Ouran, imagen de fanart de deviantart
Capítulo tercero
Epicentro de Sentimientos.
Me recosté a su lado y contemplé su belleza bañándolo con caricias sobre sus ropas. No comprendía como algo tan hermoso no podía contemplarse a si mismo, era el mayor de los castigos sin duda alguna. Yo me había puesto mi kimono de gala y el espejo del fondo reflejaba nuestras siluetas sobre el camastro. Le levanté y advertí entonces la diferencia de estatura entre ambos, él me llegaba por el pecho y su fragilidad deslumbraba a mi lado. Le hice caminar aferrado a mí hasta contemplar nuestro reflejo. Observe su rostro con sus ojos perdidos en un profundo averno; entonces tomé una flor, de un jarrón que tenía junto a una pintura de mi madre, y se la puse el lado derecho enredándola con sus cabellos de noche. Lo tomé por la cintura mientras mordía su cuello contemplando su rostro inexpresivo.
-Eres tan hermosa.-Mascullé aferrándome a su cuerpo un poco más, parecía una serpiente enroscándome en la rama de un árbol.
-Me siento humillado cuando me tratas en femenino, podrías hacerlo en masculino y sería feliz.-Susurró en un tono de voz casi inaudible.
-Ya hemos discutido sobre ello.-Dije molesto.
-No me lo recuerdes.-Frunció el ceño y se mordió el labio. Hasta ahora había permanecido insensible a todo.
-Te llevaré a mi hogar cuando acabe este conflicto, no creo que duré más de unas semanas.-Besé levemente su rostro. Tenía una piel tan suave, tan fina y delicada, que era exquisita y se apoderaba de mí el deseo de tocarla.
-Lleváis en ello un año, dudo que se aproxime el fin tan pronto.-
-No sabes cuanto deseo tenerte en mis dominios, pasear contigo por el jardín y apoyar mi espalda en los cerezos en flor mientras tú te recuestas sobre mí. Naoko seré feliz gracias a ti, apartaré la sombra de la soledad y me iluminaré con tu compañía.-Susurré rodeándolo con ansias.
-No te has molestado por saber nada de mí y hablas de que soy tu luz.-Sus cabellos olían a flores y aún estaban empapados.
-Sé todo lo que tengo que saber.-Dije sonriendo admirándonos frente al espejo.
-Sólo mi nombre y lo cambias por otro.-Respondió.
-Por uno más adecuado a tu belleza.-Mascullé girándolo hacia mí. Aquel rostro de porcelana preciada me enloquecía.
-A la obediencia que desees que muestre, pero estoy harto de que me uses y luego me pidas clemencia.-Dijo reprochándome su esclavitud.
-Cállate o será peor.-Dije calmado, si bien por dentro ardía en una furia casi divina.
-¿Si soy tu Naoko dejarás al menos de clamarme sexo a diario?-Esa pregunta me desconcertó. Él era un prostituto, ahora un concubino de lujo, y aún así pedía menos sexo. No lo entendía, era su obligación.
-¿Qué tiene de malo? Ambos disfrutamos.-Respondí surcando sus labios con un leve roce.
-Yo no.-Fue sincero, lo había notado pero pretendía ocultarlo por las consecuencias negativas que podrían haber hacia mí. No quería dejar de ser el gran amante que era ante los ojos de cientos de mujeres.
-Insinúas que soy mal amante, ¿no es cierto?-Dije arqueando las cejas mientras él posó una de sus manos sobre mi rostro.
-No es eso, simplemente no siento nada. Creo que es porque me infundes terror.-Noté que su voz tenía matices de tristeza, odio y una sensación extraña que no lograba entender.
-¿Terror?-Indagué besando sus manos. No me sorprendió lo delicadas que eran, tan suaves como su rostro, y finas como las de una mujer.
-Tu voz grave, tu musculatura, tu tamaño y sobretodo esas garras tan enormes que me usan como si fuera un muñeco.-Respondió aferrándose con su otra mano a mi cuello.
-¿Quieres que sea delicado? El sexo de un buen varón es brusco e impredecible, deben saber quien domina y cuanto desea someter.-Es lo que me habían enseñado.
-Me has dañado por culpa de ese sexo, estoy seguro que disfrutaría si fueras más tenue.-Mis brazos cayeron de su cintura hasta sentir sus nalgas.
-Habla en femenino, odio que hables como si fueras un hombre.-Dije.
-¿Qué harás cuando me crezca la barba? ¿Qué harás cuando me cambie la voz?-Preguntó algo inquieto.
-No creo que se vuelva más grave y sobre la barba dudo que salga demasiada, seguro que ya alcanzaste los diecisiete años hace mucho.-Respondí convencido de que tenía al menos diecisiete años.
-Tengo catorce años y voy a cumplir quince cuando los cerezos florezcan.-Sonrió levemente. Para que florecieran aún quedaba que pasara el frío invierno que acababa de comenzar.
-Imposible.-Comenté.
-¿Parezco mayor?-Interrogó.
-Sí, jamás estuve con alguien tan joven.-Me rodeaba el cuello y noté que estaba de puntillas.
-No pareces viejo.-Susurró apoyando su rostro contra mi pecho.
-Veinticinco años.-Dije incrédulo ante su sensualidad desbordante.
-¿Y aún no encontraste esposa?-Interrogó.
-Sí, lo hice, tú.-Mascullé firme en mis palabras.
-Te cansarás de mí, me dejarás y buscarás otro entretenimiento.-Dijo llorando.
-No será así, te lo prometo. Vayamos a comer algo, estas débil.-Comenté.
-¿Dónde?-Susurró apartándose de mi lentamente.
-Donde dan el rancho cada día, al comedor.-Dije tomándolo de su mano derecha. Realmente las mías comparadas con las suyas eran las de una bestia.
-¿Yo? ¿Contigo?-Comentó temeroso.
-Serás mi dulce esposa que vino a visitarme.-Respondí.
-¿Saben que eres soltero?-Preguntaba mientras se apoyaba en mí caminando hasta fuera de la tienda.
-No saben nada de mi vida.-Comenté.
-Y dan la suya por ti, irónico.-Susurró.
Caminamos por medio del campamento y nadie notó que no fuera una mujer real, mucho menos su ceguera. Parecía una ilusión ante tanta destrucción. Al entrar en la tienda donde comíamos, bebíamos y nos distraíamos con canciones de guerra compuestas por nosotros mismos, todos lo miraron. Yo tan sólo dije muchachos os presento a mi hermosa esposa Naoko. Él se ruborizó al instante mis palabras como si tuvieran importancia, más de las que tenían en realidad. Lo senté en una mesa en soledad y pedí un cuenco de arroz para ambos, algo de pescado y saque. Cuando regresé dos hombres conversaban con él, me enfurecí pues era mío y no de ellos, pero al verme se apartaron y corrieron hasta sus asientos.
-¿Qué querían?-Interrogué celoso.
-Saber si das tanto miedo en la soledad de la tienda como en el campo de batalla.-Murmuró atusándose la melena hacia un lado.
-¿Qué has dicho?-Dije curioso.
-Que eras un guerrero, que la impronta del miedo era por tu orgullo y valor.-Respondió con una sonrisa bastante amplia. Sus dientes eran blancos, muy blancos, y su boca era perfecta.
-Gracias.-Susurré.
-Dame mi alimento, sé comer sola.-Habló en femenino y me chocó, aunque yo mismo le había pedido que lo hiciera. Quería negarme a mi mismo que me gustaba un hombre, mucho menos un chico ciego.
Al regreso a nuestra tienda cerré bien y apagué la luz dejando solo una vela. Él se desnudó y me enloqueció. Me aproximé a él mientras palpaba la cama para poder descansar.
-Estoy cansada.-Balbuceó.
-Me he dado cuenta de que tu voz cambia cuando hablas en femenino, no te obligaré más a ello.-Susurré.
-Gracias.-Respondió para besarme. Su boca era un pecado delicado y febril.
-Te deseo.-Dije cayendo junto a él sobre la cama.
-Déjame descansar.-Suplicó y obedecí. Me recosté a su lado y quedamos dormidos esperando la mañana. Yo no me terminé de quitar la ropa y las sábanas cubrían su cuerpo.
-Eres tan hermosa.-Mascullé aferrándome a su cuerpo un poco más, parecía una serpiente enroscándome en la rama de un árbol.
-Me siento humillado cuando me tratas en femenino, podrías hacerlo en masculino y sería feliz.-Susurró en un tono de voz casi inaudible.
-Ya hemos discutido sobre ello.-Dije molesto.
-No me lo recuerdes.-Frunció el ceño y se mordió el labio. Hasta ahora había permanecido insensible a todo.
-Te llevaré a mi hogar cuando acabe este conflicto, no creo que duré más de unas semanas.-Besé levemente su rostro. Tenía una piel tan suave, tan fina y delicada, que era exquisita y se apoderaba de mí el deseo de tocarla.
-Lleváis en ello un año, dudo que se aproxime el fin tan pronto.-
-No sabes cuanto deseo tenerte en mis dominios, pasear contigo por el jardín y apoyar mi espalda en los cerezos en flor mientras tú te recuestas sobre mí. Naoko seré feliz gracias a ti, apartaré la sombra de la soledad y me iluminaré con tu compañía.-Susurré rodeándolo con ansias.
-No te has molestado por saber nada de mí y hablas de que soy tu luz.-Sus cabellos olían a flores y aún estaban empapados.
-Sé todo lo que tengo que saber.-Dije sonriendo admirándonos frente al espejo.
-Sólo mi nombre y lo cambias por otro.-Respondió.
-Por uno más adecuado a tu belleza.-Mascullé girándolo hacia mí. Aquel rostro de porcelana preciada me enloquecía.
-A la obediencia que desees que muestre, pero estoy harto de que me uses y luego me pidas clemencia.-Dijo reprochándome su esclavitud.
-Cállate o será peor.-Dije calmado, si bien por dentro ardía en una furia casi divina.
-¿Si soy tu Naoko dejarás al menos de clamarme sexo a diario?-Esa pregunta me desconcertó. Él era un prostituto, ahora un concubino de lujo, y aún así pedía menos sexo. No lo entendía, era su obligación.
-¿Qué tiene de malo? Ambos disfrutamos.-Respondí surcando sus labios con un leve roce.
-Yo no.-Fue sincero, lo había notado pero pretendía ocultarlo por las consecuencias negativas que podrían haber hacia mí. No quería dejar de ser el gran amante que era ante los ojos de cientos de mujeres.
-Insinúas que soy mal amante, ¿no es cierto?-Dije arqueando las cejas mientras él posó una de sus manos sobre mi rostro.
-No es eso, simplemente no siento nada. Creo que es porque me infundes terror.-Noté que su voz tenía matices de tristeza, odio y una sensación extraña que no lograba entender.
-¿Terror?-Indagué besando sus manos. No me sorprendió lo delicadas que eran, tan suaves como su rostro, y finas como las de una mujer.
-Tu voz grave, tu musculatura, tu tamaño y sobretodo esas garras tan enormes que me usan como si fuera un muñeco.-Respondió aferrándose con su otra mano a mi cuello.
-¿Quieres que sea delicado? El sexo de un buen varón es brusco e impredecible, deben saber quien domina y cuanto desea someter.-Es lo que me habían enseñado.
-Me has dañado por culpa de ese sexo, estoy seguro que disfrutaría si fueras más tenue.-Mis brazos cayeron de su cintura hasta sentir sus nalgas.
-Habla en femenino, odio que hables como si fueras un hombre.-Dije.
-¿Qué harás cuando me crezca la barba? ¿Qué harás cuando me cambie la voz?-Preguntó algo inquieto.
-No creo que se vuelva más grave y sobre la barba dudo que salga demasiada, seguro que ya alcanzaste los diecisiete años hace mucho.-Respondí convencido de que tenía al menos diecisiete años.
-Tengo catorce años y voy a cumplir quince cuando los cerezos florezcan.-Sonrió levemente. Para que florecieran aún quedaba que pasara el frío invierno que acababa de comenzar.
-Imposible.-Comenté.
-¿Parezco mayor?-Interrogó.
-Sí, jamás estuve con alguien tan joven.-Me rodeaba el cuello y noté que estaba de puntillas.
-No pareces viejo.-Susurró apoyando su rostro contra mi pecho.
-Veinticinco años.-Dije incrédulo ante su sensualidad desbordante.
-¿Y aún no encontraste esposa?-Interrogó.
-Sí, lo hice, tú.-Mascullé firme en mis palabras.
-Te cansarás de mí, me dejarás y buscarás otro entretenimiento.-Dijo llorando.
-No será así, te lo prometo. Vayamos a comer algo, estas débil.-Comenté.
-¿Dónde?-Susurró apartándose de mi lentamente.
-Donde dan el rancho cada día, al comedor.-Dije tomándolo de su mano derecha. Realmente las mías comparadas con las suyas eran las de una bestia.
-¿Yo? ¿Contigo?-Comentó temeroso.
-Serás mi dulce esposa que vino a visitarme.-Respondí.
-¿Saben que eres soltero?-Preguntaba mientras se apoyaba en mí caminando hasta fuera de la tienda.
-No saben nada de mi vida.-Comenté.
-Y dan la suya por ti, irónico.-Susurró.
Caminamos por medio del campamento y nadie notó que no fuera una mujer real, mucho menos su ceguera. Parecía una ilusión ante tanta destrucción. Al entrar en la tienda donde comíamos, bebíamos y nos distraíamos con canciones de guerra compuestas por nosotros mismos, todos lo miraron. Yo tan sólo dije muchachos os presento a mi hermosa esposa Naoko. Él se ruborizó al instante mis palabras como si tuvieran importancia, más de las que tenían en realidad. Lo senté en una mesa en soledad y pedí un cuenco de arroz para ambos, algo de pescado y saque. Cuando regresé dos hombres conversaban con él, me enfurecí pues era mío y no de ellos, pero al verme se apartaron y corrieron hasta sus asientos.
-¿Qué querían?-Interrogué celoso.
-Saber si das tanto miedo en la soledad de la tienda como en el campo de batalla.-Murmuró atusándose la melena hacia un lado.
-¿Qué has dicho?-Dije curioso.
-Que eras un guerrero, que la impronta del miedo era por tu orgullo y valor.-Respondió con una sonrisa bastante amplia. Sus dientes eran blancos, muy blancos, y su boca era perfecta.
-Gracias.-Susurré.
-Dame mi alimento, sé comer sola.-Habló en femenino y me chocó, aunque yo mismo le había pedido que lo hiciera. Quería negarme a mi mismo que me gustaba un hombre, mucho menos un chico ciego.
Al regreso a nuestra tienda cerré bien y apagué la luz dejando solo una vela. Él se desnudó y me enloqueció. Me aproximé a él mientras palpaba la cama para poder descansar.
-Estoy cansada.-Balbuceó.
-Me he dado cuenta de que tu voz cambia cuando hablas en femenino, no te obligaré más a ello.-Susurré.
-Gracias.-Respondió para besarme. Su boca era un pecado delicado y febril.
-Te deseo.-Dije cayendo junto a él sobre la cama.
-Déjame descansar.-Suplicó y obedecí. Me recosté a su lado y quedamos dormidos esperando la mañana. Yo no me terminé de quitar la ropa y las sábanas cubrían su cuerpo.
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