-¿Dónde estás?-preguntó al aire sin más mientras daba una nueva calada a su cigarrillo. La nicotina, su sabor y su aroma, se difuminaban por la habitación impregnándolo todo.-¿Dónde diablos estás?-rogó con una lágrima bordeando sus ojos, indecisa en si caer o simplemente dejarse arrastrar.-Está acabando el verano, pronto llegará el otoño y hará un año que desapareciste.-se tumbó a lo largo de la cama, siguió fumando como tenía costumbre y sus ojos se quedaron fundidos en la luz que iluminaba la habitación. Era un hombre y los hombres no lloraban, por eso se tragaba sus lágrimas mientras soportaba su nebulosa de orgullo. Sus manos se convirtieron en puños y golpearon repetidamente el colchón, una y otra vez, sintiéndose tan insignificante como la colilla que aún prendía de sus labios.
Terminó por incorporarse y rondar por el cuarto como iba, medio desnudo, y con los cabellos alborotados como un loco. Su aspecto era el de un bohemio famélico dado a la bebida, realmente era más que a la botella a lo que se aferraba. Cada día se mantenía en pie gracias a una fantástica fórmula de orgullo, sin razón y fantasía. Las pastillas que conseguía en una discoteca, éxtasis, que le hacía reír como una hiena y afrontar el vacío de su mundo. Se notaban sus costillas bajo la camiseta interior y al no llevar pantalones se podían observar sus piernas débiles. Era el espectro de lo que un día fue y jamás volverá a ser.
Treinta años, treinta años de esfuerzos y dedicación tirados a la basura, nada más y nada menos que treinta angustiosos años. Como si un terremoto hubiera aniquilado una ciudad y luego un tornado la hubiera barrido. Ya no quedaba nada de lo que un día hizo que cientos de personas le rindieran tributo. Se puede decir que era un Kurt Cobain aún sin medios para el suicidio. Su humor una montaña rusa, lo veías llorar y reír al mismo tiempo mientras suplicaba que el mundo volviera a observarlo como a un mito.
-Sí tú estuvieras todo tendría sentido. Volvería a creer en Dios, volvería a ser un niño. Tantos golpes me han dejado sin respiración, estoy malherido. Estoy pensando en irme, mi vida no tiene sentido. Te imploro que regreses, que me ames como a ti mismo.-su voz quebradiza, pero a la vez con un encanto especial, se desplazaba por el silencio quebrantándolo una vez más, mientras se preparaba un vaso de whisky. Cuando se lo llevó a los labios y saboreó aquel manjar cayó al suelo. Algo en él comenzaba a fallar, tantos excesos se pagaban en un momento de paz.
Las convulsiones de la drogadicción más acusada, como si fuera un gusano a punto de ser clavado por un alfiler, se dejaban denotar en sus manos. El vaso de cristal había estallado cerca de él y sus manos eran como las de una gárgola. Sus ojos azules se volvieron fríos, vidriosos, y sus aspavientos cesaron. Sus labios quedaron sellados y su cuerpo pegado al piso. Su voz ya no volvería a pisar un escenario, al igual que las musas no se desplegarían por el papel de su libreta. Se llevó un año, un año en el olvido de todos. Una fama temprana y mal digerida, un joven con expectativas que fue machacado por el vacío de una sociedad que cambia de gustos como cambian de ropa interior. Perdió el juicio, la mala vida le sobrevino, los escándalos y al final una muerte prematura.

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