Aún creo que me mintió, que no era el demonio,
Lestat de Lioncourt
Muchos usan demasiado rápido las
palabras de amor y respeto, la usan como moneda de cambio. Son
hábiles para conseguir lo que pretenden con un poco de zalamería y
don de gentes. Son demonios hábiles, pero humanos. Tan humanos como
es la pereza, la codicia, las mentiras y los errores que acumulan
bajo sus camas, igual que los sueños rotos sobre las mullidas
almohadas. Ellos son los demonios que pueblan éste mundo arrasando
con todo.
Son el resultado del sacrificio del
honor y el respeto, de la verdad y la necesidad misma de buscar
afecto. Intentan progresar en éste mundo tomando lo que no les
pertenece, o simplemente destruyendo toda evidencia de su fracaso.
Sus almas son más oscuras que mis propias alas, que la propia noche.
Se han convertido en seres terribles
que con el paso del tiempo son el ejemplo perfecto de políticos,
empresarios y grandes actores de dramas baratos. Adquieren voluntad
propia sus engaños y el veneno enraizado en sus venas. Se
transforman en lo peor, pero son aupados por la mayoría que ansían
tener el mismo respeto y poder. Sin embargo, caminan entre naipes que
pueden ser derrumbados con un soplo de aire fresco.
La nueva política, surgida de los
barrios más humildes, se aplasta con mentiras indecentes y se oculta
a plena vista. Se vende que el capitalismo más brutal, el libre
mercado, es aquel que crea trabajo y riquezas. El trabajo y la
riqueza la trae consigo el trabajador, el cual sacrifica su tiempo de
vida para unas cuantas monedas que malgastará usándola en productos
tan terribles como el que fabrica. Es un ciclo insano que infecta a
todos. Por eso, y no por otro motivo, yo tengo gran poder y presencia
entre ustedes.
Si existen infiernos, si hay demonios,
no es porque yo los envío. Ustedes los forman, los amamantan y les
dan poder. Son siervos de vuestros propios infiernos, alimentan sus
ascuas y se consuelan con un cielo que destruyen a cada paso. Están
ciegos. La codicia, las mentiras, la sed de poder y el ansia de unos
privilegios que sólo deben alcanzar con esfuerzo, pero que éste es
demasiado terrible, os impulsa a convertiros en monstruos de guerras
donde los hermanos se lazan con furia contra su propia sangre.
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