Otra de las páginas del Diario de Claudia. No sé qué pensar de ella, pero realmente me tienta volver a buscar a su fantasma y averiguar si realmente ha logrado descansar en paz.
Lestat de Lioncourt
Necesitaba alejarme definitivamente de
Louis. Él había encontrado en otros brazos aquello que yo no podía
ni quería darle. Reprimía mis sentimientos de odio y colocaba una
dulce sonrisa como máscara. Tenía que huir de él. Sin embargo,
sabía que sola no podía hacer nada. Se habían ocupado de no darme
la oportunidad de crecer o morir, sino que me arrancaron de los
brazos de la muerte y me dieron una vida llena de condenas. Mi
apariencia de niña de cinco años provocaba que me aferrara con
fuerza a Louis, pues necesitaba que me complaciera en todos mis
caprichos y necesidades.
Estaba en París. Una ciudad llena de
una chispa que no se podía ver en otros lugares de Europa. Pocos
podían negar la belleza de esa ciudad. Una ciudad que ha hecho
suspirar a románticos de todo el mundo. Los bohemios vienen a morir
a París. Francia es un país de intensos contrastes, pero París es
la amalgama de todo. Era un laberinto lleno de pequeños detalles
asombrosos y yo quería capturarlos todos.
Aquella noche abandoné el hotel con el
firme objetivo de encontrar un sustituto a Louis. Ésta vez quería a
una mujer. Deseaba que fuese una mujer. Necesitaba ver el cuerpo que
yo no tendría, y disfrutar de la compañía de alguien que pensara
mínimamente como yo. Louis, por muy delicado y femenino que pudiese
llegar a ser, era un hombre y no comprendía mi sufrimiento. No podía
cautivar a los hombres seduciéndolos como lo que era: una mujer
adulta.
Entonces la hallé. Una mujer destruida
por la pérdida de una hija, con el deseo de amar a otra, y yo me
veía como candidata perfecta. Solía desvivirse en el taller de
muñecas que poseía, pues hacía cientos de pequeñas niñas con sus
delicadas manos. Su marido era un imbécil, tacaño y poco amable.
Ella se consumía bajo la tenue luz del candil mientras pintaba las
cándidas sonrisas de aquellas húerfanas que se amontonaban en su
escaparate.
No fue difícil convencerla. Lo difícil
fue convencer a Louis. Maldito sentimental. Idiota tenía que ser.
Aún es más terco que Lestat y su sentimentalismo me va a matar.
Pero al fin lo he logrado. Ésta noche hemos caminado los tres juntos
y hemos contemplado como ardía esa pequeña tienda de muñecas. El
fuego, sin duda alguna, purifica.
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