Jonathan Meyers, la perfección hecha carne.
Capítulo tercero.
IV. Pude haberte hecho feliz.
En la estación me esperaba mi padre. Su vieja gabardina gris, su sombrero de ala ancha, su traje y corbata negra junto a sus brillantes mocasines me trajeron recuerdos de niñez. Mi padre normalmente en casa anda con unos pantalones más bien corrientes y una camisa de algodón blanca, pero si tiene que ir a algún lugar bien vestido opta por lo clásico. Sin duda mi madre cayó en sus redes por su porte, sus ojos grises y su sobriedad eligiendo vestuario. Bajé del tren y caminé por el andén con la mirada perdida, había fracasado y él lo achacaría a que no fui valiente. Me presenté ante él con la camisa arrugada, con unos vaqueros gastados y un chaquetón mal cerrado. Fue un contraste fuerte como el cruce de miradas. No dijo nada, ni me dirigió un cordial saludo.
-Crees que he abandonado un reto, te confundes.-Murmuré.
-No creo nada, ya no tengo esperanzas puestas en ti.-Comentó cabizbajo.
-¿Piensas que soy un fracasado? ¿Qué como un triunfador tuvo una lacra social como yo?-Dije furioso y herido.
-No te pongas melodramático.-Masculló llevándose un cigarro a los labios y prendiéndole fuego.
-No soy melodramático.-Dije tragando saliva, nuestros ojos estaban encendidos en un choque brutal.-Simplemente no es mi culpa que un homosexual, como yo, no pueda sobrevivir en un colegio que parece dirigido por Francisco Franco.-Entrecerró los ojos dejó que el humo contaminara el ambiente y clavó su mirada en mí.
-¿Cómo cojones te metes en un sitio así?-Alzó el tono de voz, parecía ofendido por la idea de que existiera una institución como aquella.
-¡Qué más da! ¡Lo importante es que te dije que soy marica!-Grité cabreado por obviar mis sentimientos, entonces dio una calada larga y sonrió.
-Eso ya lo sabía.-Susurró.-No me importa, a tu madre menos.-Dijo en medio de un humo parecido al de una locomotora.-Lo esencial es que seas un buen hijo, que lo eres, y que te enfrentes día a día al espejo sabiendo quién eres.-Murmuró tirando el cigarrillo al suelo para luego pisotearlo.-Mira, no he criado a un marica sino a un hombre. Sé que tienes un par de cojones, sé que eres fuerte y a la vez un ingenioso hombre de cifras interminables. Tienes talento en la enseñanza, con los números, y sé que puedes encontrar algo mejor que donde según tú te habías metido. Un marica es aquel que reniega de si mismo, no lo hagas porque entonces te abofetearé.-Dijo siguiendo hacia el frente.-Sabes que soy rojo, no permito que un hijo sea pisoteado. Tengo mi orgullo y tú deberías tener el tuyo.-Concluyó en su exposición de exaltación de sus ideales más puros.
-¿Lo sabías?-Balbuceé.
-Desde hace mucho.-Dijo con un tono de voz sosegado.-Por ello tuve que aceptarte, sin embargo jamás rechacé a un igual sea cual sea su sexualidad o sexo.-Murmuró.-Sin bien siempre duele que aparezca un caso en tu familia.-Comentó.
-¿Cómo te diste cuenta?-Pregunte aproximándome a su vehículo, lo había aparcado en la zona azul.-Dime.-Murmuré agarrándolo del brazo.
-Fácil, me lo dijo tu madre cuando tenías apenas quince años.-Contestó con la mirada perdida en el horizonte, me miró y sonrió.-Sólo me molestaba que tardaras tanto en confesarlo.-Masculló cogiéndome la maleta para introducirla en el maletero.-Dame el maletín.-Dijo señalándome el ordenador.
-No, es mi nuevo ordenador.-Indiqué abriendo la puerta del copiloto.
-Coño, al menos no vuelves con las manos vacías.-Dijo bromeando.-¿Se lo has robado al generalísimo?-Esbozó una sonrisa cerrando el maletero.
Durante el viaje de quince minutos desde la estación a casa me sentí de nuevo un extranjero en mi propia ciudad. Normalmente me sentía fuera de lugar, pero en esos instantes ese sentimiento era superior aún. Sabía que entre la maraña de edificios se encontraba Andrés y a cientos de kilómetros viviendo un cuento de hadas Saulo. Yo tenía que empezar de cero y despejar mi presente de nubes o niebla inútil.
Cuando llegamos a casa, un edificio gris de cristales opacos, me sentí diminuto. Bajé del automóvil, tomé mi equipaje del maletero y seguí los pasos de mi padre hasta la entrada. El cielo estaba encapotado, daba señales de que la lluvia se avecinaba. Subimos por el achacoso ascensor, el traqueteo y el ruido era insoportable mientras mi padre blasfemaba que sería la quinta vez que llamarían al servicio. Cuando me vi ante la puerta de hierro de nogal revestida el corazón me dio un vuelco. Se abrió lentamente y pude ver los cabellos rubios de mi madre, sus gafas diminutas y su dulce sonrisa. Había vuelto a mi hogar, al hogar de mi infancia y adolescencia. Siempre terminaba allí, arrojado en los brazos de mi madre llorando sin decirle el porqué.
Era la hora de la comida así que nos dispusimos a comer nada más llegar, ni me duché. Mi madre había hecho uno de sus famosos guisos y de postre una natilla casera. El silencio en la mesa junto a escuetas miradas entre ambos lo decía todo. En ocasiones me preguntaba si podría llegar a esa complicidad con alguien, con el que fue mi pareja y sentir el silencio como un acompañante melódico a una sonrisa. Sin duda se amaban. Muy pocas veces les había visto discutir y siempre por chiquillerías, como por ver un programa determinado en la televisión o por la ropa que tendrían que llevar a cierto evento.
Mi madre era ama de casa, pero mucho antes fue secretaria en una consulta privada del medico Carvajosa. Era un pediatra muy importante, de renombre en la ciudad. Lo hizo incluso después de casada, sin embargo me tuvo a mí y dejó el trabajo durante unos años. Más tarde fue chica telefonista y encargada de una recepción en el periódico el País. Él, mi padre, había sido primeramente taxista y a la vez obrero de la construcción. Lo hacía para mantener la casa y hacer unos ahorros para estudiar. Cuando lo hizo fue derecho y así conocí al que fue mi suegro. Se llevaban mal, a matar, y en la facultad conocí al hijo del enemigo potencial de mi padre. Andrés decía que mi padre era un gran hombre, que sin duda era mucho mejor que el suyo y sabía defender un caso justo.
No habían tenido más hijos, sólo yo, y a veces me pregunto si fue la magia del destino. Mi madre había intentado mil veces quedarse en estado, mi padre ya no podía más y cuando vine fui un regalo por así decirlo. Buscaron un nombre especial, poco común, y con significado. Amaru era un nombre poco frecuente, quechua y con una simbología especial. Mi madre lo encontró en un libro de leyendas y mitos que solía leer para entretenerse mientras esperaba mi nacimiento. Durante toda mi infancia me he sentido querido, deseado y a la vez comprendido. Los valores de libertad, serenidad, competitividad, honor, respeto y dignidad junto al de igualdad me fueron enseñados desde la cuna. Jamás he sido un niño consentido, he tenido mis premios cuando los he merecido y nunca he sido especial en un punto de ser un mimado.
Al término del almuerzo mi padre me dijo que me diera una ducha, que ella lo había preparado todo para que me refrescara y que durmiera algo porque tenía mal semblante. Luego ayudó a retirar los platos conmigo y dio un beso en el rostro a mi madre, se sentó en el sofá y ojeó el periódico de la jornada. Yo hice lo que me dijo, la verdad es que lo necesitaba y desperté a eso de las diez de la noche. Normalmente en mi casa se cenaba ligero, un filete o ensalada junto a un postre que era habitualmente fruta o un yogurt. Tras alimentarnos me senté en el sofá, mi padre apagó el televisor y me miró detenidamente.
-Eres extraño. Podrías tenerlo todo, sacar el coraje que te he visto millones de veces y devorar el mundo. Sin embargo te veo sin aliento, deprimido y con la mirada perdida. Sin duda eres extraño.-Murmuró volviendo a prender el televisor.
Durante mi niñez mi padre y yo pasamos largas temporadas solos. Mi madre iba al pueblo de mi abuela porque recaía de su enfermedad. Aprendimos a estar unidos y a saber cosas uno del otro. Él solía decir que yo era su vivo reflejo con ese sabor melancólico de mi madre, junto con su belleza. Que debía aprender de la vida, no la vida de mí, y que el arrojo debía de sacarlo de mi interior. Solía contarme historias de cuando era pequeño, también de cuando joven, y de que no tuvo demasiadas oportunidades por culpa de la economía familiar. Era un hombre curtido en batallas y que no se amedrentaba ante nada. Él quería que yo fuera así; sin embargo, si me hubiera visto meses atrás, arrojado en una cama lloriqueando por Andrés, se hubiera decepcionado. Creo que no le importa mi sexualidad no sólo por su ideología y su mente abierta a nuevos cambios, sino porque soy su único hijo y lo deseó durante años. Sobre lo que dijo tenía mucha razón, yo no dije nada y me mantuve en silencio toda la noche. Meditaba mientras fijaba mi vista en un concurso televisivo de preguntas cotidianas y no tan cotidianas.
Cuando llegó la hora de dormir me quedé a solas y abrí el ordenador, teclee las primeras letras del capítulo tercero y deseé cambiar ese pasado tan fresco aún en mi retina. Se me escapó de mi percepción que Saulo pudiera haber estado enfermo, creo que aún lo está y lo estará si no se remedia. Lo que más rabia me daba era que lo tuve, lo pude haber hecho mío y haberlo atado a mí en una relación estable, sin bien lo dejé marchar con otro que quizás lo toma por capricho o propia confusión. Supe en ese instante que si me hubiera comportado de otra forma Saulo no sólo me hubiera amado, sino idolatrado y haber llegado a la relación tan especial de mis padres. Sabía que él me entendía a la perfección, tanto en la cama como fuera de ella, a pesar de haber sido su primera relación. Estaba hecho para mí, en ese instante me percaté sin embargo ya era tarde y sólo me quedaba su amistad.
Terminé mi escrito en pocos minutos, aunque tuve que parar varias veces para evitar llorar y sentirme como un estúpido. Era el mayor perdedor de la historia, lo sigo siendo en estos momentos mientras me recuesto sobre el respaldo del sillón de mi habitación. Hace dos noches que estoy aquí, dos que no paro de pensar en él y dos que seguramente son colmadas de sexo probablemente para Jasón.
2 comentarios:
Uy! tengo harto que leer para poder colocarme al día con el escrito, pero eso no me impide comentar.
Me gustó tu blog. Me gustaron tus advertencias. Te das a respetar, mereces respeto.
Y al que no le guste... (solo tiene que hacer click en la X del extremo superior jajaja)
Saludos desde Chile.
qe lindo...escelente capitulo...no sabia qe era hijo unico ¬¬ ...pero qe bonita familia,como el miedo nos hace pensar cosas qe no son,por ejemplo el rechazo de nuestros padres.
Pero como unos padres pueden rechazar a su propio hijo (bueno algunos si) ademas el ser homo,bi o trans, no kiere decir qe soy el mismo demonio osi?
Excelente ........
Ciao
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