Hacía algunos años
que había logrado superar el pavor que me invadió aquellos días. También fue
una proeza dejar los vanos intentos de ser un santo. Yo no soy ni seré bueno.
Sólo soy excepcional como villano. Pero en los últimos años, y en concreto
desde que Amel tomó un hueco importante en mi vida y por lo tanto en mi
historia, he empezado a recapitular sus palabras hilándolas con recuerdos efímeros
de ese terrorífico lugar. Pero admito que el día de hoy sólo siento una
espantosa sensación sobre quién era realmente Memnoch.
He intentado
decirme a mí mismo que el Diablo y Dios no existen. Sólo son conceptos. Desde
que tengo memoria he visto a las personas postrarse con miedo ante un altar,
juntando sus manos, y pedir que Dios se apiadara de sus almas por sus actos
pecaminosos y ofensivos. Siempre he escuchado el insistente pretexto de haber
sido inspirado por una voz demoníaca dentro de ellos que pedían, casi al borde
del llanto, que hiciesen algo terrible. También sé que otros han sentido otra
voz que les recordaba lo idiotas que eran al haber caído bajo esos instintos.
Por supuesto son ellos y sus deseos más oscuros, así como su conciencia
intranquila que no les deja dormir por las noches.
Para mí es más
fácil de creer que existe el mal que el bien. El mal siempre es posible. Es más
fácil mentir que decir la verdad, dañar que arreglar una herida o insultar que
rebatir con lógica y buenas palabras. La honestidad y el honor están
desapareciendo de éste mundo. Igual que la elegancia, la belleza más sencilla y
pura, la imaginación y el amor. Lentamente el hombre se está convirtiendo en un
estúpido frívolo que caminará siempre con miedo. Sin embargo, ya me conocen,
sabéis bien que mantengo mi esperanza. Pero están adoctrinando a los niños
desde pequeños a olvidar quienes son realmente, imponen unas reglas absurdas
sobre el mundo y vallan su imaginación convirtiéndolos en productos perfectos
para no sublevarse ante la sociedad, el gobierno, la religión y el supuesto
progreso de sus ciudades. Todavía hay lugares donde se reza en las aulas como
si estuvieran sus alumnos en siglos pasados.
Pero no es lo
anterior, ni mucho menos, lo que provoca que esté pensando recurrentemente en
él. Es Amel. Amel me ha hecho pensar en Memnoch más de una noche. He recordado
su sufrimiento y esos ojos que clamaban piedad. Aunque no fuese el Diablo, no
fuese ese maldito demonio que decía ser, sé que sufría de soledad y de una
desesperanza propia de alguien que se cree vencido y superado por todo lo que
ocurre a su alrededor. Me he sentado frente al fuego avivando la leña pensando
en él, en su particular infierno y en todo lo que me dijo como si fuese su
mejor y único amigo.
Hace unas noches
una voz contactó conmigo despertando la furia de mi nuevo compañero, de mi
inseparable Amel, cuando me rogó volver a verme porque necesitaba seguir
nuestra conversación. Por un instante, en mitad de la duermevela, pensé que
podría ser el espíritu de Nicolas y me incorporé sin aliento, mirando a mí
alrededor para no encontrar nada. No había fantasma alguno en aquella solitaria
y lóbrega habitación. Sólo estaba yo sentado frente al fuego casi al borde del
amanecer, con la chimenea encendida y rodeado de libros. Me encontraba en mi
castillo, con los pendones de mi familia a mis espaldas y un hermoso retrato al
óleo de mi madre. Sin embargo la voz seguía hablando.
Cuando el silencio
envolvió todo y quedó sólo el chillido del viento contra las ramas pude pensar
con calma. Podría ser un vampiro poderoso que intentaba contactar conmigo o
Memnoch. No sé porqué pensé que podría ser él. Algo en mí parece que ruega
porque sea él. La voz no ha vuelto a surgir. Amel está intranquilo y supongo
que no lo haría de ser un vampiro. Desearía volver a enfrentarme a él porque
ahora siento que estamos en igualdad de condiciones. Tal vez estas líneas son
un ruego inesperado a un futuro encuentro… ¡No lo sé! Algo ha movido los
cimientos sosegados de nuestra vida.
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