Capítulo tercero.
III. Te perdí.
Había convertido a mi amor en uno de los míos. Sus ojos tan profundos me sonreían, sus labios eran más mortíferos que segundos atrás y su cuerpo experimentaba el cambio con la frialdad que le acompañaría por siempre. Mis manos acariciaban su torso perfecto deseando morir allí mismo o vivir por siempre sobre él. Le robé un nuevo beso de su boca.
-Ahora nada nos separará.-Susurré sentándome sobre el vórtice de sus placeres.
-Somos aliados por siempre, mi buen amigo.-Masculló aún convaleciente de su duelo con la muerte.
-Eres mi hijo, mi aliado y mi amante eterno.-Si hubiera podido me hubiera ruborizado.
-¿Amante?-Interrogó.
-Sí, he creado a mi compañero.-Comenté deslizando mis manos por sus pectorales.
-No me atraen los hombres.-Respondió agarrándome de las muñecas.
-Pero ahora somos uno.-Musité.-Yo soy tú y tú eres yo. El amor puede surgir y si aparece te enseñaré todo, seré un gran maestro.-Mentí, sabía poco o nada. Fiódor me enseñó a cazar, a deslizarme, a entender mi cuerpo y todo lo que me rodeaba. Pero sus enseñanzas de que no existía Dios solo espíritus decayeron, dejé de creer incluso en ello porque jamás me topé con uno. La mente humana es la que maneja sus miedos y ven cosas donde no las hay o la propia masa gris es capaz de mover objetos con el subconsciente. Yo lo aprendí de libros sobre la mente, el cuerpo y lo paranormal, libros que no existían en aquella época.
-¿Enseñarme?-Murmuró.
-Como caminar sin ser visto, como hacer que tu piel sea como la de un mortal, la forma de ocultar los cuerpos, saber saltar tan alto como puedas y mantener el equilibrio, seducir y sobretodo mentir.-Respondí.
-Es fácil, eso lo sabré hacer en días.-Dijo sonriéndome mientras apartaba mis manos de él.
-¿Cómo es la muerte? ¿Cómo poner erecto tu miembro? ¿Cuál es el límite de todo?-Susurré.-Cosas como estas únicamente la puedes aprender de mí.-Mascullé.
-Siempre dije que eras hermoso.-En esos momentos era un ser tan oscuro como yo, podía saber si mentía y realmente no me hubiera importado saberlo.
-¿En serio?-Pregunté montado en una nube de increíble felicidad, ya que jamás pensé oír aquello de sus labios.
-Sí, te he rechazado demasiadas veces y he reprimido lo que realmente sentía.-Murmuró y desconfié, pero mis sentimientos pudieron con todo.
-Te amo.-Balbuceé cayendo sobre su pecho.
-Yo también mi dulce maestro.-Dijo jugueteando con mis cabellos.
Durante noches le enseñé todo lo que yo había aprendido tanto por mi cuenta, como por la de Fiódor y por medio de la humanidad. Sus besos callaban mis dudas, las silenciaban por completo. A veces poníamos música clásica y danzábamos por el apartamento. Adoraba sus manos sobre mis caderas mientras yo me sentía deslumbrado por su sonrisa. Me incitaba a escapar del mundo, de todo mi pasado y pensar solo en el futuro. Sus besos sobre mi cuello cambiaron mi vida.
-Me haces feliz.-Comenté mientras bailábamos lentamente sobre el parquet machacado por noches de fiesta.
-Tú también a mí.-Dijo sellando mis labios y yo quedé a merced de sus garras.
Aquella noche tomó tantas victimas como pudo, entre animales y mendigos. Le susurré que ya sabría el porqué cuando llegáramos a nuestro hogar. Y allí mientras nos movíamos lentamente le quité la camisa. Su mirada parecía desconcertada, aunque no podía leer lo que sucedía en su alma. Besé tímidamente los labios y pasé mis dedos sobre su increíble figura.
-Hoy culminaremos todo.-Murmuré abrazándolo lleno de felicidad.-Hoy me demostrarás cuanto me amas, cuanto me deseas y todas las cosas hermosas que me dices cada noche.-Besé su cuello lentamente y deseé que me tomara entre sus brazos, pero no lo hizo y quedó allí parado como congelado.
-No estoy preparado, creo que no tendré ninguna erección. Desde que me creaste soy incapaz.-Murmuró.
-Mi amor, por ello te hice beber tanta sangre. Ahora dirige todo hacia tu miembro, piensa en él y haz que baje la sangre a tu entrepierna.-Dicho esto devoré su boca con deseo, con anhelo de ser suyo por siempre.
-No sucede nada.-Dijo frío.
-¿Me deseas realmente?-Interrogué preocupado llenándome de antiguos temores.
-Claro.-Murmuró.
-Intenta que tus sentimientos hacia mí afloren.-Sonreí acariciando sus cabellos.
-No me apetece hacer el amor.-Respondió alejándose.
-A mi sí, llevo muchos siglos deseando.-Volví a aferrarme a él dejando que mis brazos cayeran sobre sus hombros.
-Lo siento, no puedo.-Dijo huyéndome de nuevo.
-Cuando alguien ama realmente desea hacer el amor, es algo natural. Pero cuando no le atrae ni lo más mínimo esa persona se aparta y busca excusas inútiles. Nunca me has amado, ni me amarás. Eres un estúpido, creíste que no me daría cuenta.-Mi rostro se llenó de lágrimas de sangre, sin embargo más líquida que la que aflora normalmente por una herida.
-Lo hice para saber todo lo que sólo me enseñarías si te amaba.-Respondió intentando abrazarme.
-Te lo hubiera enseñado de todas formas.-En esos instantes era yo quien no quería saber nada.
-Lo lamento, no era mi intención dañarte.-Susurró. No me creía nada que saliera de esa sucia cloaca que tenía por boca.
-No debí haberte creado.-Me maldije a mi mismo mil veces y pensé que era la hora de apartarme de él.
A la noche siguiente me encontraba lejos de Madrid, viajaba en un avión rumbo a Andalucía. Volvía a la tierra donde una vez me refugié del mundo, o refugié al mundo de mí. Todos cometemos errores, el mío fue haberlo amado y creído. Las mentiras son tan dulces a veces que prefieres tomarla a la verdad. La libertad que tuve para conquistar la noche, también la usé para cometer una equivocación. Le dejé algo de mis riquezas en una cuenta bancaria, el piso y algunos cuadros para que los vendiera. Mis ropas las llevé en una maleta junto a algunos cuadros. Todo acabó el mismo día que lo me encariñé con su apariencia de guerrero mitológico. Aprendí varias cosas, yo como los humanos me equivoco y que las apariencias siempre engañan. Por ello siempre juzgo tras conocer a las circunstancias de mi alrededor, si bien aquella vez me lancé al vacío deseando que él me acogiera en sus alas.
Creo que seguí vivo por encontrar a Fiódor, como siempre he dicho él es la razón fundamental de que permanezca en el mundo. Tengo que disculparme por mi estupidez juvenil. Así partiría feliz, tranquilo y sin dolor alguno. Sin embargo últimamente deseo morir, desaparecer.
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