Preparen motores para la próxima "Voz de la Tribu" porque se hablará sobre este archivo.
Lestat de Lioncourt
De nuevo estábamos frente a aquel
impresionante edificio. Observaba cada uno de sus piedras colocadas
con total precisión, puestas una a una para ser la fortaleza de
pensadores y creyentes fervientes en un mundo extraño y singular.
Podía decir sin miedo alguno que el mundo estaba hecho un caos y que
ellos intentaban comprender cada pedazo sin desenmarañarlo. Dentro
había hombres y mujeres llenos de coraje, valores clásicos y
curiosidad. Cuando hablo de valores clásicos me refiero al valor,
honor y orgullo de pertenecer a un grupo selecto de pensadores. No se
admitía la traición.
—Deseo enseñarte un archivo—confesó.
—¿De qué trata?—dije con los ojos
fijos en la única ventana iluminada de toda la fachada frontal.
—Stuart Townsend era un miembro joven
de Talamasca. No poseía poderes sobrenaturales, pero un buen día
despertó de una pesadilla—explicó brevemente sin entrar en
detalles.
—¿Pesadilla? Su nombre me es
familiar—comenté con las manos en los bolsillos de mi holgado
pantalón.
—Por su puesto que te debe ser
familiar. ¿Recuerdas que hace tiempo te ofrecí los Archivos de las
Brujas de Mayfair?—preguntó mirándome de soslayo.
—Sí, pero...
—Él fue asesinado por “tía Carl”
cuando aún era una mujer muy joven. Fue poco antes del asesinado de
Stella a manos de Lionel, hermano de ambas, aunque se sospecha que
quien ideó el crimen fue la mayor de los hermanos—decía aquello
como si él hubiese escrito cada uno de los acontecimientos en
aquellas líneas algo borrosas por ser escritas hacía décadas
gracias a una elegante máquina de escribir.
Sabía bien que esos archivos habían
sido la muerte de su amigo Aaron. No me gustaba profundizar en la
herida, pero en esos momentos coloqué mis manos sobre sus hombros
como apoyo moral. Después, sin decir nada, entramos en la Orden
colándonos por una de las puertas que solían usarse para el
personal de servicio.
Corrimos por las escaleras moviéndonos
tan rápido que nadie pudiese vernos, con la mente cerrada e
intentando que no pudiesen ni escuchar nuestras pisadas. Al llegar a
los archivos, en la parte inferior de la Orden, sacamos el documento
rápidamente porque él recordaba donde estaba amontonado. La mayoría
de los archivos ya habían sido informatizados y nadie echaría en
falta una carpeta como esa.
—¿Por qué deseas esto?—pregunté
frunciendo el ceño.
—Indagando más en su caso podríamos
comprender como Raglan aprendió a robar cuerpos. ¿No te preocupa
que ahora con tantos fantasmas hagan algo similar?—dijo pasándome
la carpeta.
“Stuart Townsend
Resumen breve:
Stuart era un niño sano y fuerte que
una mañana despertó exigiendo vestidos de niña. Tenía recuerdos
de una vida que no poseía, lloraba porque su cuerpo no era el
apropiado para “ella” y se frustraba cuando alguien le recordaba
que su género era masculino y no femenino. Padeció este suceso
durante algunos años, pero una noche se acostó para levantarse de
nuevo siendo Stuart.
No recordaba nada de lo sucedido y
creía que tenía apenas diez años. Fue un suceso muy extraño que
escandalizó a la familia. El chico tuvo que aprender todo lo que se
había perdido en los años de posesión. Todavía se desconoce quién
era la niña, dónde fue, por qué usurpó su cuerpo y si lo ha hecho
en otras ocasiones no constatadas.
De esto hace seis meses y no han
ocurrido más problemas.
Estado mental: Notable.
Estado físico: Sin enfermedades
físicas.
Historial de enfermedades: Algún
catarro alguna vez y un par de dioptrías en ambos ojos.”
—Faltan hojas—murmuré.
—Posiblemente se han extraviado—dijo
tras chasquear la lengua.
—¿Ese fantasma aún está en First
Street?—pregunté.
—Sí, pero dudo que nos abran sus
puertas.
Teníamos un documento antiguo, sellado
por el director de aquel entonces, y con una rubrica ilegible del
hombre que había realizado el informe. No había nada más. Sólo
existía una vieja fotografía algo desgastada donde se veía al
chico delgaducho, con gafas y pelo revuelto en la humilde vivienda de
sus padres. Habíamos entrado en Talamasca para nada, pero al menos
podíamos demostrar que la historia de Stuart era cierta y alertar
quizás en el programa de Benjamín que podrían darse casos
similares ahora que muchos vampiros jóvenes regresaban como
fantasmas.
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