Desperté en medio del más profundo silencio. Mis ojos verdes observaron la escena que se mostraba a mí alrededor. Me sentía como un felino desde que adquirí mis poderes, podía ver en la oscuridad y atrapar matices que antes no encontraba. Casi podría decirse que comencé a ronronear cuando lo noté a mi lado. Su piel tan cálida, muy contraria a la mía que parecía de reptil, y sus labios sellados en una sonrisa dulce me condujeron a una calma inexistente en este aciago mundo. Estábamos desnudos y pude comprobar que en su piso de soltero. Esa cama con dosel era especial, allí me tuvo por primera vez suplicante por tenerlo. Acaricié su mejilla y me levanté dejándolo en la cama. Me dirigí hacia el espejo de cuerpo entero. Durante unos minutos me contemplé y luego sonreí como un chiquillo.
-Espejito, espejito mágico, ¿quién es el vampiro más afortunado?-reí bajo y noté que él se levantaba.
-No lo sé, ¿tú?-respondió quedándose detrás de mí como un perro guardián y me agarró por la cintura.
-Sí, soy yo.-sonreí observándonos en el espejo, acariciando suavemente su rostro y quedándome perplejo ante el cambio tan radical que había dado mi vida.
-Pensé que eras caperucita roja y no la madrastra de Blancanieves.-argumentó frunciendo el ceño.-¿O es que ahora te gusta ir tras enanitos?-besó mi cuello y caí en un placer único. Era, y es, la parte más sensible de mi cuerpo, la que me hace delirar en un único roce.
-Tú eres mi lobo feroz, yo soy caperucita pero no tengo abuela y quiero que me comas.-me giré de improvisto para él y lamí sus labios mordiendo el inferior.
-¿Seguro que soy yo el lobo?-preguntó con una sonrisa llena de significado para mí. Me tomó del trasero y yo me encaramé sobre su cuerpo. Mis brazos rodearon su cuello, mis piernas caían a ambos lados de sus costados y mi boca quedó pegada a la suya en un beso.
-Sí, pero el cuento cambió.-susurré mordiendo el lado izquierdo de su cuello, sin hacerle el menor rasguño.-Dame el placer del amor más pasional, lobito mío.-dije acariciando su rostro con una de mis manos, dejando que mi garra rodeara su pómulo hasta su mentón.
-Ya veo, ¿qué pensaría tu hija del cambio drástico del cuento?-susurró arqueando una ceja para llevarme de nuevo al colchón.
-Creo que se divertiría aún más que nosotros cuando nos lo contaron.-dije notando bajo mi espalda las sábanas negras que tenía el somier. Palpé la calidez de la tela, la seducción de la suavidad que emanaba de cada fibra y abrí bien mis piernas mostrándome sin pudor.-Pero el final es siempre el mismo.-mis manos pasaron por sus fornidos hombros, para luego ir hacia su torso, el cual estaba marcado y lleno de pequeñas heridas de guerra.
-¿Cuál? ¿Viene el cazador y me mata? ¿Traerás a tu padre aquí?-dijo frunciendo el ceño jugando conmigo a las fábulas.
-No, el lobo se come a caperucita. En el mío terminaba así y yo quiero que me comas pequeño lobezno.-esa mano era como una serpiente, se enroscaba en cada trozo de su torso hasta llegar a su entrepierna. Allí comencé a masturbarle para notar ese vigor, esa fuerza animal.-Ponte condón, quiero que sea fuerte y si sangro será perjudicial para ti.-mis dientes de vampiro brillaron al igual que mis ojos.
-Tranquilo, el lobo desea comerse a su caperucito y no dejar nada de él.-mis dedos seguían aquel juego.
-Me pregunto como será cuando estés en celo.-dije divertido, pensando que todo era un agradable sueño y que en realidad tendría que despertarme.
-Pues, te diré que ya estoy en celo por tu culpa. Deseo sexo cada noche, pero tú eres demasiado lindo para obligarte.-susurró lamiendo mi cuello, para luego ir hacia los pezones y comenzar a sentir una excitación endemoniada, no podía ocultar que aquellas zonas erógenas existían y él las conocía a la perfección.
-Entonces, házmelo como todo un lobo.-gruñí en un gemido y le observé notando mi flequillo sobre mi frente.
-Eso tenlo por seguro.-abrió mis piernas y me penetró con dos de sus dedos, llevando su boca hacia mi sexo y comenzando a succionar desde el inicio. Mi miembro estaba comenzando a despertar cuando lo enroscó en su lengua y me atrapó en una fiebre que me hacía delirar.
-¡Dio!-exclamé aferrándome a sus hombros mientras abría bien mi boca para respirar. Aquellos condenados dedos se movían rítmicamente, girándose y profundizando cada vez más.-¡Dios!-blasfemé contra el creador de todo, ahora que sabía que existían los ángeles tenía un morbo añadido.-¡Dio!-gemí al notar cuatro dedos entre mis nalgas.-Por favor, entra.-rogué en un murmullo notando mi torso oscilar con fuerza.
-Calla.-sonrió lamiendo sus dedos, dándome un respiro.-Ahora viene lo mejor.-murmuró y como si nada los volvió a sumergir haciéndome enloquecer.
-¡Dio!-grité intentando no arañar su cuerpo, por ello me aferré a las sábanas.
-Te daré la vuelta, quiero ver ese lindo culito.-me volteó y me dejó con mis redondas posaderas al aire, mostrándoselas sin ningún pudor.-Estás tan dilatado, tan excitado.-susurró lamiendo mis nalgas para luego introducir su lengua entre ellas.
-¡No me tortures!-grité cerrando los ojos y agarrando, esta vez, la almohada.
-No es una tortura mi pequeño vampiro, es un deleite para mis sentidos.-mordió ambos lados y se sumergió sin más con su pene bien erecto.
-¡Reviéntame!-jadeé con mi pecho húmedo por el sudor, empapando la almohada y las sábanas.
-Si vieras que bonito queda tu pene rozando el colchón, tus testículos chocando casi con los míos y mi sexo rellenando tu agujerito.-susurró besando mi espalda, dejándome recobrar el aliento y algo de la cordura.
-¡No seas pervertido!-exclamé cerrando los ojos y moviendo un poco las caderas para acomodarla en la funda de mis entrañas.-Fuerte.-gemí.
-Lo haré tan fuerte que no vas a querer ir a ver a tu abuelita.-rió bajo y empezó a embestirme como un poseso. En cada arremetida había un grito mío de placer, mi boca se llenaba del pecado de la carne y sus caderas eran mi purgatorio.
-¡Te amo!-era la primera vez que lo decía tan convencido. Había pasado un mes, un glorioso mes, y estaba rendido a él.
-Y yo pequeño.-balbuceó dejando sus manos en mis costados mientras una mía me daba placer a mi mismo.
-Quiero que me otorgues el premio.-cuando fui a gemir como un desgraciado mordí la almohada y me dejé llevar por la lujuria. Eyaculé manchando las sábanas, mis piernas y parte de mi pecho.
-Ven entonces.-salió se mí y comenzó a masturbarme observándome.-Ven y toma el regalo.-me giré y gateé para lamer la punta.-Entero, es tu premio.-me agarró de la cabeza y lo clavó hasta el final de mi garganta, para dejar liberado su torrente de semen. Mis ojos se quedaron fijos en los suyos y una lágrima se escapó de ellos, la cual limpió con una de sus manos. Siguió moviendo su sexo un poco más en mi boca, mostrándome quien dominaba a quien en la cama, para luego dejarme recostado y subirse sobre mí.-Te amo.-besó mi cuello y siguieron las caricias que tanto deseaba, las del después del sexo, esas que demostraban complicidad.
La complicidad en la pareja… es el mayor premio ¿no es así?

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