Miho espero que tu día en clases no hay sido muy aburrido, sé que lees esto antes de cualquier cosa y por ello lo dejo escrito aquí: Je t'aime
Por mucha personalidad que tuviera mi hijo y mi nieto, por muy despiertos que parecieran, eran niños. Los niños no viven el mundo de los adultos, sino el mundo de la fantasía y esa fantasía les hace ser inocentes. Incluso los niños que sufren y padecen a lo largo de este nefasto planeta, incluso ellos, tienen su parte de inocencia y pueden llegar a creer en la magia.
Seguimos dialogando sobre temas banales, incluso de arte y ciencia. Intentaba alejar su mente de los pensamientos pesimistas, del dolor, la amargura y cualquier preocupación. Deseaba animarlo más allá de un simple apoyo. Todos queremos una mano amiga en los momentos duros, aunque nos olvidamos de ella cuando triunfamos. Si bien, él necesitaba más que una mano sobre su hombro que le dijera “llora si lo deseas”. Se quedó callado y comenzó a llorar. En esos momentos no estábamos solos, sino rodeados por comensales que fueron llegando poco a poco.
-¿Kamijo?-pregunté algo alarmado.
-No sé que hacer con K.-masculló.-No sé que hacer con él, como bien has dicho pronto será momento de reuniones familiares y toda mi familia está rota. Mis padres están muertos, mis tíos no me hablan desde hace décadas y mi hermano está encerrado.
-Tienes a Jasmine.-dije con una sonrisa extendiendo un pañuelo que solía llevar sólo porque perteneció a mi madre. Era blanco y tenía un pequeño reborde de flores de cerezo.
-Pero sufro porque mi hermano jamás ha tenido unas Navidades normales.-susurró alzando la vista.-Es doloroso ver como debo mentir sobre mis padres, inventarme que siguen vivos y que le echan de menos. También finjo estar bien ante él y me imita e intimida. Aunque sé que en realidad es como un niño, su mente es infantil y sus necesidades también.
-Ve con Jasmine a verlo, llévale regalos que le agraden e intenta por todos medios que sea feliz al menos unos minutos.-negó con la cabeza cuando dije aquello.
-No puedo exponer a Jasmine a esa visión horrible de mí, es como mirarme al espejo y ver en mis ojos oscuridad. Sé que su alma sufre y a veces me pregunto por qué no lo maté cuando era joven. Sé que es duro decir eso, es mi hermano y le quiero, pero ni él ni yo padeceríamos más.-apretó el pañuelo que le había entregado y se secó las lágrimas.
-Kamijo sé que no sientes lo que acabas de decir, eres noble y antes de hacer algo tan atroz... te hubieras hecho daño a ti.-susurré con una leve sonrisa.
-Lo sé.-dijo con seguridad en su voz, pero también mucho dolor.-Me desespera no poder ver mejoría en él. Si al menos pudiera controlar sus ataques de histeria, ira o simplemente sus visiones, podría llevarlo a casa y tenerlo unos días a mi lado.-sonrió con amargura y me miró a los ojos extendiendo el pañuelo.-He olvidado que me odia.
-Tal vez es sólo envidia, dices que es como un niño y los niños no conocen ese sentimiento.-respondí guardando el pañuelo en mi chaqueta.
El camarero vino hacia nosotros con un platillo con la cuenta, y antes de que pudiera tomar el papel para ver cuanto había costado todo, él lo había agarrado entre sus finos dedos y dejado su tarjeta de crédito.
Salimos del local poco después de pagar la comida. Lo hicimos caminando con lentitud hacia su vehículo, y por supuesto en silencio. Sin embargo, antes de llegar al coche él se abrazó a mí y se desahogó llorando. Yo simplemente lo aferré contra mí, intentando demostrarle que yo estaba allí y que no estaba solo. Acaricié sus cabellos por impulso mientras él lloraba sin hacer demasiado ruido. Las personas que pasaban por nuestro lado nos observaban, además de esquivarnos, y creo saber qué podían estar pensando. Podían pensar que no era lugar para pararnos, que tal vez yo era el ogro que le había hecho llorar o simplemente mera curiosidad al reconocerme.
Sus manos se aferraban con fuerza a mis brazos y tiraban leve de mi ropa. En aquellos momentos me di cuenta de lo frágil que era, ya que su ropa daba un aspecto más voluminoso a su cuerpo. Era delgado, pero no llegaba a serlo excesivamente, y su piel era más suave de lo que aparentaba. Se había derrumbado frente a mí, dejando cualquier muro y reticencia.
Siempre he escuchado que los hombres para ser hombres deben mentir en sus sentimientos, ahorrar sus lágrimas y permanecer fuertes. Una gran tontería, porque llorar no nos hace más débiles sino más libres. Demostrar quienes somos y lo que sentimos nos acerca más a quienes amamos. Él con aquel gesto se estaba desnudando ante mí, demostrándome sus miedos más allá de un par de palabras.
-Atsushi.-susurró apartándose un poco.-Gracias.
-Simplemente lo necesitabas.-dije acomodando su abrigo.
Minutos después estábamos en el coche y cambié la radio por algo de rock, más acorde a mí. Una música increíble, tachada por otros como infernal, transformó el ambiente del vehículo. Según el chico que llevaba la radio se trataba de Crashdiet, con su antiguo vocalista ya fallecido. Riot In Everyone era la canción y me recordaba al punk-rock de los ochenta con influencias metal. Kamijo me miró de reojo cuando me quedé tranquilo en mi asiento con una sonrisa en mis labios.
-Quien diría que tú eras el hombre centrado de hace unos años.-murmuró.
-Cállate mocoso y escucha.-dije entre carcajadas.
Airbourne contraatacó segundos después con claras influencias AC/DC. Todo el coche se llenaba de rock de cualquier estilo, más duro o menos. Disfrutaba de aquel recorrido y Kamijo simplemente resoplaba bajo. Sin embargo, podía entenderlo. Yo era un salvaje y él un sibarita. Megadeth, W.A.S.P., Skid Row, Queen, Rolling Stones mezclados con bandas jóvenes que iniciaban la carrera hacia la inmortalidad de sus nombres, como tantos otros.
-¿Será cierto que los rockeros nunca morís?-interrogó alzando una de sus cejas rubias.
-Será, yo aún sigo vivito y coleando.-respondí notando que llegábamos a la zona residencial donde vivía.
Seguimos dialogando sobre temas banales, incluso de arte y ciencia. Intentaba alejar su mente de los pensamientos pesimistas, del dolor, la amargura y cualquier preocupación. Deseaba animarlo más allá de un simple apoyo. Todos queremos una mano amiga en los momentos duros, aunque nos olvidamos de ella cuando triunfamos. Si bien, él necesitaba más que una mano sobre su hombro que le dijera “llora si lo deseas”. Se quedó callado y comenzó a llorar. En esos momentos no estábamos solos, sino rodeados por comensales que fueron llegando poco a poco.
-¿Kamijo?-pregunté algo alarmado.
-No sé que hacer con K.-masculló.-No sé que hacer con él, como bien has dicho pronto será momento de reuniones familiares y toda mi familia está rota. Mis padres están muertos, mis tíos no me hablan desde hace décadas y mi hermano está encerrado.
-Tienes a Jasmine.-dije con una sonrisa extendiendo un pañuelo que solía llevar sólo porque perteneció a mi madre. Era blanco y tenía un pequeño reborde de flores de cerezo.
-Pero sufro porque mi hermano jamás ha tenido unas Navidades normales.-susurró alzando la vista.-Es doloroso ver como debo mentir sobre mis padres, inventarme que siguen vivos y que le echan de menos. También finjo estar bien ante él y me imita e intimida. Aunque sé que en realidad es como un niño, su mente es infantil y sus necesidades también.
-Ve con Jasmine a verlo, llévale regalos que le agraden e intenta por todos medios que sea feliz al menos unos minutos.-negó con la cabeza cuando dije aquello.
-No puedo exponer a Jasmine a esa visión horrible de mí, es como mirarme al espejo y ver en mis ojos oscuridad. Sé que su alma sufre y a veces me pregunto por qué no lo maté cuando era joven. Sé que es duro decir eso, es mi hermano y le quiero, pero ni él ni yo padeceríamos más.-apretó el pañuelo que le había entregado y se secó las lágrimas.
-Kamijo sé que no sientes lo que acabas de decir, eres noble y antes de hacer algo tan atroz... te hubieras hecho daño a ti.-susurré con una leve sonrisa.
-Lo sé.-dijo con seguridad en su voz, pero también mucho dolor.-Me desespera no poder ver mejoría en él. Si al menos pudiera controlar sus ataques de histeria, ira o simplemente sus visiones, podría llevarlo a casa y tenerlo unos días a mi lado.-sonrió con amargura y me miró a los ojos extendiendo el pañuelo.-He olvidado que me odia.
-Tal vez es sólo envidia, dices que es como un niño y los niños no conocen ese sentimiento.-respondí guardando el pañuelo en mi chaqueta.
El camarero vino hacia nosotros con un platillo con la cuenta, y antes de que pudiera tomar el papel para ver cuanto había costado todo, él lo había agarrado entre sus finos dedos y dejado su tarjeta de crédito.
Salimos del local poco después de pagar la comida. Lo hicimos caminando con lentitud hacia su vehículo, y por supuesto en silencio. Sin embargo, antes de llegar al coche él se abrazó a mí y se desahogó llorando. Yo simplemente lo aferré contra mí, intentando demostrarle que yo estaba allí y que no estaba solo. Acaricié sus cabellos por impulso mientras él lloraba sin hacer demasiado ruido. Las personas que pasaban por nuestro lado nos observaban, además de esquivarnos, y creo saber qué podían estar pensando. Podían pensar que no era lugar para pararnos, que tal vez yo era el ogro que le había hecho llorar o simplemente mera curiosidad al reconocerme.
Sus manos se aferraban con fuerza a mis brazos y tiraban leve de mi ropa. En aquellos momentos me di cuenta de lo frágil que era, ya que su ropa daba un aspecto más voluminoso a su cuerpo. Era delgado, pero no llegaba a serlo excesivamente, y su piel era más suave de lo que aparentaba. Se había derrumbado frente a mí, dejando cualquier muro y reticencia.
Siempre he escuchado que los hombres para ser hombres deben mentir en sus sentimientos, ahorrar sus lágrimas y permanecer fuertes. Una gran tontería, porque llorar no nos hace más débiles sino más libres. Demostrar quienes somos y lo que sentimos nos acerca más a quienes amamos. Él con aquel gesto se estaba desnudando ante mí, demostrándome sus miedos más allá de un par de palabras.
-Atsushi.-susurró apartándose un poco.-Gracias.
-Simplemente lo necesitabas.-dije acomodando su abrigo.
Minutos después estábamos en el coche y cambié la radio por algo de rock, más acorde a mí. Una música increíble, tachada por otros como infernal, transformó el ambiente del vehículo. Según el chico que llevaba la radio se trataba de Crashdiet, con su antiguo vocalista ya fallecido. Riot In Everyone era la canción y me recordaba al punk-rock de los ochenta con influencias metal. Kamijo me miró de reojo cuando me quedé tranquilo en mi asiento con una sonrisa en mis labios.
-Quien diría que tú eras el hombre centrado de hace unos años.-murmuró.
-Cállate mocoso y escucha.-dije entre carcajadas.
Airbourne contraatacó segundos después con claras influencias AC/DC. Todo el coche se llenaba de rock de cualquier estilo, más duro o menos. Disfrutaba de aquel recorrido y Kamijo simplemente resoplaba bajo. Sin embargo, podía entenderlo. Yo era un salvaje y él un sibarita. Megadeth, W.A.S.P., Skid Row, Queen, Rolling Stones mezclados con bandas jóvenes que iniciaban la carrera hacia la inmortalidad de sus nombres, como tantos otros.
-¿Será cierto que los rockeros nunca morís?-interrogó alzando una de sus cejas rubias.
-Será, yo aún sigo vivito y coleando.-respondí notando que llegábamos a la zona residencial donde vivía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario