Capítulo primero
III. Amor ciego.
Tras varios años ya había leído todos los libros de la sala de lecturas, había tomado lecciones impresionantes en la compañía del que ahora era mi padre y conquisté la noche como ningún humano lo había hecho. Era un animal, uno con el medio, y me enloquecía corretear por los campos disfrutando de la total libertad. Los besos de Fiódor se volvieron habituales, sus caricias también e incluso una noche me entregué a él.
Estábamos ante la chimenea sin hacer absolutamente nada. él comenzó a besar mi cuello y yo dejé que hiciera lo que deseara, no podía resistirme a sus encantos. Mi aliento se entrecortaba por la excitación de su sangre, aquellas venas hinchadas con la vida de animales. Me senté sobre sus rodillas, tomé la iniciativa y Fiódor me abrazó. Adoraba la sensación de caída a los infiernos, mis entrañas se removían como si aún viviera y pudiera sentir mariposas. Sus labios eran dulces manchados con sangre y en instantes yacía en el suelo con él sobre mí. Me había arrojado con violencia y arrancado las ropas, lamía mi cuerpo por completo y yo sonreía. Mis colmillos rozaban los suyos, al igual que estos sobre mi piel. Tomé un sorbo de él para luego sentir que se llevaban parte de mi vida, él bebía de mí con virulencia para erectar su miembro. Sentí como entraba triunfante mientras un gruñido brotó de mi boca, clavé mis uñas en su espalda y su ritmo se hizo imposible de soportar. Notaba que me rompía en dos y también el calor de la sangre cayendo por sus fauces, regalándomela en cada beso. Salió de mí y me hizo posar mi cabeza sobre sus muslos, mi boca se abrió instintivamente y bebí de su entrepierna aquel líquido vital. Supe en esos instantes que podíamos tener sexo y que este, unido a beber sangre mientras nos apoderamos uno del otro, nos hacen tener espasmos de increíble placer.
Tras aquello besó mi rostro mil veces, sus manos acariciaban mi piel y caí agotado hasta la noche siguiente en la cual desperté sobre él. Estábamos en la cripta atados como verdaderos amantes, no como discípulo y maestro. Sus cabellos se enredaban con los míos, sus manos me sostenían y su mirada vociferaba satisfacción. Palpé sus labios en medio de la oscuridad contemplando el brillo de su afilada dentadura.
-Quiero ser terriblemente sincero contigo.-Susurró besando mi mano.
-No importa lo que digas, la noche pasada comprendí el lazo que nos une. Mi amor por ti es superior al del amor por cualquier humano.-Mascullé sonriendo.
-Espero que sea así, que entiendas porqué hice lo que hice y que no me guardes rencor.-Su mirada cambió, se volvió seria al igual que su rostro.
-Soy tu discípulo y nada de ti puede perturbarme, he aprendido a amarte a pesar de tus fallos.-Pensé que mató alguna victima inocente o quizás atormentó a algún humano. Eran nimiedades para el mal que albergábamos.
-Guarda la palabrería inútil, no servirá luego.-Fiódor parecía de hielo, presentía lo que iba a suceder dentro de su oscuro corazón.
-¿Qué hiciste?-Dije risueño pensando en cualquier niñería. Nunca le creí capaz de hacer daño, de dañar lo que más amaba.
-No ayudé a tus hermanos, es más tomé su vida en mis fauces para que nada te apartara de mí.-Masculló en mis oídos como un terrible secreto.
-¡¿Qué?!-Aquel grito retumbó la casa, sus cimientos se movieron y creo que se pudo escuchar a kilómetros a la redonda.
-Dejé que sus cuerpos se descompusieran lentamente en sus camas.-Ni siquiera le había dado santa sepultura. Aquello me bañó en un dolor terrible, mi amor se volvió odio.
-¡Maldito bastardo!-Rugí golpeando su pecho, haciendo que la tapa del cofre cayera al suelo.
-Lo hice por amor.-Susurró.
-¡Mátame ahora mismo o te mataré yo a ti!-Dije colérico.
-No lo comprendes, lo había previsto. Tienes las maletas preparadas y ropa limpia para que te vayas.-Respondió hierático, aunque su rostro era un mar de lágrimas sanguinolentas.
-¿Por qué lo hiciste?-Pregunté con una mezcla de sentimientos que aún no sé explicar.
-Por amor.-Dijo tomándome de mi mano, esa que había acariciado su rostro momentos atrás mientras ronroneaba de felicidad como un felino.
No podía matarlo, le amaba, pero no podía seguir a su lado, le odiaba, así que decidí limpiar la sangre con un balde de agua y vestirme para emprender mi viaje lejos de él. Caminé horas entre los prados en flor hasta llegar a una gruta tan profunda que me permitiría estar lejos de los rayos de sol. Tenía cientos de metros y una humedad insoportable. Lloré durante horas, me pregunté si hice bien y si era verdad todo. A la noche siguiente cacé un lobo seguí mi viaje, esta vez con rumbo marcado. Cuando llegué a mi antiguo hogar estaba intacto, había pasado una década y seguía igual. Al abrir la puerta no había cuerpos en sus camas, todo había desaparecido y tan sólo había una nota clavada en unas de las vigas de madera. En ella decía que mis hermanos se encontraban bien en el sur de Europa donde había mejor clima, que él se había encargado de su educación y que le perdonara por aquella mentira. La arranqué y tomé con mis propias manos para proseguir su lectura. En letras de una caligrafía horrenda, quizás por el nerviosismo, comentaba que todo había sido una prueba de amor, que si realmente le hubiera amado hubiera sido capaz de leer en su corazón toda la verdad. Sin perder ni un segundo corrí hacia su casa, dejé allí los bártulos y deseé que perdonara mi terquedad. Al llegar ya no estaba, no quedaban apenas muebles y su ataúd había desaparecido.
De esa noche solo tengo malos recuerdos, amargos. Durante años me quedé esperando su vuelta, que me perdonara y supiera que yo seguía allí. Apenas salía a alimentarme por si volvía sin aviso previo. Aún quedaban algunas de sus prendas y algo del perfume que solía usar. Solía dormir sobre estas rociando un poco del contenido del frasco, aquello me aliviaba y podía descansar unas horas. Fueron cien años los que le espere, cien años preso de un dolor terrible e incalculable.
III. Amor ciego.
Tras varios años ya había leído todos los libros de la sala de lecturas, había tomado lecciones impresionantes en la compañía del que ahora era mi padre y conquisté la noche como ningún humano lo había hecho. Era un animal, uno con el medio, y me enloquecía corretear por los campos disfrutando de la total libertad. Los besos de Fiódor se volvieron habituales, sus caricias también e incluso una noche me entregué a él.
Estábamos ante la chimenea sin hacer absolutamente nada. él comenzó a besar mi cuello y yo dejé que hiciera lo que deseara, no podía resistirme a sus encantos. Mi aliento se entrecortaba por la excitación de su sangre, aquellas venas hinchadas con la vida de animales. Me senté sobre sus rodillas, tomé la iniciativa y Fiódor me abrazó. Adoraba la sensación de caída a los infiernos, mis entrañas se removían como si aún viviera y pudiera sentir mariposas. Sus labios eran dulces manchados con sangre y en instantes yacía en el suelo con él sobre mí. Me había arrojado con violencia y arrancado las ropas, lamía mi cuerpo por completo y yo sonreía. Mis colmillos rozaban los suyos, al igual que estos sobre mi piel. Tomé un sorbo de él para luego sentir que se llevaban parte de mi vida, él bebía de mí con virulencia para erectar su miembro. Sentí como entraba triunfante mientras un gruñido brotó de mi boca, clavé mis uñas en su espalda y su ritmo se hizo imposible de soportar. Notaba que me rompía en dos y también el calor de la sangre cayendo por sus fauces, regalándomela en cada beso. Salió de mí y me hizo posar mi cabeza sobre sus muslos, mi boca se abrió instintivamente y bebí de su entrepierna aquel líquido vital. Supe en esos instantes que podíamos tener sexo y que este, unido a beber sangre mientras nos apoderamos uno del otro, nos hacen tener espasmos de increíble placer.
Tras aquello besó mi rostro mil veces, sus manos acariciaban mi piel y caí agotado hasta la noche siguiente en la cual desperté sobre él. Estábamos en la cripta atados como verdaderos amantes, no como discípulo y maestro. Sus cabellos se enredaban con los míos, sus manos me sostenían y su mirada vociferaba satisfacción. Palpé sus labios en medio de la oscuridad contemplando el brillo de su afilada dentadura.
-Quiero ser terriblemente sincero contigo.-Susurró besando mi mano.
-No importa lo que digas, la noche pasada comprendí el lazo que nos une. Mi amor por ti es superior al del amor por cualquier humano.-Mascullé sonriendo.
-Espero que sea así, que entiendas porqué hice lo que hice y que no me guardes rencor.-Su mirada cambió, se volvió seria al igual que su rostro.
-Soy tu discípulo y nada de ti puede perturbarme, he aprendido a amarte a pesar de tus fallos.-Pensé que mató alguna victima inocente o quizás atormentó a algún humano. Eran nimiedades para el mal que albergábamos.
-Guarda la palabrería inútil, no servirá luego.-Fiódor parecía de hielo, presentía lo que iba a suceder dentro de su oscuro corazón.
-¿Qué hiciste?-Dije risueño pensando en cualquier niñería. Nunca le creí capaz de hacer daño, de dañar lo que más amaba.
-No ayudé a tus hermanos, es más tomé su vida en mis fauces para que nada te apartara de mí.-Masculló en mis oídos como un terrible secreto.
-¡¿Qué?!-Aquel grito retumbó la casa, sus cimientos se movieron y creo que se pudo escuchar a kilómetros a la redonda.
-Dejé que sus cuerpos se descompusieran lentamente en sus camas.-Ni siquiera le había dado santa sepultura. Aquello me bañó en un dolor terrible, mi amor se volvió odio.
-¡Maldito bastardo!-Rugí golpeando su pecho, haciendo que la tapa del cofre cayera al suelo.
-Lo hice por amor.-Susurró.
-¡Mátame ahora mismo o te mataré yo a ti!-Dije colérico.
-No lo comprendes, lo había previsto. Tienes las maletas preparadas y ropa limpia para que te vayas.-Respondió hierático, aunque su rostro era un mar de lágrimas sanguinolentas.
-¿Por qué lo hiciste?-Pregunté con una mezcla de sentimientos que aún no sé explicar.
-Por amor.-Dijo tomándome de mi mano, esa que había acariciado su rostro momentos atrás mientras ronroneaba de felicidad como un felino.
No podía matarlo, le amaba, pero no podía seguir a su lado, le odiaba, así que decidí limpiar la sangre con un balde de agua y vestirme para emprender mi viaje lejos de él. Caminé horas entre los prados en flor hasta llegar a una gruta tan profunda que me permitiría estar lejos de los rayos de sol. Tenía cientos de metros y una humedad insoportable. Lloré durante horas, me pregunté si hice bien y si era verdad todo. A la noche siguiente cacé un lobo seguí mi viaje, esta vez con rumbo marcado. Cuando llegué a mi antiguo hogar estaba intacto, había pasado una década y seguía igual. Al abrir la puerta no había cuerpos en sus camas, todo había desaparecido y tan sólo había una nota clavada en unas de las vigas de madera. En ella decía que mis hermanos se encontraban bien en el sur de Europa donde había mejor clima, que él se había encargado de su educación y que le perdonara por aquella mentira. La arranqué y tomé con mis propias manos para proseguir su lectura. En letras de una caligrafía horrenda, quizás por el nerviosismo, comentaba que todo había sido una prueba de amor, que si realmente le hubiera amado hubiera sido capaz de leer en su corazón toda la verdad. Sin perder ni un segundo corrí hacia su casa, dejé allí los bártulos y deseé que perdonara mi terquedad. Al llegar ya no estaba, no quedaban apenas muebles y su ataúd había desaparecido.
De esa noche solo tengo malos recuerdos, amargos. Durante años me quedé esperando su vuelta, que me perdonara y supiera que yo seguía allí. Apenas salía a alimentarme por si volvía sin aviso previo. Aún quedaban algunas de sus prendas y algo del perfume que solía usar. Solía dormir sobre estas rociando un poco del contenido del frasco, aquello me aliviaba y podía descansar unas horas. Fueron cien años los que le espere, cien años preso de un dolor terrible e incalculable.
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