Lestat de Lioncourt
A veces bajo en silencio, intentando no
llamar la atención a los que conviven con nosotros, para deslizarme
hasta el salón y observar como cae apasionada sobre el piano. Su
música es un murmullo agradable que siempre envuelve el ambiente
acogedor de la primera planta. Allí, cerca de la gran escalera de
mármol, me aferro al pasamanos y la contemplo como si fuese un ángel
o un ser de otro mundo.
En ocasiones sólo está cubierta con
un ligero camisón, sus cabellos de trigo caen en ligeras ondas sobre
su espalda y sus brazos, finos y hermosos, se mueven con la elegancia
propia de una pianista. Me recuerda a alguien que amé profundamente.
Una mujer que siempre estará en mi memoria, aunque no sea capaz de
recordar su timbre de voz y temo, que un día cualquiera, olvide su
rostro. Un rostro proporcionado, de cejas negras, rosada boca pequeña
y carnosa, pómulos llenos y marcados con rubor así como una
expresión dulce, aunque inquieta. Hablo de mi hermana. Ella,
Sybelle, me recuerda a mi dulce hermana.
Todavía recuerdo como tocaba para mí.
Hacía aquello cerca del gran ventanal, con la plantación de fondo,
y yo me sentaba a su lado a leer. Intentaba olvidar las locuras de
nuestro hermano pequeño, el cual creía que era realmente un enviado
de Dios. Suspiro al pensar que tuve la culpa por dejarle ser, por no
controlar sus actos y porque un ser, fuese quien fuese, le engañara
como intentó hacerlo con Lestat. En ocasiones me pregunto si no ha
sido el mismo, si no fue él quien manejó que nos conociéramos y
que la estatua se moviera. Tal vez siempre estuvo ahí, como ahora lo
está en silencio. Es un miedo que se aferra a mi corazón y me deja
respirar a duras penas.
Pero todos mis miedos, incluso el más
probable, se mueren y queda tan sólo la verdad. Una verdad dulce,
tremendamente dulce, que es ella tocando apasionadamente para que
otros la escuchen. Desea aliviar los corazones heridos, las almas
impías y los sentimientos vacíos. Ella, la dulce Sybelle, es un
claro ejemplo de bondad. Por eso, y no por otro motivo, la llamamos
“El ángel del piano”... mal que le pese a Lestat que no cesa de
tacharla de loca, de perdida en la música, sólo porque su viejo
amante perdió la vida tras delirios musicales.
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