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No Money (tengo el manga, el anime lo vi en youtube y lo quiero...¿alguien sabe donde lo puedo descargar? aquí es imposible encontrarlo en anime y solo me queda descargas)
Viernes negro
Al despertar él dormía. Eran las cinco de la mañana y me encaminé a hacer lo de siempre. Le llamé y él sonrió expectante ante lo que tuviera que decir. Acarició mi rostro y rodeó mi cuello con sus lánguidos brazos. Me besó, un beso dulce y lleno de su marca personal.
-Voy al gimnasio, después a trabajar. Si viene mi madre le dices que eres el hijo de un cliente, estoy haciéndole el favor de que estés aquí unos días.-comenté apartándolo.-No me vuelvas a besar.-rechisté levantándome para coger mis boxer y después tirar hacia la ducha.
-Haré que me ames.-murmuró cuando salía de la habitación, me quedé parado observándolo en medio de la penumbra.
-No puedo amar, ni a un hombre ni a una mujer. Amé una vez y no volveré a hacerlo, ahora tan sólo hay frialdad en mí. Busco satisfacer mis deseos, si dejo que te quejes es porque algo de humanidad debe quedar en mí. No te deseo, no me gustas, no te amo y mucho menos lo haré algún día. Espero que te quede todo claro, ahora somos compañeros de piso y no quiero que te confundas con nada. Yo no soy nada tuyo, ni siquiera amigo.-tras mis palabras fui al baño, sin escucharle. No quería oír su llanto y su persistencia.
Había dejado la ropa preparada, siempre hacía lo mismo. Después del gimnasio dejaba en el baño la ropa para el próximo día. Saqué el chándal limpio de la bolsa, lo dejé a un lado en el lavabo y levanté la taza del wc. Comencé a descargar mientras echaba la cabeza hacia atrás, mientras tanto pensaba. Tras la sacudida me encaminé a la ducha.
No esperé a que se templara, necesitaba comenzar con la frialdad de aquellas gotas iniciales. Me despejé como nunca. Mi cuerpo necesitaba de ella. Se deslizaba gota a gota por cada uno de mis músculos, mi torso bien forjado la aceptaba de buena gana y mi entrepierna se sentía liberada de una necesidad biológica severa. En mis sueños había poseído a esa mujer que inventó, una y otra vez, mi queridísima Ana vino a mí como un fantasma. Apenas había podido orinar, la excitación no me había dejado pero ya me calmaba. Me mordí el labio inferior y suspiré un instante, tomé el jabón y comencé a resbalarlo por mi figura. Mis cabellos empezaban a empaparse, pronto usé el champú y me di un pequeño masaje con él en mi cabeza. Sin duda era relajante. Tras salir me coloqué la ropa deportiva y cuando giré el pomo lo encontré frente a mí.
-Quiero ir contigo.-susurró desnudo, con aquel cuerpo magullado y con el rostro demacrado cubierto de lágrimas.
-No.-mascullé apartándolo.
-Quiero ir.-alzó el tono de voz y me miró desesperado, como un animalito herido.
-No, he dicho que no.-Me coloqué la bolsa al hombro y lo empujé. Me dirigí a la salida del apartamento y él tiró de mi manga como si fuera un niño pequeño.-¿Qué?-dije con la mirada afilada, cargado de furia.
-No olvides que te quiero.-seguía intentando darme pena, lo consiguió una vez pero no dos.
-Como sigas así te vas a la puta calle.-comenté quitándome de su agarre para abrir la puerta, cerrar de un portazo y encerrarlo en casa.
No quería que aquel monstruo lo matara, las culpas caerían sobre mi conciencia. No podía evitarlo, me sentía en parte involucrado. Comencé a correr por la ciudad, la noche me protegía o más bien la madrugada. Era viernes, mi último día de trabajo para un fin de semana que se presentaba movido. Miré al luminoso de algunas tiendas y cafeterías, comenzaban a iniciar actividad para cuando llegara la clientela. Eran barrios trabajadores, humildes, y yo había salido de ellos emergiendo entre todos, despuntando. Me sentía un Goliat victorioso ante miles de David que morían antes de empezar a soñar. Mi triunfo me enorgullecía, me hacía sentirme bien.
Al llegar al gimnasio comencé a hacer pesas. Una tras otra, cada vez más pesadas. Cuando llegó la hora salí disparado hasta mi hogar. No había dejado de pensar en todo el asunto, también en lo que él me había dicho. Por primera vez me sentía mal porque alguien estaba enamorado de mí. Al llegar lo encontré en la cama, parecía dormido pero me percaté que estaba demasiado inmóvil. Abrí la luz y me encontré la sábana llena de sangre. Se había intentado quitar la vida. Su pecho aún se movía lentamente.
Mi reacción fue coger el móvil y llamar a emergencias. Después corrí hacia él. Lo agarré entre mis brazos y lo envolví entre las sábanas. Agarré sus pantalones, allí estaba su cartera y me haría falta, fue lo único que pude razonar. Lo pegué a mi cuerpo, lo saqué al hall del edificio. No sabía que hacer, corría con él en mi regazo, sus cabellos caían como hilos mortecinos. Su cara era el símbolo del deseo de acabar con una agónica vida. Cuando llegó la ambulancia me lo quitaron de mis brazos para montarlo en la camilla. Ellos me miraron, miraron mi rostro desencajado y lleno de dudas.
-Señor, tranquilo su hijo se pondrá bien.-una enfermera tiró de mi brazo hacia el interior del vehículo.
-No es mi hijo.-susurré sentándome en el interior donde intentaban reanimarle.
-¿Puede darme el nombre?-preguntó como si yo lo supiera, no sabía nada de él y él todo de mí.
-Víctor.-dije casi sin articular palabra.
-Víctor, ¿y sus apellidos?-una lágrima recorrió mi rostro.
-No lo sé, lo conocí ayer e intenté ayudarle. No sé nada de él. Sólo que su novio le golpea. Pero esta es su cartera.-dije entregándole lo único que tenía, que sabía que podía ayudar.
-Entiendo.-sacó su identificación, después una pequeña tarjeta sanitaria y por último una nota donde el muchacho había puesto sus datos sanitarios más relevante. Parecía previsor, quizás porque había visitado demasiadas veces el hospital después de palizas.
-No, no entiende nada.-alcé la voz y agarré su mano con fuerza.
-Su sangre es A positivo.-dijo la mujer mientras miraba al resto, después a mí.-No es alérgico a ningún medicamento y su nombre es Víctor Olmedo Garrido.-recordé entonces que me lo había dicho la primera vez que nos vimos. Ni eso era capaz de recordar de él.
-¿Se pondrá bien?-pregunté con un tono preocupado, las palabras a penas no salían de mi garganta.
-Su amiguito se pondrá bien.-aquel retintín me hizo maldecirla.-Así que su novio le pega y usted le conoce de ayer, ¿por qué está su cartera llena de fotos suyas?-preguntó sacando varias imágenes mías.
-Cuando él se restablezca se lo explicará todo.-respondí a sus acusaciones como bien pude.
-Esperemos que lo haga, por ahora daré aviso a la policía. Este chico está lleno de traumatismos.-me miró con saña y me sentí impotente.
-No soy homosexual, él puede aclararlo todo.-murmuré intentando sentirme con fuerza, pero no podía.
Cuando llegamos al hospital no me dejaron ir con él, me quedé en la sala vigilado por una enfermera hasta que se personó la policía nacional. No estaba para diálogos, no estaba para nada. Llamé a la oficina delante de ellos y estos me miraban con desprecio.
-Natalia.-dije el nombre de la recepcionista.-No voy a poder ir al trabajo, le sucedió algo a un amigo y tengo que prestar declaración.-murmuré con un tono de voz que jamás había usado.-Sí, estoy bien. Después te cuento todo con más calma. Tan sólo te ruego que le pidas disculpas al resto del equipo.-colgué y apagué el móvil para acompañar a los agentes.
Me monté en el coche sin oponer resistencia, sereno de que no era culpable de sus golpes y nervioso por su estado. Cuando llegamos a la comisaría me condujeron a una sala y allí comenzaron a interrogarme.
-¿Por qué Víctor Olmedo Garrido está en el hospital bajo un cuadro grabe?-comentó uno de los agentes.-¿Por qué esta lleno de traumatismos?-no me dejó contestar una, para realizar esta otra.
-Se intentó suicidar y respecto a sus traumatismos me dijo que fue su novio.-comenté con el rostro lleno de lágrimas.-¿Cómo está?-pregunté intentando saber algo sobre él.
-Afortunadamente se restablecerá en un par de días.-comentó uno de los agentes.
-Él les dirá que yo no fui. Él suele seguirme, soy un ejemplo para él y dice que está enamorado de mí. Su novio le golpea, intenté hacerle entender que lo nuestro no es factible pero que podemos ser compañeros de piso. No quería dejarlo a expensas de ese hombre, no me sentía con fuerzas. Estaba bastante mal, le di de comer y lo dejé descansar. Hoy me fui al gimnasio, a mi vuelta estaba cortado y apuñalado por todas partes.-logré articular palabras, no sé de donde saqué la garra y la entereza.
-Hace dos días que pusieron en comisaría una denuncia por su desaparición, su tío.-comentó mirándome a los ojos.
-Su pareja es su tío.-dije seguro de lo que decía.-Sus padres murieron y vive con él, su pareja es su tío y este le golpea.-golpeé la mesa impotente.
-No sabe lo que dice.-murmuró el segundo agente invitado en la reunión.
-Quién no lo sabe es usted.-me revelé, sin ser demasiado violento.
-No sea irreverente.-masculló el segundo prendiendo un cigarrillo.
-No lo soy, digo la verdad y no me creen.-estaba a punto de llorar por la furia contenida.
-Ese hombre estaba destrozado por la perdida de su único familiar.-frunció el ceño el más joven de los dos, o eso pensé al ver que uno era obeso y con canas, mientras que el otro era más delgado. Daba igual la edad que tuvieran, como fueran físicamente, eran idiotas.
-Ya se verá, yo no miento.-murmuré intentando contenerme con los puños cerrados.
-Le creo, le creo y caperucita roja es mi hija.-respondió el gordinflón.-Miguel, llévelo a la celda a ver si así se le refrescan las ideas.-comentó con una sonrisa burlona.
Serían las diez, no lo sabía porque mis enseres personales se los quedaron en la entrada. A mí me habían dejado con la ropa y nada más. Necesitaba llamar al trabajo, aclararlo todo y luego pensé en Susana. Ella sabía parte de la historia, ella lo localizó en el locutorio. Tomé airé y sopesé que si la interrogaban o preguntaban podría decir lo que sucedió. Me senté en una banca que había allí, miré a las rejas y perdí mi mente en recuerdos no muy lejanos. No le había visto sonreír ni un instante, tan sólo cuando le pedí acostarme con él y después del sexo. Fueron los únicos instantes que pareció estar bien, psicológicamente.
Me tuvieron allí sin noticia alguna, sin nada para calmar mis nervios y mucho menos sin dirigirme la palabra, hasta que Susana entró con mi secretaria. El policía de antes, el obeso iba delante de ellas.
-Lamento la confusión, todo ha quedado aclarado por sus compañeras de trabajo.-comentó con un tono de voz distante.
-Más lo va a lamentar cuando los denuncie por mantenerme en la celda sin prueba alguna, por llamarme a interrogatorio sin mi abogado, por insultarme y por burlarse de los datos que daba. Se creen ustedes muy listos, muy sabios en su campo, pero si lo fueran ese chico no estaría en el hospital muriéndose por un intento de suicidio. No han sabido hallar al culpable, yo les he dicho quien es y si no van a apresarlo es culpa suya. Él está herido de cuerpo y alma, no hacen nada por evitarlo y luego me cargan a mí el muerto. Me parece una actitud patética y detestable, ahora mismo voy a interponer una denuncia por todo lo que ha sucedido aquí.-el agente no se lo podía creer, pero ese era el Román de siempre.
-Calma jefe.-susurró mi secretaria y miró al hombre acojonado por todo lo que había soltado en un menos de un minuto.
-Así es Román, todo genio.-comentó con una sonrisa Susana.-Al final Ana se llamaba Víctor. Te dije que mi instinto no falla.-murmuró con una sonrisa.
-Tenías razón, pero quiero ayudarle.-las rejas se abrieron y pude salir junto a ellas.
-Jamás te había visto en chándal, ganas bastante. Con la chaqueta pareces un hueso duro de roer, pero así estas bastante sexy.-intentó quitarle hierro al asunto, siempre actuaba de esa forma. Cuando un cliente se nos escabullía intentaba echarle humor. Mi jefe es lo que más adoraba de ella, yo siempre lo vi una actitud burlesca que también usaba en momentos puntuales.
-¿Cómo está Víctor?-pregunté saliendo de aquel confinamiento hacia la libertad.
-Bien, está bien. Ha perdido mucha sangre pero ya se está reponiendo. No está consciente, si es eso lo que preguntas.-aquellas palabras me mataron. Aunque decía que no era culpable, como he dicho anteriormente así me sentía.
-¿Nos podemos marchar ya?-pregunté al agente con la mirada cargada de rabia.
-Sí, en la salida le darán sus objetos personales.-respondió como si nada.
Tras diez minutos de papeleo en el libro de quejas, llamar a mi abogado con el móvil ya recuperado y comenzar el trámite de denuncia hacia este asunto, me marché con ambas hacia el hospital.
Odiaba esos lugares, mientras Susana conducía mi secretaria me ponía al día sobre la empresa. Intentaba relajarme, no pensar. Pedí que lo hiciera para evadirme. Cuando vi el edificio a lo lejos sentí un tremendo escalofrío al pasar bajo el puente, tan sólo quedaba una sinuosa cuesta. Al llegar al parking aparcamos y caminamos hasta el ala infantil. Él aún era un niño, tenía diecisiete años y debía permanecer allí. Era la habitación doscientos quince.
Entré yo solo, ellas se quedaron fuera. Parecía un cadáver, pero al menos le estaban cuidando. El gotero, la bolsa para la sangre y un aparato que controlaba su pulso junto a otro para la respiración. Según decían estaba más estable que hacía unas horas, pero aún así estaba desangrado. Había tomado varios frascos de pastillas que tenía en mi botiquín, eran somníferos para los días que no lograba descansar, y con un cocktail de lejía. Además de eso, también cortes por todo su torso y muñecas. Descubrieron lo de las pastillas por sus constantes vitales, rápidamente hicieron una analítica y después un lavado de estómago. Eso me lo contaron nada más montarme en el vehículo, por ello necesité alejar todo de mi mente, sin embargo al verlo vinieron aquellas palabras a mi mente.
Me senté junto a él observándolo. Estaba bastante preocupado, era extraño en mí. Solía ser de hielo y este se estaba derritiendo. Quizás me sentía muy parecido a él. No había tenido una vida fácil con respecto al resto de las personas. A mi me golpearon, me dejaron a un lado y se burlaban de mí constantemente. Él tenía el demonio en casa, yo al menos tenía allí un refugio.
Mi secretaria entró en la habitación, me miró e hizo un gesto de que se marchaban ambas. Yo me quedaría allí, a su lado, esperando que despertara y me diera una explicación para la locura que cometió. Eran las seis de la tarde, un día terrible y aún estaba casi a la mitad. Tuve que dejar el móvil apagado, para que los instrumentos médicos no se vieran afectados así que salí al pasillo. Tenía que llamar a mi madre, avisarla de todo lo sucedido. Al fondo del pasillo, cerca de su habitación, había un teléfono a monedas. Eché varios euros y esperé a que mi madre contestara.
-¿Sí? ¿Dígame?-era la voz de mi madre a través del hilo telefónico.
-Soy yo mamá.-dije apoyándome en la pared.
-Dios mío, hijo, cuando llegué a tu casa no me dejaron pasar. No me quisieron decir nada. ¿Qué pasó?-estaba alterada, demasiado, parecía que no recordaba que yo sabía solucionar mis problemas solo. Aunque si yo hubiera estado en su lugar también me hubiera alertado.
-Ayer conocí a un chico, intenté ayudarlo pero se ve que intentó quitarse la vida cuando fui al gimnasio. Creyeron que yo tenía la culpa de los golpes que tenía en el cuerpo, anteriores al intento de suicidio, por ello me llevaron a la comisaría. Ahora estoy en el hospital en el ala infantil. El chico tan sólo tiene diecisiete años.-intenté tranquilizarla, con un tono de voz sosegado y claro.
-Gracias a Dios, tu padre y yo estábamos muy alterados.-dijo lo evidente mientras suspiraba.
-Yo aún estoy preocupado, no sé si saldrá de esta.-comenté llevándome una mano por mi cabeza hasta la nuca.
-¿De qué lo conocías?-preguntó intentando saber porqué yo ayudaba a alguien, era la primera vez que me escuchaba preocupado por alguien que no fuera yo mismo o ellos.
-De nada, tan sólo quise ayudarlo.-dije siendo poco sincero, pero tan sólo quería que se lo creyera.
-De acuerdo, si es así no diré más.-respondió sin hacer más preguntas.
-Tengo que marcharme, dile a papá que he llamado.-comenté colgando sin dejar que se despidiera.
Al llegar había una enfermera colocándole una nueva bolsa de plasma sanguíneo. Me miró de refilón y siguió con sus quehaceres. Quitó la sábana del cuerpo de Víctor para curar sus heridas. Cuando comenzó a quitar las vendas tuve que girarme. Aquello era horrible. Tenía el torso lleno de navajazos, seguramente hecho con alguno de mis cuchillos y recordé el baño de sangre que sufrió mi cama.
-Señor, he acabado.-comentó tocándome el hombro tras unos minutos.-Si ve que despierta no dude en llamarnos.-sonrió amablemente y salió de la habitación dejándome en soledad, con él.
Su cuerpo yerto en la cama, como si fuera un cadáver, era el símbolo de la rendición. Recordé lo vivo que estaba cuando el calor colapsaba sus venas. Mis manos acariciaban su vientre, mi miembro ahondaban en su interior y sus gemidos estremeciendo la habitación. Había revolucionado mi vida, sin embargo pretendía dejarla patas arriba sin decir nada más. No podía marcharse, tenía muchas incógnitas y deseaba ayudarle. Por una vez alguien me trataba con admiración, respeto y con un toque de amor. Me sentía melancólico, pues era el primero en no verme como un saco de billetes en mi cartera. No es que estuviera enamorado, no, simplemente comprendía la situación que vivía y quería salvarlo de ella. Siempre me enseñaron a ser el caballero que soy, aunque fuera frío e impertinente en ocasiones.
-Víctor, ¿por qué lo hiciste?-susurré acariciando sus cabellos, después deslicé dos dedos por su rostro hasta sus labios.
En ocasiones olvidaba que era un hombre, para mí era Ana como ya dije antes. Sé que es una sensación extraña, pero es la que tenía y no podía remediarlo. Entendí en ese preciso instante que parte de mis deseos de protegerlo estaba basado en esa ilusión. Me senté junto a él, besé su mano derecha y esperé pacientemente a que despertara. Si bien, no lo hizo y me quedé recostado en la cama. Mi cuerpo estaba sobre la cama, pero de cintura hacia abajo estaban en un incómodo sillón.
Veintiocho de mayo del dos mil siete.
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