Hoy igual que ayer, ayer igual que hoy…
Esa es la marca de la inmortalidad, ya todo es lo mismo y lo cotidiano se hace pesado. Los matices de la vida se borran, quedan opacados por el sueño eterno. Cada vez deseas más dormir, que no te despierte esa sed innecesaria ya por tu longevidad. No quieres más cacería, pues en ese instante te vuelves un animal y olvidas por completo quien fuiste. La humanidad, la poca que vive en ti, se difumina y queda únicamente la necesidad.
Esa es la oscuridad, ese es el dolor y el pecado…tu lamento.
Mi lamento en realidad, el de todos los inmortales.
No importa que oscura sea la noche…ella no te absorbe, sino que te deja a la simple vista de cualquiera.
Y esas facciones…no importa si fuiste horrendo en la vida humana, ahora con tu seductor canto de sirena vendrán todos a ti.
Somos vampiros, hijos de la noche…amantes de Lilith y amantados también por su seno. Demonios en realidad. Deidades que beben el alma junto con la sangre de sus victimas, ya que la sangre es tan sólo una delicia de un cuerpo inanimado.
Y qué sucederá…¿qué?…
Cuando pasen los años y sigas en el mismo lugar…Serás el hijo, el nieto o quizás el pariente lejano del mismo hombre que eres…
¿Y el placer carnal? Ya no lo sientes, puedes hacerlo, pero no hay deseo. Tan sólo quieres un cuello, una muñeca o un hombro donde clavar tus colmillos…
Te entiendo tan bien, tanto…pero no podemos soportarnos. Porque he ahí otro maleficio, los vampiros somos alimañas que aunque se aman entre ellos no pueden permanecer demasiado tiempo juntos.
Eternamente solos, condenados y a oscuras. Eso es lo que sucede…No importa que veamos ángeles, que seamos demonios o que nos confundan con duques. No importa nada…
Sea como nos vean o veamos a quienes queramos…supliquemos o no la absolución…Estaremos solos en un silencio apabullante, el cual solo es roto por el bombeo del corazón de una nueva victima.
¿Esta noche serás tú mi victima?

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