Capítulo segundo.
III. La placentera esclavitud del deseo.
Era mi quinto día en aquella jaula y tan sólo quedaban dos días para comenzar con las clases. Me había levantado, duchado y desayunado mientras pensaba en todo lo sucedido hasta el momento. Mis compañeros eran agradables, podía soportar el peso del lugar, tenía un amante fiel a mis caricias que sin embargo no me hacía olvidar a Andrés, ahora yo soy Andrés y él mi estúpido reflejo, y responsabilidades que jamás había sospechado tomar, unos alumnos que necesitaban mi apoyo en un mundo destructivo. Saulo me seguía como un perrito faldero allá donde iba, entonces me di cuenta de que yo había sido así durante años. Pasaban las horas y hablé seriamente con mis alumnos, estaban todos, y como eran también los de mi compañero decidimos hablar ambos. Pedimos que fueran coherentes en las redacciones que les mandásemos; que la caligrafía y ortografía era esencial; que aprendieran a usar sus mentes no las ayudas externas, como calculadoras en el caso de mi asignatura, y que fueran atentos a nuestras explicaciones. Durante la charla observe a un chico de mirada firme, tenaz, que parecía afrontar su último año con decisión y no con temor. Sin duda alguna era uno de la lista rosada, pero no temblaba aunque sí insatisfecho con la situación. Después de clases decidí hablar a solas con él.
-Fermín, quédese deseo hablar con usted en privado.-Dije cuando deambulaba hacia la puerta, su mirada azabache se fijó en la mía y sus manos se convirtieron en puños. Estaba tenso y con la mirada de una fiera. Saulo salió al ver que le hice un gesto de que se marchara.
-Sí, profesor.-Masculló cuando el último había cerrado la puerta.
-Con esa actitud hacia todo no llegará hacia ninguna parte.-Mascullé.
-Usted no sabe nada, debería dejarme en paz.-Respondió herido.
-Eres de la lista rosa.-Dije apoyándome en la mesa que tenía a mis espaldas.
-¿Y? Me va a pegar, insultar o humillar. Si es así no tengo tiempo.-Estaba enrabietado, sin embargo es totalmente normal en este sitio.
-No, deseo preguntar si ingresas por voluntad propia.-Dije sereno, intentado que se diera cuenta que no era un enemigo.
-¿Está de broma? Jamás hubiera venido aquí, soy homosexual no un enfermo. Tengo novio, planes de salir y verlo de nuevo. No estoy por placer, no quiero que nadie me tache de lo que no soy y mucho menos unos reprimidos.-Respondió caminando hasta quedarse a corta distancia clavando sus ojos en mí.
-Yo estoy en contra de este sistema, vengo a dar clases porque no tengo dinero.-Argumenté.
-Entiendo, es tan esclavo como yo.-Susurró en voz baja.
-Sí, estoy en esta cárcel porque deseaba alejarme de la realidad y torturarme.-Dije recordando el porqué de mi entrada en la institución.
-La soledad es cruel después de un desengaño, solemos irnos corriendo de nuestros miedos y no afrontarlos. Todos somos así, no le juzgo.-Parecía haberme calado, era increíble.
-Debería decirte algo, pero no estoy seguro de que guardaras el secreto.-Susurré.
-De que es usted homosexual, ya lo sabía. Los homosexuales olemos a un igual a kilómetros.-Comentó en tono quedo a un palmo de mi rostro.
-Interesante.-Tragué saliva.
-No necesito apoyo, el resto de chicos sí.-Dijo dándome la espalda. Es delgado, un poco más alto que yo, ojos oscuros y piel muy clara. De su mirada salen chispas eléctricas y suele apretar los dientes cuando se ve acorralado. Sin duda es un animal de exposición. Jamás hasta aquel instante no me habían atraído los chicos de su edad, es muy joven y apenas llega a los diecisiete, sin embargo su cuerpo grita que lo posean y poseer a otro.
-Lo sé, por ello te pido que los vigiles y me informes.-Me aferré con mis manos a la mesa, quería quitarme los pensamientos sexuales de mi mente.
-¿Cómo?-Interrogó girándose.
-Sencillo. Si ves que tienen golpes, que se orinan en la cama o simplemente que cuando apoyas la mano en sus hombros tiemblan…-Mis ojos mantenían un duelo con los suyos y no logré acabar la frase, él me interrumpió.
-Ya sé, ya sé lo que quiere decirme.-Respondió.
-Estupendo.-Dije aliviado.
-Se lo diré, sin embargo no podrá hacer mucho.-Lo que decía era cierto, pero quería intentarlo.
-Este lugar es un infierno.-Comenté alejándome de la mesa y de él, me aproximé a la ventana y miré hacia el patio. Allí sentado en uno de los bancos se encontraba Saulo.
-Tranquilo Saulo seguro que le ayuda a que no sea tan duro.-Dijo acercándose hasta donde me hallaba.
-¿Por qué dices eso?-Pregunté sorprendido.
-Vi sus miradas hacia usted, soy muy observador.-Sonrió apoyándose en la pared.
-Entiendo.-Suspiré.
-No lo diré. Yo no quiero ser como mi padre y romper una pareja.-Comento.
-No somos pareja.-Respondí con tono de enfado.
-¿Solo sexo?-Preguntó sonriendo.
-Somos amigos, algo de sexo hay, pero lo importante es su amistad.-Dije mirando como Saulo parecía triste, afligido por algo, mientras forzaba una sonrisa en mi dirección.
-Es normal que se haya enamorado de usted, es bastante atractivo.-Murmuró y dejé de prestar atención a mi amante.
-Me adulas pero no te subiré las notas así.-Reí levemente mientras me alejaba de la ventana.
-Es verdad que es atractivo, también que Saulo parece enamorado.-Dijo.
-Creo que solo es un capricho, se le pasará.-Contesté intentando creer lo que decía.
-Yo suelo mirar así a mi chico, me dijo que me esperaría sin embargo creo que no lo hará.-Sus ojos parecían tornarse a un profundo matiz de pesadumbre.
-No te preocupes, lo hará.-Dije apoyando mi mano sobre uno de sus hombros. Él también se había apartado de la ventana y nos encontrábamos cerca de la puerta.
-Odio a mi padre, odio este sitio y solo quiero dormir a su lado.-Susurró.
-La sociedad es un asco. Yo perdí a mi novio con el que había vivido cinco años por sus perjuicios. En vez de salir del armario y dejarme palpar la luz junto a él se comprometió con una zorra.-Comenté.
-Lo lamento.-Dijo mientras dejaba de apoyarme en él.
-Yo más, cada día.-Siempre que pensaba en Andrés deseaba llorar.
-¿Me puedo ir ya?-Cuestionó.
-Sí, vigila a tus compañeros.-Dije recordándole su misión.
-Lo haré.-Sonrió y se marchó.
Me quedé pensando unos minutos en la habitación vacía y luego me dirigí a mi habitación. Cerré la puerta y comencé a escribir el segundo acto de mi historia. Llevaba una hora, aproximadamente, cuando tocaron a la puerta. Me levanté y abrí, era Saulo con el rostro lleno de lágrimas. Le dejé pasar y cerré de nuevo tras sus pasos. Sin mediar palabra se abrazó a mí.
-¿Qué sucede?-Pregunté alarmado.
-No has venido a buscarme al jardín.-Susurró.
-No, no lo hice. Vine a escribir un rato.-Contesté apartándolo de mí.
-He visto como le miras, te gusta.-Dije temblando.
-Sí, gustaría y gustará a todo aquel que tenga sangre en las venas y un mínimo de inteligencia.-Comenté.
-¿Más que yo?-Interrogó con un hilo de voz.
-Sí.-Mentí solo por no verlo de aquel modo. La verdad es que ese chico que atraía mucho más que él, me excitaba.
-¿Me amas? Sé que es pronto, pero algo de cariño me tienes ¿cierto?-Me agarró del rostro y noté que sus manos estaban heladas.
-Sí, te amo.-Susurré y volví a pecar en una mentira aún mayor que la anterior.
-Desde que llegaste me siento un quinceañero, he olvidado todo y sólo me centro en ti.-Murmuró.-Me alegra que seas para mí.-Suspiró abrazándome mientras apoyaba sus brazos sobre mis hombros, rodeaba mi cuello y me besaba dulcemente el rostro.
-Iremos lentamente, no quiero ir rápido.-Dije deslizando mis manos hasta sus nalgas, las apreté con firmeza y lo pegué a mí aprisionándolo.
-Yo tampoco, quiero ir poco a poco. Eres mi primer novio.-Susurró clavando su mirada enmarañada en lágrimas en la mía.
-Me alegraría serlo, pero aún estamos conociéndonos.-No quería hacerle daño, aún amaba a Andrés y Fermín me atraía como los osos a la miel. Sequé sus lágrimas con las palmas de mis manos.
-Claro.-Murmuró.
-¿Vamos a la ciudad?-Pregunté deseando poseerlo. Aunque no le amaba y hubiera otros que me calentaran mucho más, él era mi única opción además de ser bello.
-Me encantaría.-Susurró.
-Diremos que quedamos con unas chicas en una cafetería.-Dije guiñándole un ojo.
-Sí.-Apoyó entonces su cabeza sobre mi pecho. Sus cabellos olían a canela y no dudé en tocarlos, me encanta el aroma que desprenden.
-Ahora deja de llorar y sonríe, me gusta tu sonrisa.-Susurré besando sus labios con delicadeza.-Eres mi esclavo y te ordeno estar feliz.-Comenté y acto seguido le mordí el cuello.-Vete a cambiarte, yo haré lo mismo.-Dije.
-Sí, claro.-Una leve y coqueta sonrisa apareció en sus labios, era seductor y dulce.
Una hora más tarde estábamos llegando a la ciudad y entonces sentí miedo, me tomó de la mano. Estaba sonrojado, temblaba y su mirada era la de un niño iluso. Habíamos ido a una ciudad cercana para alejarnos del ambiente de aquel lugar. Estaba tan sólo a veinte minutos en autobús. Él parecía encantado con la idea de pasearse sin preocupaciones, me recordó a mí hacía unos años. Aparté mi mano de la suya y me miró preocupado. Volvió a tomarme de ella y sonrió. Lejos del reformatorio, porque eso era y no un colegio, era totalmente distinto. Sufría una mutación o tenía una careta genial en aquel antro. Supe entonces lo mucho que actuaba y había actuado durante años, sin embargo no deseaba pasear de la mano.
-Saulo no.-Dije apartándome de él.
-¿No? ¿Qué sucede?-Preguntó sonrojado.
-No me tomes de la mano.-Comenté.
-No me di cuenta.-No quiso admitir que deseaba mostrar al mundo que éramos pareja, realmente no lo éramos ni lo seremos.
-Busquemos un hotel barato.-Su expresión cambió.
-Sí.-Susurró.-Pero yo había pensado en ir al cine.-Se mordió el labio.
-No quiero ir al cine, quiero follar.-Lo habría podido decir más alto, pero no más claro.
-Claro.-Bajó la mirada y al alzó siendo otro distinto, su expresión volvió a ser algo fría y lejana.
Encontramos uno bastante barato, tan sólo veinte euros, aunque era una pocilga, pero había una cama y eso bastaba. Nada más cerrar la puerta del cuarto me lancé a despojarlo de su ropa. La camisa negra que llevaba cayó al suelo, como los vaqueros desgastados y sus boxer. Mordí su clavícula, besé su boca con pasión y lo empujé contra la puerta. Lo alcé entre mis brazos, le tomé de su cintura y di froté una de mis manos entre sus nalgas, la otra mano le sujetaba. Sus dedos tiraban de mis cabellos y sus piernas se enroscaban por encima de mi cadera. Bebía de sus labios, los mordía y lamía. Lo dejé en el suelo y tomé su miembro entre mis manos, él temblaba buscando mi boca. Cuando me cansé de jugar le di la vuelta, pegué su rostro a la puerta y bajé la cremallera de mi pantalón. Allí, de pie y sin lubricante, entré en su interior. Su trasero me volvía loco, era grande aunque no exagerado con una bonita forma y firmeza. Gritó cuando me deslicé sin contemplación pero luego calló su dolor. Mis movimientos eran torpes porque no estaba bien lubricada la zona, si bien por eso no dejaban de ser rudos. Sus manos se aferraron a mis brazos, sus cabellos acariciaban mi cuello y yo me volvía loco. Dejé que mi esencia manchara su cuerpo, pero no descendió la excitación porque le di la vuelta y le besé con deseo. Me desnudé tirando la ropa junto a la suya y acaricié su torso lentamente.
Le cogí del brazo y ante él me tumbé, deseaba que galopara sobre mí. Sus dedos acariciaron mi torso mientras su boca lamía mi miembro, luego se sentó y trotó. Los gemidos eran increíblemente desgarradores, el dolor y el deseo se mezclaban a la perfección. En pocos minutos terminé de descargar y se bajó, aunque no dejó de estar endurecida. Él dejó que el placer le llegara al subirse en mí, pero no le importó para continuar la marcha. Se recostó a mi lado y me besó, lamió todo mi cuerpo y me llevaba mis dedos a sus labios. Su mirada estaba posesa de una lujuria sin límites, sin embargo la mía también lo estaría. Volví a tener una erección y él no lo dudó, le di la orden de que jugara con mi entrepierna y eso hizo. Sus labios tocaban desde la punta hacia mi escroto, hacía giros con su boca y también lamía de abajo hacia arriba. Sus manos aprisionaban mis testículos y yo tan sólo le tiraba del pelo. Entonces paró y se puso a cuatro en el suelo, clamaba a su dueño que lo destrozara. Observé entonces que su entrada estaba ensanchada y me enloquecí arrojándome a penetrarlo. Una y otra vez hasta que por tercera vez sentí el relámpago del orgasmo. Él sintió lo mismo regó su esencia sobre el suelo, entonces se me ocurrió una idea. Le hice limpiarla con su lengua, me atraía la idea de verlo de aquella forma. Cuando lo hizo yo dejé que mi orina manchara su cuerpo. Lo trato peor que a las prostitutas, sin embargo no desea marcharse de mi lado. Creo que inconscientemente deseo que se marche de mi lado. Después de ello le hice que limpiara mi miembro con su lengua, su recompensa fue un beso entre sus piernas. Mientras mi lengua recorría sus nalgas veía como se retorcía y eso me creaba placer.
Estuvimos más de dos horas sin descansar apenas y su trasero estaba irritado. Entonces pedí que me esperara en la cama y fui a buscar hielo. Cuando regresé le até con una cuerda que había comprado, le tapé los ojos y saqué los cubitos. Tomé uno y jugué con él en su entrada, luego sobre sus nalgas y su espalda. Estaba maniatado sobre el colchón y yo era dueño de la situación. En ese instante se me ocurrió una diablura, introducir el hielo en su abertura y lo hice. Gritó y entonces metí mi miembro en su boca. Lo del cubito lo hice unas tres veces, porque me encantaba ver su dolor fundido con el placer. Luego le desaté y recosté sobre mí.
Tras cinco horas de estancia en el hotel nos duchamos y nos volvimos a la institución, era prácticamente de noche y él apenas podía andar. De camino a nuestro hogar, por así llamarlo irónicamente, le compré una pomada para la irritación. Al llegar cenamos con el resto y después entramos cada uno en su habitación. Yo me sentía saciado, lleno de poder. No podía dormir y trascribí la tercera parte del primer capítulo. Más tarde me quedé dormido.
III. La placentera esclavitud del deseo.
Era mi quinto día en aquella jaula y tan sólo quedaban dos días para comenzar con las clases. Me había levantado, duchado y desayunado mientras pensaba en todo lo sucedido hasta el momento. Mis compañeros eran agradables, podía soportar el peso del lugar, tenía un amante fiel a mis caricias que sin embargo no me hacía olvidar a Andrés, ahora yo soy Andrés y él mi estúpido reflejo, y responsabilidades que jamás había sospechado tomar, unos alumnos que necesitaban mi apoyo en un mundo destructivo. Saulo me seguía como un perrito faldero allá donde iba, entonces me di cuenta de que yo había sido así durante años. Pasaban las horas y hablé seriamente con mis alumnos, estaban todos, y como eran también los de mi compañero decidimos hablar ambos. Pedimos que fueran coherentes en las redacciones que les mandásemos; que la caligrafía y ortografía era esencial; que aprendieran a usar sus mentes no las ayudas externas, como calculadoras en el caso de mi asignatura, y que fueran atentos a nuestras explicaciones. Durante la charla observe a un chico de mirada firme, tenaz, que parecía afrontar su último año con decisión y no con temor. Sin duda alguna era uno de la lista rosada, pero no temblaba aunque sí insatisfecho con la situación. Después de clases decidí hablar a solas con él.
-Fermín, quédese deseo hablar con usted en privado.-Dije cuando deambulaba hacia la puerta, su mirada azabache se fijó en la mía y sus manos se convirtieron en puños. Estaba tenso y con la mirada de una fiera. Saulo salió al ver que le hice un gesto de que se marchara.
-Sí, profesor.-Masculló cuando el último había cerrado la puerta.
-Con esa actitud hacia todo no llegará hacia ninguna parte.-Mascullé.
-Usted no sabe nada, debería dejarme en paz.-Respondió herido.
-Eres de la lista rosa.-Dije apoyándome en la mesa que tenía a mis espaldas.
-¿Y? Me va a pegar, insultar o humillar. Si es así no tengo tiempo.-Estaba enrabietado, sin embargo es totalmente normal en este sitio.
-No, deseo preguntar si ingresas por voluntad propia.-Dije sereno, intentado que se diera cuenta que no era un enemigo.
-¿Está de broma? Jamás hubiera venido aquí, soy homosexual no un enfermo. Tengo novio, planes de salir y verlo de nuevo. No estoy por placer, no quiero que nadie me tache de lo que no soy y mucho menos unos reprimidos.-Respondió caminando hasta quedarse a corta distancia clavando sus ojos en mí.
-Yo estoy en contra de este sistema, vengo a dar clases porque no tengo dinero.-Argumenté.
-Entiendo, es tan esclavo como yo.-Susurró en voz baja.
-Sí, estoy en esta cárcel porque deseaba alejarme de la realidad y torturarme.-Dije recordando el porqué de mi entrada en la institución.
-La soledad es cruel después de un desengaño, solemos irnos corriendo de nuestros miedos y no afrontarlos. Todos somos así, no le juzgo.-Parecía haberme calado, era increíble.
-Debería decirte algo, pero no estoy seguro de que guardaras el secreto.-Susurré.
-De que es usted homosexual, ya lo sabía. Los homosexuales olemos a un igual a kilómetros.-Comentó en tono quedo a un palmo de mi rostro.
-Interesante.-Tragué saliva.
-No necesito apoyo, el resto de chicos sí.-Dijo dándome la espalda. Es delgado, un poco más alto que yo, ojos oscuros y piel muy clara. De su mirada salen chispas eléctricas y suele apretar los dientes cuando se ve acorralado. Sin duda es un animal de exposición. Jamás hasta aquel instante no me habían atraído los chicos de su edad, es muy joven y apenas llega a los diecisiete, sin embargo su cuerpo grita que lo posean y poseer a otro.
-Lo sé, por ello te pido que los vigiles y me informes.-Me aferré con mis manos a la mesa, quería quitarme los pensamientos sexuales de mi mente.
-¿Cómo?-Interrogó girándose.
-Sencillo. Si ves que tienen golpes, que se orinan en la cama o simplemente que cuando apoyas la mano en sus hombros tiemblan…-Mis ojos mantenían un duelo con los suyos y no logré acabar la frase, él me interrumpió.
-Ya sé, ya sé lo que quiere decirme.-Respondió.
-Estupendo.-Dije aliviado.
-Se lo diré, sin embargo no podrá hacer mucho.-Lo que decía era cierto, pero quería intentarlo.
-Este lugar es un infierno.-Comenté alejándome de la mesa y de él, me aproximé a la ventana y miré hacia el patio. Allí sentado en uno de los bancos se encontraba Saulo.
-Tranquilo Saulo seguro que le ayuda a que no sea tan duro.-Dijo acercándose hasta donde me hallaba.
-¿Por qué dices eso?-Pregunté sorprendido.
-Vi sus miradas hacia usted, soy muy observador.-Sonrió apoyándose en la pared.
-Entiendo.-Suspiré.
-No lo diré. Yo no quiero ser como mi padre y romper una pareja.-Comento.
-No somos pareja.-Respondí con tono de enfado.
-¿Solo sexo?-Preguntó sonriendo.
-Somos amigos, algo de sexo hay, pero lo importante es su amistad.-Dije mirando como Saulo parecía triste, afligido por algo, mientras forzaba una sonrisa en mi dirección.
-Es normal que se haya enamorado de usted, es bastante atractivo.-Murmuró y dejé de prestar atención a mi amante.
-Me adulas pero no te subiré las notas así.-Reí levemente mientras me alejaba de la ventana.
-Es verdad que es atractivo, también que Saulo parece enamorado.-Dijo.
-Creo que solo es un capricho, se le pasará.-Contesté intentando creer lo que decía.
-Yo suelo mirar así a mi chico, me dijo que me esperaría sin embargo creo que no lo hará.-Sus ojos parecían tornarse a un profundo matiz de pesadumbre.
-No te preocupes, lo hará.-Dije apoyando mi mano sobre uno de sus hombros. Él también se había apartado de la ventana y nos encontrábamos cerca de la puerta.
-Odio a mi padre, odio este sitio y solo quiero dormir a su lado.-Susurró.
-La sociedad es un asco. Yo perdí a mi novio con el que había vivido cinco años por sus perjuicios. En vez de salir del armario y dejarme palpar la luz junto a él se comprometió con una zorra.-Comenté.
-Lo lamento.-Dijo mientras dejaba de apoyarme en él.
-Yo más, cada día.-Siempre que pensaba en Andrés deseaba llorar.
-¿Me puedo ir ya?-Cuestionó.
-Sí, vigila a tus compañeros.-Dije recordándole su misión.
-Lo haré.-Sonrió y se marchó.
Me quedé pensando unos minutos en la habitación vacía y luego me dirigí a mi habitación. Cerré la puerta y comencé a escribir el segundo acto de mi historia. Llevaba una hora, aproximadamente, cuando tocaron a la puerta. Me levanté y abrí, era Saulo con el rostro lleno de lágrimas. Le dejé pasar y cerré de nuevo tras sus pasos. Sin mediar palabra se abrazó a mí.
-¿Qué sucede?-Pregunté alarmado.
-No has venido a buscarme al jardín.-Susurró.
-No, no lo hice. Vine a escribir un rato.-Contesté apartándolo de mí.
-He visto como le miras, te gusta.-Dije temblando.
-Sí, gustaría y gustará a todo aquel que tenga sangre en las venas y un mínimo de inteligencia.-Comenté.
-¿Más que yo?-Interrogó con un hilo de voz.
-Sí.-Mentí solo por no verlo de aquel modo. La verdad es que ese chico que atraía mucho más que él, me excitaba.
-¿Me amas? Sé que es pronto, pero algo de cariño me tienes ¿cierto?-Me agarró del rostro y noté que sus manos estaban heladas.
-Sí, te amo.-Susurré y volví a pecar en una mentira aún mayor que la anterior.
-Desde que llegaste me siento un quinceañero, he olvidado todo y sólo me centro en ti.-Murmuró.-Me alegra que seas para mí.-Suspiró abrazándome mientras apoyaba sus brazos sobre mis hombros, rodeaba mi cuello y me besaba dulcemente el rostro.
-Iremos lentamente, no quiero ir rápido.-Dije deslizando mis manos hasta sus nalgas, las apreté con firmeza y lo pegué a mí aprisionándolo.
-Yo tampoco, quiero ir poco a poco. Eres mi primer novio.-Susurró clavando su mirada enmarañada en lágrimas en la mía.
-Me alegraría serlo, pero aún estamos conociéndonos.-No quería hacerle daño, aún amaba a Andrés y Fermín me atraía como los osos a la miel. Sequé sus lágrimas con las palmas de mis manos.
-Claro.-Murmuró.
-¿Vamos a la ciudad?-Pregunté deseando poseerlo. Aunque no le amaba y hubiera otros que me calentaran mucho más, él era mi única opción además de ser bello.
-Me encantaría.-Susurró.
-Diremos que quedamos con unas chicas en una cafetería.-Dije guiñándole un ojo.
-Sí.-Apoyó entonces su cabeza sobre mi pecho. Sus cabellos olían a canela y no dudé en tocarlos, me encanta el aroma que desprenden.
-Ahora deja de llorar y sonríe, me gusta tu sonrisa.-Susurré besando sus labios con delicadeza.-Eres mi esclavo y te ordeno estar feliz.-Comenté y acto seguido le mordí el cuello.-Vete a cambiarte, yo haré lo mismo.-Dije.
-Sí, claro.-Una leve y coqueta sonrisa apareció en sus labios, era seductor y dulce.
Una hora más tarde estábamos llegando a la ciudad y entonces sentí miedo, me tomó de la mano. Estaba sonrojado, temblaba y su mirada era la de un niño iluso. Habíamos ido a una ciudad cercana para alejarnos del ambiente de aquel lugar. Estaba tan sólo a veinte minutos en autobús. Él parecía encantado con la idea de pasearse sin preocupaciones, me recordó a mí hacía unos años. Aparté mi mano de la suya y me miró preocupado. Volvió a tomarme de ella y sonrió. Lejos del reformatorio, porque eso era y no un colegio, era totalmente distinto. Sufría una mutación o tenía una careta genial en aquel antro. Supe entonces lo mucho que actuaba y había actuado durante años, sin embargo no deseaba pasear de la mano.
-Saulo no.-Dije apartándome de él.
-¿No? ¿Qué sucede?-Preguntó sonrojado.
-No me tomes de la mano.-Comenté.
-No me di cuenta.-No quiso admitir que deseaba mostrar al mundo que éramos pareja, realmente no lo éramos ni lo seremos.
-Busquemos un hotel barato.-Su expresión cambió.
-Sí.-Susurró.-Pero yo había pensado en ir al cine.-Se mordió el labio.
-No quiero ir al cine, quiero follar.-Lo habría podido decir más alto, pero no más claro.
-Claro.-Bajó la mirada y al alzó siendo otro distinto, su expresión volvió a ser algo fría y lejana.
Encontramos uno bastante barato, tan sólo veinte euros, aunque era una pocilga, pero había una cama y eso bastaba. Nada más cerrar la puerta del cuarto me lancé a despojarlo de su ropa. La camisa negra que llevaba cayó al suelo, como los vaqueros desgastados y sus boxer. Mordí su clavícula, besé su boca con pasión y lo empujé contra la puerta. Lo alcé entre mis brazos, le tomé de su cintura y di froté una de mis manos entre sus nalgas, la otra mano le sujetaba. Sus dedos tiraban de mis cabellos y sus piernas se enroscaban por encima de mi cadera. Bebía de sus labios, los mordía y lamía. Lo dejé en el suelo y tomé su miembro entre mis manos, él temblaba buscando mi boca. Cuando me cansé de jugar le di la vuelta, pegué su rostro a la puerta y bajé la cremallera de mi pantalón. Allí, de pie y sin lubricante, entré en su interior. Su trasero me volvía loco, era grande aunque no exagerado con una bonita forma y firmeza. Gritó cuando me deslicé sin contemplación pero luego calló su dolor. Mis movimientos eran torpes porque no estaba bien lubricada la zona, si bien por eso no dejaban de ser rudos. Sus manos se aferraron a mis brazos, sus cabellos acariciaban mi cuello y yo me volvía loco. Dejé que mi esencia manchara su cuerpo, pero no descendió la excitación porque le di la vuelta y le besé con deseo. Me desnudé tirando la ropa junto a la suya y acaricié su torso lentamente.
Le cogí del brazo y ante él me tumbé, deseaba que galopara sobre mí. Sus dedos acariciaron mi torso mientras su boca lamía mi miembro, luego se sentó y trotó. Los gemidos eran increíblemente desgarradores, el dolor y el deseo se mezclaban a la perfección. En pocos minutos terminé de descargar y se bajó, aunque no dejó de estar endurecida. Él dejó que el placer le llegara al subirse en mí, pero no le importó para continuar la marcha. Se recostó a mi lado y me besó, lamió todo mi cuerpo y me llevaba mis dedos a sus labios. Su mirada estaba posesa de una lujuria sin límites, sin embargo la mía también lo estaría. Volví a tener una erección y él no lo dudó, le di la orden de que jugara con mi entrepierna y eso hizo. Sus labios tocaban desde la punta hacia mi escroto, hacía giros con su boca y también lamía de abajo hacia arriba. Sus manos aprisionaban mis testículos y yo tan sólo le tiraba del pelo. Entonces paró y se puso a cuatro en el suelo, clamaba a su dueño que lo destrozara. Observé entonces que su entrada estaba ensanchada y me enloquecí arrojándome a penetrarlo. Una y otra vez hasta que por tercera vez sentí el relámpago del orgasmo. Él sintió lo mismo regó su esencia sobre el suelo, entonces se me ocurrió una idea. Le hice limpiarla con su lengua, me atraía la idea de verlo de aquella forma. Cuando lo hizo yo dejé que mi orina manchara su cuerpo. Lo trato peor que a las prostitutas, sin embargo no desea marcharse de mi lado. Creo que inconscientemente deseo que se marche de mi lado. Después de ello le hice que limpiara mi miembro con su lengua, su recompensa fue un beso entre sus piernas. Mientras mi lengua recorría sus nalgas veía como se retorcía y eso me creaba placer.
Estuvimos más de dos horas sin descansar apenas y su trasero estaba irritado. Entonces pedí que me esperara en la cama y fui a buscar hielo. Cuando regresé le até con una cuerda que había comprado, le tapé los ojos y saqué los cubitos. Tomé uno y jugué con él en su entrada, luego sobre sus nalgas y su espalda. Estaba maniatado sobre el colchón y yo era dueño de la situación. En ese instante se me ocurrió una diablura, introducir el hielo en su abertura y lo hice. Gritó y entonces metí mi miembro en su boca. Lo del cubito lo hice unas tres veces, porque me encantaba ver su dolor fundido con el placer. Luego le desaté y recosté sobre mí.
Tras cinco horas de estancia en el hotel nos duchamos y nos volvimos a la institución, era prácticamente de noche y él apenas podía andar. De camino a nuestro hogar, por así llamarlo irónicamente, le compré una pomada para la irritación. Al llegar cenamos con el resto y después entramos cada uno en su habitación. Yo me sentía saciado, lleno de poder. No podía dormir y trascribí la tercera parte del primer capítulo. Más tarde me quedé dormido.
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