![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNbKzR6Yc2e8Q3m3cb0nMOg28m45vtZI72kI4JEcHaTk0j0_bpH28MvqxnvXS4oNwyTuZgRDqU6t8latdFjkotsC651NVEQMXapZMnfcQJPhpciWK3yl_nqexdzcOy4OdgMBnOXfoldjwz/s400/jadou03.jpg)
Mamiya Oki, me deja sorprendido tiene mangas muy antiguos y este no lo logro conseguir.
¿Alguien sabe dónde? supuestamente es de principios de los 90, no sé el nombre y lo quiero!
El ángel/demonio me recuerda a Víctor, su apodo es Shin (Alma en japonés y ya lo veréis cuando llegue el momento)
Devenir
Cuando desperté decidí llamar a la oficina y rogar que entendieran que no podía ir al trabajo. De todas formas el trabajo que había era escaso, la idea ya estaba tomada y tan sólo tenía que ser desarrollada por el equipo de animación y montaje. Íbamos a hacerlo con dibujos estilo animación japonesa, algo que fuera aceptado por ellos por su gran amor a este tipo de arte, y tan sólo habría algo superpuesto y real, la botella del vino que se pretendía exportar. Se iba a igualar su tradición con la nuestra, de una forma objetiva y llena de perfección. Por mi parte, estaba agotado mentalmente. Ella era él, sin embargo aún sentía esa necesidad de protección.
Mi teléfono comenzó a sonar insistentemente. No era un número de mi agenda, nada usual, y al descolgarlo sentí la respiración de alguien guardando silencio.
-¿Sí? ¿Quién es?-pregunté intentando averiguar.
-Soy Víctor.-balbuceó, se notaba el nerviosismo en su voz y eso era patente por mucho que deseara disimularlo.
-¿Cómo demonios tienes mi teléfono?-yo insistía en dárselo, pero noté que él lo tenía y recordé aquella época en la que me llamaban siempre en mitad de una cita. Alguien se encargaba de fastidiar mis veladas románticas llamándome en mitad de esta, pero jamás dijeron nada y únicamente se escuchaba un llanto amargo.
-Lo tengo desde hace años, tus tarjetas tienen incluso tu dirección.-susurró algo más calmado.
-¿Qué quieres?-pregunté incorporándome un poco entre las sábanas.
-Me preguntaba por qué no has ido a trabajar, ¿estas enfermo?-parecía realmente preocupado.-No me permitiría que lo estuvieras, y te quedaras sólo en casa.-su voz era andrógina, por momentos me costaba saber qué sexo tenía.
-Estoy bien, mal vas a estar tú cuando te agarre y te caiga el peso de la ley. Además, me estas acosando y eso es otro delito mayor.-comenté furioso. No entendía porqué me tenía que tratar como si aún yo le quisiera, como si fuera mi Ana.
-Mi amor, tan sólo me preocupo porque sé que si enfermas no rindes.-El inicio de esa frase, esa frase tan sólo, me dio un leve escalofrío.
-¿¡Mi amor!? ¡Estás enfermo!-grité y noté como comenzaba a llorar al otro lado del teléfono.
-Yo.-balbuceó.-Tú dijiste que.-su voz sonaba aún más débil, más dramática.-Dijiste que amabas a Ana, yo no la inventé. Todo lo que te dije era de corazón, todo. No mentí en nada, tan sólo en pequeños detalles.-No sé a qué llamaba pequeños detalles, pero para mí era un enorme detalle el que tuviera pene y no vagina.
-¡Olvídame!-colgué el teléfono y lo apagué.
Me recosté en la cama boca arriba, mirando el techo, y comencé a pensar en todas las estupideces que hice yo a su edad. Cartas de amor de una muchacha imaginara para que un amigo me tuviera envidia, intentos de conquista de varias chicas de mi instituto a las cuales yo no le agradaba y mil peripecias porque Samanta saliera a tomar un trago a escondidas. Samanta era una buena amiga, la cual despedí dolorosamente cuando tan sólo tenía veinte años, se convirtió con facilidad en mi primer gran amor a la edad de dieciséis años. Éramos jóvenes, estúpidos y con las hormonas revueltas. Bebíamos sin tener la mayoría de edad, practicábamos el sexo sin ser pareja estable y cuando creí que la tendría fiel a mis deseos falleció en un accidente de tráfico.
Cuando estaba sumergido en mis cavilaciones tocaron al timbre. Pensé que quizás era mi madre, aunque ella tenía llave y no sabía que estaba en casa. Cuando abrí me lo encontré a él, esta vez sin maquillaje, se abrazó a mí con fuerza y no supe como reaccionar. Tan sólo cerré la puerta y lo aplasté contra el quicio de esta.
-¿Qué haces aquí?-pregunté mirándole con mis desorbitados.
-Vine a cuidar de ti.-murmuró con una sonrisa amarga, ensombrecida levemente por la conversación de hacía unos minutos.
-A ver si te enteras, no soy homosexual ni tampoco me atraen los hombres. Me gustan únicamente las mujeres y si te hice caso fue porque me decías que eras una de ellas. Amaba la mentira que construiste para mí, no lo que eres. Si haces esto para causarme pena y que no te denuncie, no lo haré. Ahora vete a casa.-cuando acabé de decirle todo aquello me fijé en su rostro. Estaba lleno de golpes y heridas, su mirada estaba bordeada por ríos de lágrimas y no era la primera vez que lloraba en aquella mañana. Los ojos estaban enrojecidos, su cabello mal peinado y su ropa era de dos tallas superior.
-No puedo regresar a casa de mi amiga, ahora trabaja y no me llevé llaves.-quedó callado un instante, observándome.-Lo siento, soy un idiota.-se giró para abrir la puerta, sin embargo, yo se lo impedí.
-¿Has desayunado?-no sé porqué demonios hice eso, quizás porque me apiadé y dentro de lo que cabe no soy tan hijo de puta.
-No, vine a ver cómo empezabas el día. En verano suelo hacerlo a diario, así repongo energías y puedo sentirme afortunado por unos segundos.-aquello me heló la sangre, realmente me espiaba a diario. Parecía estar ofuscado en tener algo conmigo.
-No sé que decir.-murmuré tomándolo del brazo para llevarlo hasta uno de los sofás del salón.
-También te escribí la carta de San Valentín de este año, después de dos sin saber qué hacer con ella en la mano al final la dejé en el buzón.-sonrió levemente.-Estaba llena de kanjis de simbología del amor, la honestidad, la lealtad y la pasión.-era cierto, aquella carta aún la tenía guardada. Pensé que sería alguna de las chicas del edificio que fueron amables conmigo o alguien que intentó alegrarme la mañana.
-La recuerdo.-me quedé concentrado en sus golpes y él lo notó volteando el rostro, cubrió cada herida con sus cabellos y sacó una pequeña polvera.
-Lo siento, aún no usé esto y se notan los golpes de Eduardo.-supuse que era su pareja y guardé silencio.
-¿Desde cuando sois pareja?-pregunté tomándolo del rostro para observar bien las marcas. Era hermoso, los morados y arañazos no disminuían su belleza.
-Cinco años, al principio todo era un mundo maravilloso que se enturbió. Entonces me choqué contigo en la calle, no podía creer que algo tan perfecto existiera, y desde entonces soporto sus malos modos con una sonrisa. Cuando tengo un ligero encontronazo contigo en las mañanas, cuando te llamo y escucho tu voz o cuando me enviaste aquel mail me sentía el hombre más especial sobre la tierra. Apenas supe disimular en aquel locutorio, iba a tirarme sobre ti y susurrarte lo importante que eras en mi vida.-escucharle hablar era como si me escuchara a mi mismo hacía unos años. Tan sólo que estaba en el lado opuesto y no podía, ni debía, consolarlo con alguna esperanza.
-A veces lo que uno desea no lo puede tener, no sé si me entiendes o sabes cual es el punto.-respondí a sus palabras apartando mis manos de su mentón, para dejarlas sobre sus hombros. Noté entonces un leve rubor y unos ojos deseosos de un beso salvaje. Se había refugiado en mí para evadir la realidad, un novio maltratador que le destrozaba la juventud y la vida.
-Pero a veces, en contadas ocasiones, los deseos se cumplen y se convierten en algo aún más magnífico.-se aproximó peligrosamente a mí, iba directo a mis labios y volví la cara. Dejé mi mejilla y él posó sus labios en mi cuello. Comenzó a besarme y lo paré inmediatamente.
-Como bien has dicho es en contadas ocasiones, esta no es una de ellas. Quiero ser tu amigo, quiero ayudarte, a pesar de lo que has hecho.-no era homofóbico, me parecía de cobardes y de necios insultar un tipo de amor por ser distinto al que se tiene.
-Lo dicho, soy idiota. A veces pienso que coqueteas conmigo, veo cosas donde no las hay.-era cierto lo que decía, pero al menos lo reconocía.
-Te traeré un poco de leche caliente, unas galletas y algo de fruta.-sonrió ante mi comentario, sin decir nada, y tan sólo sonrió acomodándose mejor en el sofá.
Fui hacia la cocina, comencé a preparar algo para ambos y conversar un poco más. Sin embargo, al volver con la bandeja ya no estaba. La dejé en la mesa con revistero del salón y lo empecé a buscar por el apartamento. Lo encontré recostado en mi cama, al destaparlo para mi sorpresa estaba desnudo y dormido. Le tapé de inmediato y me llevé las manos a la cabeza. No sabía que hacer con él. Era como un cachorrillo perdido, ese que todos nos queremos llevar a casa, pero que habían varios contras que me hacían rechazarlo. El primero era que según él estaba enamorado de mí, el segundo que su novio parecía bastante violento y el tercero era que yo no tenía trato con otro ser humano más de un par de horas.
Ya que había preparado el desayuno me tomé mi ración y la suya, me recosté a su lado y noté que aún seguía en boxer. Él se mostraba con el mismo pudor que yo lo había hecho, claro que en ese instante se nubló mi raciocinio. Estaba agotado y me quedé dormido a pesar de querer permanecer despierto. Cuando abrí los ojos estaba aferrado a mí, con la felicidad en sus facciones demacradas, y noté los rasguños de sus brazos. Todo él estaba lleno de hematomas. Horas atrás casi si luz no pude ver en qué estado estaba su cuerpo, sin embargo todo él estaba como su cara.
Me levanté y miré el reloj, eran las dos de la tarde. Comencé a calentar lo que mi madre me había dejado el día anterior, pues parecía que la pequeña charla telefónica le había tocado de lleno. Cuando sonó el timbre del microondas el apareció vistiendo una de mis camisas, le quedaba enorme y sin más me besó en el rostro. Tomó mi cuenco y sonrió probando los fideos.
-Están deliciosos.-susurró.-Gracias por no despertarme, llevaba días sin dormir. ¿Te importa que escogiera tu camisa? La que llevaba me picaba, no sé de que tejido está fabricada, pero me da alergia.-me devolvió el recipiente y se quedó mirándome.
-Cómetelos, soy demasiado escrupuloso.-dije dejándolos en la encimera.-Ahora veré que hay para que yo pueda comer. Por cierto, antes de que manches mi mejor camisa quítatela.-odiaba que cogieran mi ropa, mi padre cuando aún vivía en casa lo hacía. La que usaba para el trabajo a veces la encontraba en su armario.
-¿Tienes algo que me pueda poner? Si fueras tan amable, es que no me he duchado aún y necesito estar limpio por mis heridas.-comentó desabotonándose la camisa frente a mí. Por una extraña razón seguí el rumbo de sus manos y me pegué instintivamente a él.
-No, mejor desnudo.-algo en mí me hizo ser demasiado curioso, quería saber que era el “buen” sexo. Había oído hablar de que muchos hombres heterosexuales a lo largo de su vida habían fantaseado con una relación homosexual, otros la habían llegado a probar y yo deseé hacerlo. Sabía que era cruel dado su amor por mí, sin embargo pensé que así me cobraría el daño que me había causado.
-¿Qué?-balbuceó mirándome de reojo, sus labios temblaron y todo su cuerpo. Parecía un flan danzando en un plato esperando a que yo, únicamente yo, lo devorara.
-Quiero follar.-fui rápido, no tenía porqué detenerme en galanterías. Lo tenía comiendo de mi mano y lo único que había que hacer era chasquear los dedos.
-Soy tuyo.-sonrió y besó mis labios con ternura. Nadie me había besado así, era realmente un beso dado con un sentimiento nuevo para mí.-Antes deja que me duche.-pidió otorgándome otro roce de su boca para salir disparado al cuarto de baño. Me había tirado la camisa a la cara, al apartarla fui tras él y la dejé en el sofá.
-He dicho que quiero, eso es ahora.-se encerró en el aseo, lo noté porque el pomo no giraba.
-¡No! Tienes que dejarme quedar limpio.-su voz parecía distinta, demasiado feliz. El agua sonó en la losa de la ducha, después pude notar como tomaba el bote del jabón. Todos los sonidos típicos de un baño, cuando salió lo hizo con mi toalla en su cintura y sonrió. Su brazo se enroscó en mi cuello y me besó con una pasión que ninguna mujer me había regalado.-Ahora, sí.-se despegó de mi torso, tiró de uno de mis brazos y me guió hasta mi propio cuarto. Se arrojó a la cama y me quedé conmocionado.
Jamás el cuerpo de un hombre me había parecido tan femenino. Tenía un encanto de sirena con toques felinos que me enloquecían. Me subí sobre su cuerpo, aún empapado por la ducha, y sonreí lujuriosamente. Mi lengua se adentró en su boca, él siguió el beso y abrió bien las piernas para que me recostara sobre él.
-Te amo.-susurró acariciando mis cabellos con sus manos, estaba emocionado lo podía percibir.
-Dejemos las palabras.-mascullé al llegar a su yugular, le mordí excitado y mi miembro comenzó a reaccionar.
-Sabía que algún día sería tuyo.-aquello me hizo reflexionar un instante, si bien pudo el deseo contenido durante días.
Mi boca se posó en sus pezones y tiré de ellos, los lamía y pellizcaba entre mis dientes. Me dirigí hasta su vientre y al ver su miembro me aparté, no quería ver aquella cosa colgando. Él estaba muy excitado, jugueteaba con mi flequillo y sonreía placenteramente.
-¿A qué esperas?-preguntó con la mirada embarrada en placer, el placer que corrompía todo su cuerpo y que yo extrañamente le otorgaba.
-Eso me pregunto yo.-susurré levantándome de la cama para masturbarme frente a él. Estaba seguro de que entendería, como así hizo. Se posó de rodillas y comenzó a masturbarme. Pronto su boca rodeó toda mi masculinidad. Me quedé pensativo, aquello que hacía era demasiado embriagador y ninguna mujer sabía darme tanto placer. Supuse que un hombre sabía el punto débil de otro. Mis caderas comenzaron a moverse inquietas remarcando los músculos de mis glúteos, mi vientre y mis piernas. El hueso de la cadera era visible, aunque no tanto como lo era en él. Le agarré de la cabeza, tiré de sus cabellos y lo hundí en mi entrepierna.-Saboréala, jamás probaste algo igual.-era un maldito egocéntrico, aún lo soy.
Escribo estas líneas de lo que recuerdo de hace meses, dejé la misión de hablar del día a día y tan sólo anotaba algo importante. Ahora que lo reconstruyo me parece algo más sugerente, más vital y más mundano a la vez. Él arrodillado ante mí como si fuera su único dios, sus manos aferradas a mis muslos, su boca rodeando el nacimiento de mi miembro y mis testículos acariciando su mentón. Era y es una visión excitante, ya sea una figura femenina o masculina de ese modo ante cualquiera.
Lo ahogaba, pero él no rechistaba y tan sólo se volvieron blanco sus ojos. Aparté mi miembro de Víctor y tan sólo dejé la punta. Comenzó a respirar ajetreadamente y volví a clavarla, de ese modo creo que estuve más de dos minutos. Su miembro estaba erecto, a punto de estallar por la sensación de ser mi esclavo.-Que puta eres.-susurré apartándolo para tirarlo en la cama, sin preparativos y sin pensar en las consecuencias de mis acciones, entré en él. No usé preservativo, ni caí en la cuenta y afortunadamente él no tenía nada contagioso. Comenzó a sangrar y a gritar mientras gemía. Sus desgarros no eran nada comparable con el placer que sentía en sus paredes.
-Mi amor, no tan rápido.-gimió eyaculando en mis sábanas.-Román.-exclamó cuando en ese instante azoté sus nalgas, una y otra vez, hasta dejarlas rojas.-Román.-repitió innumerables veces mientras intentaba decir algo más, era una frase pero aquel ritmo lo descolocaba.-Román te amo.-suspiró cuando descargué en él toda mi lujuria. Rellené sus entrañas con cálido líquido espeso y blanquecino. Mi semen se deslizaba entre sus piernas, mientras mis manos lo apartaban lentamente. Salí con las piernas temblándome. Ver aquello era imposible de describir. Un cuadro de culto al dios Baco, o quizás también a Satanás. Era un ángel rendido a los infiernos de mi simiente.
-¿Satisfecho?-pregunté con mi miembro aún duro, quería más y me lo iba a dar.
-Mucho, me has hecho el amor.-se giró haciendo que aquel líquido pegajoso se deslizara hasta la mancha donde estaba el suyo.
-Quiero más.-lo volví a arrodillar e hice que limpiara mi sexo de la única forma que sabía. Iba a succionarla, una y otra vez, hasta que quedara limpia y erecta.-Los testículos también.-saqué mi miembro y comencé a restregarlo por su rostro, mi escroto se posó en sus labios y los rodeó con su boca.-Así.-no sabía que pasaba por su mente en ese instante, pero por la mía tan sólo en hacer de esto la mejor experiencia de mi vida.
Quería probar y lo quería hacer de todas las formas posibles. Lo tiré al suelo, lo puse boca a bajo y abrí bien sus nalgas, me coloqué y entré. Su pecho rozaba el suelo, su miembro también y sus brazos no sabían donde agarrarse.
-Por favor, llévame a la cama.-sabía que era incómodo, pero para mí era algo excitante.
Pronto dejó verter su esencia y yo hice lo mismo con la mía. Lo tomé del brazo, lo alcé y lo arrojé a las sábanas. Mi boca rozaba su cuerpo por completo, menos en sus partes, hasta llegar a la suya y allí morir en un cálido beso.
Nos quedamos dormidos, otra vez, cuando desperté Víctor estaba sobre mí sonriendo. Me observaba dormir y esperaba a que me levantara. Acarició mi rostro y besó mis labios con ternura.
-¿A qué estamos hoy?-preguntó con la ilusión bordeando sus pupilas.
-Veintisiete, jueves.-respondí secamente y pasé mis manos hasta detrás de mi nuca.-¿Para qué quieres saberlo?-dije con una duda que deseaba satisfacer.
-Para saber cuándo empezamos, para eso. No quiero que se me pase nuestros aniversarios. Hoy es el primer día de una vida completa junto a ti, quiero saber dónde estoy para poder marcarlo en mi mente.-susurró como lo que era, un estúpido adolescente enamorado.
-No he dicho que vaya a ser tu pareja, tan sólo quería probar el sexo con un chico y tú estabas a mano. Ahora estamos equilibrados.-comenté sin ánimo de dañarle, era la verdad y no podía ocultarla. Una lágrima bordeó sus pestañas y guardó silencio recostándose sobre mi pecho. Fue la primera vez, desde que nos conocíamos, que aparentaba ser maduro y tener incluso más años que yo. En otras circunstancias si yo fuera Víctor hubiera matado a esa persona, pero él tan sólo guardó sus comentarios y su dolor.
La hora que marcaba el reloj eran las diez de la noche, así que tan sólo me estiré en la cama y seguí descansando. Él se agarraba con fuerza a mí, parecía que deseaba aferrarse a su estúpida fantasía antes de ver que tan sólo le usé.
-Debo llamar a mi novio, tengo que decirle que ya no volveré a casa.-susurró.-Me quedo contigo.-pensé que era idiota y lo aparté.
-¿A caso he dicho que quiero quedarme junto a ti?
-No sabes nada.-me miró distante.-No tengo diecinueve años.-se levantó y cogió su cartera de los pantalones que trajo cuando vino, me la tiró y me miró con furia.-Mira mi documento de identidad.-comentó cruzándose de brazos.
Hice lo que dijo, después le miré y recordé que llevaba cinco años con su pareja. Me quedé perplejo y clavé mi mirada en él, como un aguijón.
-Tienes diecisiete años, recién cumplidos.-el carnet estaba en mis dedos, indagué en mis recuerdos y esa fue la edad que le eché nada más verlo.
-Mi pareja tiene treinta, me engatusó y ahora que crecí no me quiere a su lado. Pensé que era amor, pero tan sólo va con niños.-echó su mirada al suelo y se perdió en sus pensamientos, volvió a levantar la cabeza y me observó.-Cuando te conocí me acababa de dar una de mis primeras palizas, había cambiado mi voz y ya no era como él quería. Aún teniéndola andrógina, era demasiado masculina y eso le jodía.-susurró con amargura.-Mis padres murieron, él es mi tío y pensé que lo nuestro era un vínculo perfecto. Pero tú, tu arrogancia, tu saber estar, tu belleza y todo lo que te rodea me hicieron ver que podía aspirar a más. Te convertiste en una persona a imitar, a seguir, luego me di cuenta de que te amaba con toda mi alma. Y ahora, ahora tan sólo te dedicas a usarme para ver se siente metiéndosela hasta la campanilla a un tio.-apretó los puños, echó de nuevo su cabeza hacia abajo y sus cabellos cayeron como un telón pesado.-¿Quién carajo te has creído?-preguntó con furia.-¿Quién coño te crees qué eres? No vales una mierda, tan sólo lo vale lo que aparentas y lo que haces sentir en mi corazón. Pero por dentro eres tan basura, tan desechable como mi pareja.-aquel genio improvisto me descolocó. Dejé a un lado la cartera y el documento, me acerqué a él con rapidez y lo abracé.
-Ya.-susurré besando su rostro.-Quédate aquí, pero no somos pareja.-añadí tirando de él hacia la cama.-Te compraré ropa, serás como mi hermano pequeño y nada más.-no sabía porqué hacía eso, quizás porque me recordaba en algo a mí y también por el sentimiento de culpabilidad extrema.
Empezó a llorar, lo rodeé con mis brazos recostándolo en la cama. Dejé que las sábanas cubrieran nuestros cuerpos, y con el devenir de las horas volvimos a quedarnos con Morfeo.
Veintisiete de mayo del dos mil siete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario