Capítulo segundo
II. Lo cotidiano.
Me dedicaba a pasear, deambular más bien, por las calles y a que otros llevaran mis asuntos. Me había enriquecido con la bolsa y a costa de tomar las pertenencias de los que tocaba con mis manos. Era la nueva parca, de ciudad en ciudad. Decidí comprarme un automóvil y moverme hábilmente entre las ciudades cercanas, mi coto de caza se ampliaba. Pero esto no fue hasta hace unos años, más bien una década. Suelo camuflarme en las calles llenas de pinturas urbanas, chicos con los pantalones caidos o pálidos para aparentar ser uno de los míos. En todos los siglos de existencia me he topado con pocos de mi especie, y todos han huido de mí. Parece cierto lo que me comentó en sus tiempos mi maestro, dijo que los vampiros no nos llevamos bien entre nosotros a no ser que seamos fruto del amor.
He buscado a Fiódor por toda Europa, Asia, América e incluso en algunos países de África del norte y central. No he encontrado nada, ni una prueba de alguien que lo viera con vida. Es como si se lo hubiera tragado la tierra. Y yo no me resigno, no puedo decir hasta aquí llegó su historia en la mía. Quiero pedirle perdón, aunque no me quede en sus brazos. Me muevo por el mundo como si fuera un duque, un marqués, un hombre de negocios o un chico que estudia en horario nocturno en una facultad privada. Estoy cansado, más bien aniquilado. Tengo deseos de contemplar a Fiódor un instante y decirle lo importante que fue para mí, que me alentó y me regaló algo de valor incalculable. Aún sigo su búsqueda a pesar que en ella creé a un chico, un joven, pero eso aún no tengo porque revelarlo y me centraré a la soledad que me acarreaba el silencio de la mañana.
Cuando me tumbo en mi cama con todas las persianas echadas, hecho mi pequeño apartamento un búnquer, me siento hundido en un mar de amargura. Antes, en la pequeña época en la cual estuve atado a mi amante, era distinto. Sucumbía a un mundo extraño, de sueños agónicos. Pensaba en mil cosas antes de caer en la pesadez de mis párpados. Rememoraba viejos momentos como la nieve cayendo sobre los campos, el aroma de las flores silvestres, el seductor canto del trino de los árboles, el canto de los grillos, la melodía del riachuelo de las montañas, el crujido de las tablas de la vieja casa, mis hermanos, el aire caliente de la forja, mi cama de paja, el ataúd, el frío del invierno pegándose a mi piel, la lecha y la chispa de vida del fuego junto a la mirada penetrante de Fiódor. El erotismo de la última noche se fundía bajo mi piel, recordaba sus movimientos rápidos mientras bebía de mí. Al despertar lo hacía con una sonrisa amarga, pues sabía que eso no lo podía volver a tener.
Me movía luego en mi habitáculo, parecía un animal encerrado en una jaula, y mascullaba sus palabras acerca de la vida, de la religión, de la fe, la filosofía y los inventos que los humanos quizás algún día crearían. Siempre presente, siempre. Su nombre se agarraba a mi garganta, se trababa en mi lengua y acababa llorando como un niño.
Durante el resto de la jornada paseaba, tomaba a mi victima y correteaba por la jungla para volver al hogar y ver la teletienda. ¿Cómo podían tragarse aquello? ¿Quién? Solteros amargados sin nada en la vida, amas de casa hartas de esperar a sus maridos de una juerga con una furcia, un adolescente depresivo que no puede dormir, insomnes o simples enganchados al nuevo dinero de plástico…sí, seguramente eran ellos los que llenaban los bolsillos de aquellos que exponían pelapatatas como una obra de Miguel Ángel. Yo no compraba nada, tan sólo lo veía por puro aburrimiento. En ocasiones leía libros, robaba o compraba alguno que otro. Los periódicos y tebeos eran un entretenimiento innatural, la fantasía de aquellos seres eran como los políticos. Muchos se creían superhéroes y en realidad eran villanos, falsos y embusteros hasta creerse su propia mentira. Me fascinaba como manipulaban a los votantes haciéndoles creer lo increíble, además de hacer la mentira en verdad. La codicia les llevaba a extremos claramente fascistas. En una época tan liberal decirle a alguien que debe creer es inconcebible cuando los hechos hablan solos. Es como creer en un Dios solo porque tu padre te dice que es bueno, que él cree y así debe ser. O cuando en la misa te dicen que Dios te escucha, rezas durante años y nada bueno pasa en tu vida. Tú eres quien forjas el destino, tú y nadie más. El ser humano lo forja, no un dios o un político endiosado. Creo que por todo esto veía la teletienda, al menos no era tan destructivo gastarse dinero en una manta eléctrica que no usaras o en una toalla horrenda además de mala calidad. Me obsesionaba lo simples y complicados que se creían, se movían por un sentimiento fijo que les rigiera. Al igual que colegialas que persiguen a un chico guapo, pero vacío, simplemente porque creen que es su ideal de hombre. Eran patéticos y aún así quería ser como ellos, les amaba y odiaba a la vez o más bien deseaba estar en su lugar y sentir todo de nuevo, como si fuera un niño pequeño aprendiendo a andar. Además de todo esto a veces iba a los cines, sesiones de madrugada, a ver películas basadas en libros o en la vida “real”. Todo para comprenderlos, para comprender una época que no me comprendería a mí, como jamás me comprendió nadie.
¿Sería más fácil convivir o conllevar todo si él estuviera a mi lado? No lo sé, quisiera saberlo y que me guiara. Aunque consiga un acompañante eterno, uno que no dure horas o años, me sentiría vacío porque parte de mi historia es él y sin él hay algo que no encaja. Sé que se fue antes de que me diera lecciones valiosas y no lo supe ver. Sabía que él no era como yo, el yo en el que me he convertido, sino un ser con escrúpulos y lleno de temores a hacer daño a alguien inocente. Sin embargo creí sus palabras, creí que mató a mi familia. Fui un idiota, quizás solo lo busco para pedir perdón como ya he dicho, o para sentirme bien conmigo mismo, síntoma de egoísmo y de que sigo siendo humano en parte. El egoísmo aflora como las flores en primavera, en alguna parte del mundo donde el hormigón deja lugar para la flora.
Hace mucho que no río, es algo que me he dado cuenta, con él lo hacía con sus ocurrencias. Ahora apenas nada me hace reír, pero sí llorar. Lloré cuando creé a mi vampiro y esa es la parte que voy a comenzar a contar, nuestro primer contacto. Estoy seguro que lo hice por el mismo egoísmo que nace en mis entrañas, un egoísmo a tener algo para no estar solo. Por ello se podría denominar al hombre como el animal que se mueve por instintos egoístas, da igual la meta o los medios, porque siempre es por lo que él quiere y no por lo que desean los demás.
Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
Un saludo, Lestat de Lioncourt
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.
Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.
Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)
Un saludo, Lestat de Lioncourt
ADVERTENCIA
Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.
~La eternidad~ Según Lestat
jueves, 30 de agosto de 2007
Las sombras de un miserable.
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