Tesjamen ha decidido hablar...
Lestat de Lioncourt
Corrían tiempos difíciles para todos y en especial
para el símbolo del deseo y la eternidad. Como si al fin Dios mismo se hubiese
cansado de su creación alguien comenzó a destruir su obra. Pero yo no creo en
Dios aunque sí en la venganza, el dolor y el paso del tiempo que nos vuelve a
todos irremediablemente desgraciados. Cuando pude ver con mis propios ojos como
ardían varios grupos de jóvenes bajo el poder de un anciano, el cual
rápidamente se desplomaba al comprender lo que había ocurrido, empecé a
sospechar que sólo éramos marionetas que cobraban vida movidas por los hilos de
un espíritu. Siempre lo había sabido pero algo en mí rogaba que no creyera
aquello por lo que nunca dejé de luchar.
Mi historia se remonta a tiempos antiguos y a una
civilización perdida más allá de las arenas de Kemet, aunque ese fue mi
nacimiento. Mi barco transitaba cerca de las costas de África. Habíamos conseguido
ganar una pequeña batalla y nos sentíamos eufóricos. La felicidad de ser
invencibles nos duró tan sólo unos días. Nuestra embarcación fue interceptada y
hundida. Sobreviví porque alguien me introdujo en su navío y me llevó frente a
una hermosa mujer.
Jamás había visto tanto despilfarro en un gran salón. Su
trono era hermoso, pero no tanto como sus gobernantes. El suelo era rugoso,
pero suave. Cada trozo de éste había sido sacado de una cantera y colocado
trozo a trozo con una técnica que aún hoy es un quebradero de cabeza. Los muros
estaban llenos de inscripciones, pan de oro y pinturas que narraban una
historia que yo no alcanzaba a comprender. Había jarrones oscuros, con hermosas
filigranas doradas, cargados de flores de diversas tonalidades de blanco y
amarillo. El aroma de esa sala llena de súbditos expectantes no la olvidaré
jamás. Olía a incienso, flores y sangre. Olía sobre todo a sangre pero ese
aroma no lo percaté hasta que caí en la maldición.
Hicieron que me postrara ante su rey y su reina,
aunque bien podrían haber sido llamado dioses, pero sólo ella pareció cobrar
vida o interesarse mínimamente en su prisionero. Una mujer hermosa, de delicado
rostro y cuerpo curvilíneo, se aproximó a mí llevando sus frías manos hasta mi
rostro. Durante algunos minutos noté sus dedos acariciando mis rasgos,
inspeccionando mi cuerpo palpándolo trozo a trozo y tirando suavemente del
pelo. Tenía los ojos oscuros y profundos, su cabello era negro y parecía
sedoso, y su piel era ligeramente dorada.
Ella decidió tomarme entre sus brazos. Después todo se
volvió negro y desde entonces la oscuridad me acompaña junto a una sed que va
disminuyendo. Pese a todo necesito sangre. Noto como calma mi dolor y mi
conciencia cuando tengo la boca llena de ese líquido de vida. Derramo en mis
labios la inocencia pútrida de una sociedad que ya no le interesan estas
historias. Sin embargo, he querido desbordar mis recuerdos con estos párrafos.
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