvarme.-Susurré aún confuso con toda la situación. Había odio hablar del hombre de la mansión cercana al desfiladero, aquel que era huraño y se encerraba en su mundo de libros. Muchos decían que era un vampiro, otros simplemente un chiflado y algunos que era solo una leyenda. Yo sabía la verdad y era cierto que tenía colmillos tan afilados como navajas, pero no era un loco y ni mucho menos violento.

Así comencé mi historia y a veces me pregunto si hubiera sido más noble morir que seguir viviendo. Sé que fui una carga para mi maestro, un torpe aprendiz, pero a él no le importaba. Sin duda alguna le había alejado de su soledad y su hostilidad hacia los humanos fue gradualmente cambiando, aunque jamás salió de sus posesiones. Creo que temía que supieran que era débil aun siendo más fuerte que diez hombres, era como un niño asustadizo lleno de sabiduría que solo cien ancianos tendrían en su haber. Conocía guerras que yo jamás había oído hablar y comenzadas con algo tan estúpido que una discusión de idiotas entre reyes. Hoy aún le echo de menos; me pregunto que diría sobre la marabunta de cráneos huecos que compran unas deportivas porque creen ser así mejores, seguramente que son tan estúpidos como aquellos que se pelean con sus hermanos por una herencia de diez centavos.

Cuento todo esto porque me apetecía, es como cuando alguien comienza un diario para desahogarse o contar sus penurias pasadas haciendo unas memorias. Yo lo hago por el siempre hecho de mera curiosidad. Soy como un ordenador, tengo una memoria espléndida pero a veces olvido como era el perfume que usaba mi madre y que creaba ella misma con algunas plantas silvestres. No creo que alguien lo lea, tampoco estoy dispuesto a ello porque nadie lo creería y si lo hacen serían meros locos habidos de fantasías. Quizás el motivo principal es la monotonía, que ya se hace pesado seguir vivo sin tomar los tramos agradables de la vida y mi vida tiene demasiados siglos.

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt