Capítulo primero.
I. Descendí a los Infiernos.
Varios acontecimientos me hicieron dar un paso contrario a mis creencias, en vez de liberarme me he enclaustrado más en el armario de confesiones insólitas. Estoy blindado a la verdad. Todo comenzó hace aproximadamente dos meses, me encontraba apoyado en la ventana del que era mi apartamento con una taza de café con leche frío entre mis manos. La noche había sido increíble y el hombre que amaba aún estaba entre mis sábanas. La mayor locura había acontecido, sobre mi cuerpo aún había magulladuras por sus caricias. Me sentía pletórico.
Hacía más de cinco años que nos habíamos conocido en la facultad, entre cientos de libros de una biblioteca. Yo estudiaba matemáticas y él derecho. Nos hicimos amigos mientras nos confesábamos lo que éramos realmente. Había cambiado lugar, modo de vida y optado por una carrera para empezar de cero siendo yo mismo. No me importaba lo que pensaran sobre mi sexualidad. Él aún seguía en su ciudad natal, en casa de sus padres y respaldado por una familia materialista además de religiosa. Sin embargo él era como yo, un alma libre y le atraían los hombres. Caímos rendidos en la pasión, en un amor mutuo que afloraba día tras día y ahí nos quedamos estancados. Jamás salí a la luz, no fui realmente yo, y él me prohibía que lo hiciera en nuestro círculo privado. Ni nuestros amigos sabían de lo nuestro, eso me desconcertaba y me asfixiaba, sin bien no me importaba.
Era un hombre inteligente, educado, silencioso y que sabía calmar tu sufrimiento con pocas palabras o una mirada. Su rostro era hermoso, demasiado para ser real, y su cuerpo el de un dios griego. Cualquier ropa le quedaba bien, pero amaba vestir con traje y corbata. Sus ojos eran verdes, su piel canela y sus labios un sueño. Amaba jugar con sus cabellos, los tenía algo largos y a capa. Aún cuando lo recuerdo no puedo evitar excitarme, desearle y querer que me proteja. Sin duda el gimnasio pasaba factura y su figura se moldeaba cada vez mejor, aunque no tenía demasiados músculos porque yo los odiaba. Creo que siempre había sido protector con mis parejas, demasiado, y cuando lo hallé me dije a mi mismo que era hora de que me cuidaran a mí.
Durante la semana habíamos tenido un ligero distanciamiento por culpa de su trabajo, yo había quedado en paro y me dedicaba al hogar. Creía que era un bache tonto, que ya habría tiempo para los dos. Aquella noche había sido espectacular, no había cesado de desearme una y otra vez. Su mirada me hacía sentirme inferior y a la vez especial, único. Sabía que era suyo, completamente sumiso a sus deseos, y sin embargo no parecía sentirse feliz a mi lado. Por ello ese día de completo sexo parecía haber arreglado la monotonía.
Cuando despertó dijo que tenía que decirme algo, que lo iba a hacer antes de empezar con aquel sexo tan desesperado, pero que en realidad no podía. Me miró a los ojos, me acarició mis cabellos y me besó dulcemente en la frente. Después me pidió comprensión, que le entendiera y yo comencé a preocuparme sin saber bien el motivo. Entonces lo hizo, me dejó. El café se me resbaló de las manos, mis lágrimas me impedían ver nada y en mi garganta afloraban mil palabras de odio, sin embargo me quedé mudo. De estar en paz a faltarme el aire en un segundo. Él me abrazaba, sentía su aroma, pero ya no era mío. Todo mi mundo se rompía, todos mis sueños se desvanecían y quise evaporarme con ellos.
Después se vistió, tenía trabajo, y dijo que hablaríamos sobre lo que sucedería a partir de ese momento. Yo no quería hablar, me sentía usado y estúpido por creerme sus mentiras. Jamás pensé que durara por siempre, sin embargo él siempre decía que su amor era eterno. Cuando regresó yo seguía en la cama, el colchón estaba manchado de café y no me había movido de entre las sábanas. Estaba desnudo, taquicárdico, con el rostro empañado en agonía y mechones de mi melena por desparramados en la cama. Me había cortado el cabello, desde hacía cinco años no lo hacía por él.
Comenzó a hablar con la pared, yo no le oía, no quería saber nada de sus explicaciones absurdas sobre nosotros dos. Sin embargo todo fue a peor cuando dijo que se había comprometido con una chica del trabajo, era hija de un amigo de su padre y que eso le haría escalar posiciones. Nosotros también estábamos comprometidos, pero nadie lo sabía, y aquello me destrozó aún más. Me dio un par de semanas para abandonar el piso, encontrar otro y un trabajo.
Durante más de una semana no me levanté de aquel colchón, olía a él y a nuestra maravillosa noche de sexo salvaje. Él dormía en el sofá y rogaba que le perdonara. ¿Perdonar qué? No tenía nada que perdonar, él sí se tenía que perdonar y demasiadas cosas. Iba a casarse, formar una familia, con una mujer para aparentar lo que jamás sería. Abandonaba a alguien que amaba por tener más dinero, por ambición y se perdía a él mismo en todo aquel juego. Además del dolor de todo aquel asunto dijo que me debía de sentir feliz, porque él se sentía feliz y que eso era el amor. Yo dejé de hablar, no me veía con fuerzas para ello.
Una mañana me levanté, admití mi derrota, me duché y pasé la maquinilla por mis cabellos mal cortados. Sin embargo seguía sintiendo sus manos sobre mi piel, su aliento en mi nuca y su miembro entre mis nalgas. Normalmente era el sumiso, pocas veces me dejaba hacerle el amor. Me había convertido en alguien perfecto para él, algo distante a mi libertad y a todo lo que quería hacer en mis años de facultad. Hacía un año que había finalizado todo y lo máximo que había podido hacer era de profesor en una academia. Me solía decir que no importaba, que me mantendría mientras supiera cocinar y yo me reía como un idiota. Al salir de la ducha era un espectro, no me reconocí ante el espejo y volví a llorar.
El tiempo que me había dado era insuficiente para reponerme y él volvía de ver a la furcia que tenía como novia. Yo sin darme apenas cuenta le abrazaba o me refería a él cariñosamente, solía hacerlo y ya no debía. Me sentía un completo inútil que no podía dejar de amarlo. Él me huía, era normal, sin embargo yo le buscaba y me ponía histérico si no volvía a su hora. Seguía viviendo en una mentira, no quería aceptarlo porque me ahogaba en una profunda depresión. Si bien me solía decir: “¿qué haces? Ya no somos pareja” y yo quedaba en blanco. Todo el sufrimiento acabó cuando al despertar de una siesta, como si fuera una extraña pesadilla, me dirigí a él mientras veía la televisión, como un domingo cualquiera, y le besé con pasión. Cuando me aparté recordé todo y él me empujó, para luego ponerme las maletas en la puerta.
¿Qué podía hacer? Volver a casa de mis padres y buscar ofertas de empleo, además de admitir la realidad. Durante un mes apenas comía, era incapaz, y encontré por casualidad el empleo mientras revolvía la sopa. Mi padre tenía el periódico abierto y en uno de las noticias de empleo decían buscar profesor de matemáticas en un internado, decidí llamar y encaminar mi vida al silencio.
Al llegar aquí me sentí aislado y aún peor, sin embargo hice una amistad rápida con Saulo. Me hace sentir útil hablándome de las oportunidades de progresar en la enseñanza, aunque sea un sitio tétrico y asfixiante. Ahora tengo esperanza de conseguir algo de dinero para vivir fuera de estas paredes. Muchos de los profesores duermen en sus casas, otros como yo o mi nuevo amigo vivimos bajo este techo de agobiante religiosidad. Seguramente los padres de Andrés amarían este centro, lo verían como el ideal para sus nietos.
Mi vida empieza de cero, empezó más bien hace un par de semanas, para emprender una búsqueda constante de mi mismo. Si bien jamás me negaré lo que soy, homosexual, aunque aparente ser “normal”.
Hacía más de cinco años que nos habíamos conocido en la facultad, entre cientos de libros de una biblioteca. Yo estudiaba matemáticas y él derecho. Nos hicimos amigos mientras nos confesábamos lo que éramos realmente. Había cambiado lugar, modo de vida y optado por una carrera para empezar de cero siendo yo mismo. No me importaba lo que pensaran sobre mi sexualidad. Él aún seguía en su ciudad natal, en casa de sus padres y respaldado por una familia materialista además de religiosa. Sin embargo él era como yo, un alma libre y le atraían los hombres. Caímos rendidos en la pasión, en un amor mutuo que afloraba día tras día y ahí nos quedamos estancados. Jamás salí a la luz, no fui realmente yo, y él me prohibía que lo hiciera en nuestro círculo privado. Ni nuestros amigos sabían de lo nuestro, eso me desconcertaba y me asfixiaba, sin bien no me importaba.
Era un hombre inteligente, educado, silencioso y que sabía calmar tu sufrimiento con pocas palabras o una mirada. Su rostro era hermoso, demasiado para ser real, y su cuerpo el de un dios griego. Cualquier ropa le quedaba bien, pero amaba vestir con traje y corbata. Sus ojos eran verdes, su piel canela y sus labios un sueño. Amaba jugar con sus cabellos, los tenía algo largos y a capa. Aún cuando lo recuerdo no puedo evitar excitarme, desearle y querer que me proteja. Sin duda el gimnasio pasaba factura y su figura se moldeaba cada vez mejor, aunque no tenía demasiados músculos porque yo los odiaba. Creo que siempre había sido protector con mis parejas, demasiado, y cuando lo hallé me dije a mi mismo que era hora de que me cuidaran a mí.
Durante la semana habíamos tenido un ligero distanciamiento por culpa de su trabajo, yo había quedado en paro y me dedicaba al hogar. Creía que era un bache tonto, que ya habría tiempo para los dos. Aquella noche había sido espectacular, no había cesado de desearme una y otra vez. Su mirada me hacía sentirme inferior y a la vez especial, único. Sabía que era suyo, completamente sumiso a sus deseos, y sin embargo no parecía sentirse feliz a mi lado. Por ello ese día de completo sexo parecía haber arreglado la monotonía.
Cuando despertó dijo que tenía que decirme algo, que lo iba a hacer antes de empezar con aquel sexo tan desesperado, pero que en realidad no podía. Me miró a los ojos, me acarició mis cabellos y me besó dulcemente en la frente. Después me pidió comprensión, que le entendiera y yo comencé a preocuparme sin saber bien el motivo. Entonces lo hizo, me dejó. El café se me resbaló de las manos, mis lágrimas me impedían ver nada y en mi garganta afloraban mil palabras de odio, sin embargo me quedé mudo. De estar en paz a faltarme el aire en un segundo. Él me abrazaba, sentía su aroma, pero ya no era mío. Todo mi mundo se rompía, todos mis sueños se desvanecían y quise evaporarme con ellos.
Después se vistió, tenía trabajo, y dijo que hablaríamos sobre lo que sucedería a partir de ese momento. Yo no quería hablar, me sentía usado y estúpido por creerme sus mentiras. Jamás pensé que durara por siempre, sin embargo él siempre decía que su amor era eterno. Cuando regresó yo seguía en la cama, el colchón estaba manchado de café y no me había movido de entre las sábanas. Estaba desnudo, taquicárdico, con el rostro empañado en agonía y mechones de mi melena por desparramados en la cama. Me había cortado el cabello, desde hacía cinco años no lo hacía por él.
Comenzó a hablar con la pared, yo no le oía, no quería saber nada de sus explicaciones absurdas sobre nosotros dos. Sin embargo todo fue a peor cuando dijo que se había comprometido con una chica del trabajo, era hija de un amigo de su padre y que eso le haría escalar posiciones. Nosotros también estábamos comprometidos, pero nadie lo sabía, y aquello me destrozó aún más. Me dio un par de semanas para abandonar el piso, encontrar otro y un trabajo.
Durante más de una semana no me levanté de aquel colchón, olía a él y a nuestra maravillosa noche de sexo salvaje. Él dormía en el sofá y rogaba que le perdonara. ¿Perdonar qué? No tenía nada que perdonar, él sí se tenía que perdonar y demasiadas cosas. Iba a casarse, formar una familia, con una mujer para aparentar lo que jamás sería. Abandonaba a alguien que amaba por tener más dinero, por ambición y se perdía a él mismo en todo aquel juego. Además del dolor de todo aquel asunto dijo que me debía de sentir feliz, porque él se sentía feliz y que eso era el amor. Yo dejé de hablar, no me veía con fuerzas para ello.
Una mañana me levanté, admití mi derrota, me duché y pasé la maquinilla por mis cabellos mal cortados. Sin embargo seguía sintiendo sus manos sobre mi piel, su aliento en mi nuca y su miembro entre mis nalgas. Normalmente era el sumiso, pocas veces me dejaba hacerle el amor. Me había convertido en alguien perfecto para él, algo distante a mi libertad y a todo lo que quería hacer en mis años de facultad. Hacía un año que había finalizado todo y lo máximo que había podido hacer era de profesor en una academia. Me solía decir que no importaba, que me mantendría mientras supiera cocinar y yo me reía como un idiota. Al salir de la ducha era un espectro, no me reconocí ante el espejo y volví a llorar.
El tiempo que me había dado era insuficiente para reponerme y él volvía de ver a la furcia que tenía como novia. Yo sin darme apenas cuenta le abrazaba o me refería a él cariñosamente, solía hacerlo y ya no debía. Me sentía un completo inútil que no podía dejar de amarlo. Él me huía, era normal, sin embargo yo le buscaba y me ponía histérico si no volvía a su hora. Seguía viviendo en una mentira, no quería aceptarlo porque me ahogaba en una profunda depresión. Si bien me solía decir: “¿qué haces? Ya no somos pareja” y yo quedaba en blanco. Todo el sufrimiento acabó cuando al despertar de una siesta, como si fuera una extraña pesadilla, me dirigí a él mientras veía la televisión, como un domingo cualquiera, y le besé con pasión. Cuando me aparté recordé todo y él me empujó, para luego ponerme las maletas en la puerta.
¿Qué podía hacer? Volver a casa de mis padres y buscar ofertas de empleo, además de admitir la realidad. Durante un mes apenas comía, era incapaz, y encontré por casualidad el empleo mientras revolvía la sopa. Mi padre tenía el periódico abierto y en uno de las noticias de empleo decían buscar profesor de matemáticas en un internado, decidí llamar y encaminar mi vida al silencio.
Al llegar aquí me sentí aislado y aún peor, sin embargo hice una amistad rápida con Saulo. Me hace sentir útil hablándome de las oportunidades de progresar en la enseñanza, aunque sea un sitio tétrico y asfixiante. Ahora tengo esperanza de conseguir algo de dinero para vivir fuera de estas paredes. Muchos de los profesores duermen en sus casas, otros como yo o mi nuevo amigo vivimos bajo este techo de agobiante religiosidad. Seguramente los padres de Andrés amarían este centro, lo verían como el ideal para sus nietos.
Mi vida empieza de cero, empezó más bien hace un par de semanas, para emprender una búsqueda constante de mi mismo. Si bien jamás me negaré lo que soy, homosexual, aunque aparente ser “normal”.
1 comentario:
Excelente comienzo, la breve retrospección de Amaru es un buen punto de partida ;)
Continua!!
saludos
Publicar un comentario