Capítulo tercero.
I. Ilusiones de adolescente.
Quiero confesar como mi soledad se incrementó, como me sentí lleno de pecado y dolor. No sé bien por donde empezar, creo que debería definir bien al joven que hizo posible mi pesar. Imaginen a un muchacho esbelto de un metro setenta y siete de altura, ojos cafés de mirada inquietante, piel clara y suave, cabellos rubios y bajo estos un cerebro prodigioso. Quizás piensen que estoy describiendo a un ángel, pero existe realmente y se llama Ezequiel. Tropecé con él cuando buscaba una presa con la cual alimentarme. Él caminaba sin prisa por la ciudad, parecía uno de los míos, aunque seguía tan vivo como muerta su alma. Vestía ropas anchas tan oscuras que le daban forma de Parca, de sus orejas colgaban unos diminutos altavoces que susurraban cánticos despóticos contra la humanidad. Su rostro estaba sereno y a la vez sumergido en un caos de dolor o inseguridad. Me aproximé a él sin que notara mi presencia, me movía rápido captando todo lo que era. A simple vista no podía ser mi victima, era demasiado hermoso y creativo, todo un artista en potencia que yo no podía apartar de su camino.
Tuve que apartarme y luchar contra mi mismo. Regresé a casa sin probar bocado. Comencé a escribir y a escribir, cientos de folios salían de la nada. Mis ideas, mis palabras, todas convergían a él. Durante meses lo busque, lo contemplé y supe todo sobre él. Era estudiante de arte, pintaba y tocaba la guitarra eléctrica. Solía salir de noche para tomar ideas para sus composiciones. Sus amigos solían ser pocos y bastante cercanos, aunque amaba la soledad. Me agradaba su filosofía de amar a sus ideales por encima de todo, de guerrero impasible ante el terror mismo. Era de ese tipo de hombres desafiantes, seguros de si mismos y llenos de orgullo por lo que son. Me atraía y deseé crearlo para que me acompañara en la noche.
Me presenté un día cualquiera en medio de una lluvia persistente, que caía desde hacía varias horas sobre la grotesca figura de la ciudad. Nuestras miradas se cruzaron, su corazón bombeó ajetreadamente mientras el mío era inaudible incluso para mí. Mis pasos fueron serenos, como una danza, mientras dejaba que el agua me lavara. Sentía el frío, el aire acariciando mis mejillas y las gotas salpicando mi piel húmeda. Él se cubría bajo un paraguas, y noté como temblaba su mano intentando agarrarlo con firmeza.
-Buenas noches Ezequiel.-Murmuré al pasar justo por su lado. Su paraguas cayó y la lluvia rozó su piel.
Fue nuestro primer encuentro, no hubo más y yo quería ver su reacción ante mi piel aún más pálida que la suya. Se puede llamar experimento. Él logró derribar todas mis expectativas. No dijo nada, quedó confuso y recogió aquel chisme para seguir con su marcha. Reí descaradamente, las carcajadas me dejaban sin aliento y aguacero se volvió más violento con tormenta eléctrica. Comencé a correr dejando que mis pies golpearan los charcos que se interponían en mi marcha. Al llegar a mi guardia me sentía feliz, había desconcertado al hombre de hielo.
Noches más tarde me presenté en el local donde tocaba con su banda, le miré clavando mis ojos en él. Yo parecía un chico más, joven y lleno de vida, aunque realmente soy la misma muerte y juego con los peones del tablero a mi antojo. Cuando bajó del escenario se acercó a mí, su mirada era puro fuego e inquietud.
-¿Quién eres?-Dijo arrogante.
-La muerte.-Reí socarronamente burlándome de él.
-¿Por qué me seguías?-Comentó enfureciéndose.
-Me atraes, como persona me atraes. Soy novelista y me dedico a captar detalles de nuevos personajes. Sé que eres pintor además de guitarra, que a veces compones y que eres peculiar. Solo eso.-Mentía, pero nadie notaría el contraste con la verdad. Quería que fuera mi novicio, mío y de nadie más.
-No te quiero ver más por este local.-Respondió como si el mundo estuviera bajo sus dominios.
-¿Eres dueño de este local? ¿De las calles? ¿Del mundo? ¿De mis acciones? No seas arrogante, estúpido y enloquecido con la idea de que te persigo, tan sólo nos hemos visto en varias ocasiones aunque tu no te has dado cuenta. Maldito niñato, espero que aprendas a controlar tu egocentrismo y tus paranoias.-Comenté haciéndome el resentido, se me daba bien actuar.
-Vaya, tienes dos huevos.-Dijo tomando un trago del botellín de cerveza que llevaba en la mano.
-Idiota, creí que eras diferente.-Rugí.
-¿Diferente?-Interrogó desconcertado.
-También dibujo y había hecho varios bocetos, te quería como personaje estrella para mi novela. Quería tu físico y el arrojo que demuestras al subirte al escenario. Pero supongo que detrás de eso solo queda un humano infestado de vanagloria y egocentrismo.-Ataqué donde más le dolía.
-¿Me los puedes mostrar?-Curiosidad, la maravillosa curiosidad.
-Toma mi tarjeta, ven a mi apartamento y hablemos. Tan sólo estoy en la noche, durante el día salgo a hacer mis pequeños asuntos personales.-Dije sacando del fondo de mi chaqueta un pequeño recuadro de papel, donde tan sólo venía mi dirección junto a mi nombre.
-De acuerdo.-Comentó tomando la cartulina y yo desaparecí.
Fue el inicio de todo. Yo parecía un adolescente lleno de nervios, sueños y emociones inútiles. Deseaba tenerlo como discípulo y contemplarlo maravillado por su belleza. Era sin duda hermoso y mi alma opuesta. Quería sentir su masculinidad, su fuerza, para olvidar por siempre la soledad y el nombre de Fiódor. Pensé que quizás él me amaría, como yo amé a mi maestro, puesto que aunque era heterosexual él me mostró un mundo de placer. Todos podemos cambiar, sobretodo ante la sensación de ser comprendidos. Hacía años que no sentía los labios de un amante real, más bien varios cientos de años.
En mi regreso a mi pequeña mazmorra lejos de la ciudad, la sociedad, los cláxones, la contaminación y todo el caos que se desborda en Madrid, hice un boceto a mano alzada de él. Me quedó bastante realista y detallado, me gustaba. También hice alguno de su torso, espalda, ropas y armas. Tenía que aparentar ser un artista, un bohemio. Mi casa así lo parecía. No había demasiados muebles, pero sí cuadros y varios instrumentos. Aprendí como hacen los niños, por imitación, a ser un genio en el campo del arte. Los libros se amontonaban por todas las esquinas, mientras varias plantas de plástico aparentaban vida, al igual que yo.
I. Ilusiones de adolescente.
Quiero confesar como mi soledad se incrementó, como me sentí lleno de pecado y dolor. No sé bien por donde empezar, creo que debería definir bien al joven que hizo posible mi pesar. Imaginen a un muchacho esbelto de un metro setenta y siete de altura, ojos cafés de mirada inquietante, piel clara y suave, cabellos rubios y bajo estos un cerebro prodigioso. Quizás piensen que estoy describiendo a un ángel, pero existe realmente y se llama Ezequiel. Tropecé con él cuando buscaba una presa con la cual alimentarme. Él caminaba sin prisa por la ciudad, parecía uno de los míos, aunque seguía tan vivo como muerta su alma. Vestía ropas anchas tan oscuras que le daban forma de Parca, de sus orejas colgaban unos diminutos altavoces que susurraban cánticos despóticos contra la humanidad. Su rostro estaba sereno y a la vez sumergido en un caos de dolor o inseguridad. Me aproximé a él sin que notara mi presencia, me movía rápido captando todo lo que era. A simple vista no podía ser mi victima, era demasiado hermoso y creativo, todo un artista en potencia que yo no podía apartar de su camino.
Tuve que apartarme y luchar contra mi mismo. Regresé a casa sin probar bocado. Comencé a escribir y a escribir, cientos de folios salían de la nada. Mis ideas, mis palabras, todas convergían a él. Durante meses lo busque, lo contemplé y supe todo sobre él. Era estudiante de arte, pintaba y tocaba la guitarra eléctrica. Solía salir de noche para tomar ideas para sus composiciones. Sus amigos solían ser pocos y bastante cercanos, aunque amaba la soledad. Me agradaba su filosofía de amar a sus ideales por encima de todo, de guerrero impasible ante el terror mismo. Era de ese tipo de hombres desafiantes, seguros de si mismos y llenos de orgullo por lo que son. Me atraía y deseé crearlo para que me acompañara en la noche.
Me presenté un día cualquiera en medio de una lluvia persistente, que caía desde hacía varias horas sobre la grotesca figura de la ciudad. Nuestras miradas se cruzaron, su corazón bombeó ajetreadamente mientras el mío era inaudible incluso para mí. Mis pasos fueron serenos, como una danza, mientras dejaba que el agua me lavara. Sentía el frío, el aire acariciando mis mejillas y las gotas salpicando mi piel húmeda. Él se cubría bajo un paraguas, y noté como temblaba su mano intentando agarrarlo con firmeza.
-Buenas noches Ezequiel.-Murmuré al pasar justo por su lado. Su paraguas cayó y la lluvia rozó su piel.
Fue nuestro primer encuentro, no hubo más y yo quería ver su reacción ante mi piel aún más pálida que la suya. Se puede llamar experimento. Él logró derribar todas mis expectativas. No dijo nada, quedó confuso y recogió aquel chisme para seguir con su marcha. Reí descaradamente, las carcajadas me dejaban sin aliento y aguacero se volvió más violento con tormenta eléctrica. Comencé a correr dejando que mis pies golpearan los charcos que se interponían en mi marcha. Al llegar a mi guardia me sentía feliz, había desconcertado al hombre de hielo.
Noches más tarde me presenté en el local donde tocaba con su banda, le miré clavando mis ojos en él. Yo parecía un chico más, joven y lleno de vida, aunque realmente soy la misma muerte y juego con los peones del tablero a mi antojo. Cuando bajó del escenario se acercó a mí, su mirada era puro fuego e inquietud.
-¿Quién eres?-Dijo arrogante.
-La muerte.-Reí socarronamente burlándome de él.
-¿Por qué me seguías?-Comentó enfureciéndose.
-Me atraes, como persona me atraes. Soy novelista y me dedico a captar detalles de nuevos personajes. Sé que eres pintor además de guitarra, que a veces compones y que eres peculiar. Solo eso.-Mentía, pero nadie notaría el contraste con la verdad. Quería que fuera mi novicio, mío y de nadie más.
-No te quiero ver más por este local.-Respondió como si el mundo estuviera bajo sus dominios.
-¿Eres dueño de este local? ¿De las calles? ¿Del mundo? ¿De mis acciones? No seas arrogante, estúpido y enloquecido con la idea de que te persigo, tan sólo nos hemos visto en varias ocasiones aunque tu no te has dado cuenta. Maldito niñato, espero que aprendas a controlar tu egocentrismo y tus paranoias.-Comenté haciéndome el resentido, se me daba bien actuar.
-Vaya, tienes dos huevos.-Dijo tomando un trago del botellín de cerveza que llevaba en la mano.
-Idiota, creí que eras diferente.-Rugí.
-¿Diferente?-Interrogó desconcertado.
-También dibujo y había hecho varios bocetos, te quería como personaje estrella para mi novela. Quería tu físico y el arrojo que demuestras al subirte al escenario. Pero supongo que detrás de eso solo queda un humano infestado de vanagloria y egocentrismo.-Ataqué donde más le dolía.
-¿Me los puedes mostrar?-Curiosidad, la maravillosa curiosidad.
-Toma mi tarjeta, ven a mi apartamento y hablemos. Tan sólo estoy en la noche, durante el día salgo a hacer mis pequeños asuntos personales.-Dije sacando del fondo de mi chaqueta un pequeño recuadro de papel, donde tan sólo venía mi dirección junto a mi nombre.
-De acuerdo.-Comentó tomando la cartulina y yo desaparecí.
Fue el inicio de todo. Yo parecía un adolescente lleno de nervios, sueños y emociones inútiles. Deseaba tenerlo como discípulo y contemplarlo maravillado por su belleza. Era sin duda hermoso y mi alma opuesta. Quería sentir su masculinidad, su fuerza, para olvidar por siempre la soledad y el nombre de Fiódor. Pensé que quizás él me amaría, como yo amé a mi maestro, puesto que aunque era heterosexual él me mostró un mundo de placer. Todos podemos cambiar, sobretodo ante la sensación de ser comprendidos. Hacía años que no sentía los labios de un amante real, más bien varios cientos de años.
En mi regreso a mi pequeña mazmorra lejos de la ciudad, la sociedad, los cláxones, la contaminación y todo el caos que se desborda en Madrid, hice un boceto a mano alzada de él. Me quedó bastante realista y detallado, me gustaba. También hice alguno de su torso, espalda, ropas y armas. Tenía que aparentar ser un artista, un bohemio. Mi casa así lo parecía. No había demasiados muebles, pero sí cuadros y varios instrumentos. Aprendí como hacen los niños, por imitación, a ser un genio en el campo del arte. Los libros se amontonaban por todas las esquinas, mientras varias plantas de plástico aparentaban vida, al igual que yo.
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