Cada vez más delgado...costillas a mí...costillas a mí
Hace años que no escuchaba este tema, es de los pocos Mc que aún respeto.
Sex
Recostado en la cama sin pensar en nada, con la luz del sol bañando mi piel y la brisa veraniega otorgándome más calor del que mi cuerpo podía soportar. Comenzaba a sentir que el sudor recorría mi piel, intentando refrescarme, pero ardía por la fiebre del deseo y a la vez por los más de treinta grados que rondábamos allí afuera.
Mi toso se movía agitado, me quité la camiseta y me quedé tumbado en la cama. La ventana estaba abierta, aunque las cortinas ocultaban un poco lo que sucedía en la habitación. Mis manos se pasaron suavemente por mi vientre hasta el borde de mi pantalón. Cada dedo bordeó la goma de los boxer, luego la correa que pronto desapareció y quedé a solas con un pantalón que gritaba ser arrancado. Sumergí mi mano en mi entrepierna, palpando mi erección entre mis ropas y pronto la excitación aumentar.
Y es que pensar en ti es el peor de mis pecados, haces que desee destrozarte con el movimiento de mi pelvis. Recordar tus gemidos en medio de la noche, de la mañana o a cualquier hora, es parte del encanto de amarte.
Acabé por quitarme el pantalón, quedarme desnudo y echando las cortinas. Agarré el mango de mi espada, lo apreté y jadeé por la lujuria. Deseaba aparecer como Atila sobre tu piel, devastarla y dejar que no volviera a crecer necesidades en ti, necesidades de otro hombre.
Pronto enloquecí y algunos gemidos aparecieron en mis labios, tu nombre en un murmullo, la almohada aguantando los movimientos de mi cabeza alentando a que me acomodara para el momento final. Ese instante vino, fueron segundos, mientras esparcía en el aire mi simiente, la esencia del placer y el lívido, lo que me hacía sentirme más un animal que un hombre. Entonces, sólo entonces, me quedé tranquilo con mi sexo entre mis manos manchadas de ese líquido pastoso y blanquecino.
Quiero tocarte, acariciar cada milímetro de tu piel y lamer cada rincón de tus ingles. Que resuenen tus gemidos con los míos, que el corazón estalle dentro de la cancel de nuestras costillas y abrir tus piernas para otorgarte la violencia de cada embestida. Quiero que toques las estrellas con las yemas de los dedos mientras muerdo tu cuello, tus hombros y tus senos. Te amo, eso no lo dudes, por ello deseo la complicidad de nuestros cuerpos, al igual que lo son nuestras almas.
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