Landen y Rhosh no se llevan bien y no sé cuál es el problema en concreto, aunque aquí hay ciertas pistas.
Lestat de Lioncourt
—¿Debería tenerte lástima?—dijo
Landen conteniendo sus ganas de golpearlo—. Tú, el imponente y
sabio Rhosh, te has convertido en el gusano que siempre fuiste. Jamás
te importó alguien más que tú y tu estúpido Benedict. ¿Y ahora
debo tenerte lástima?—comentó dando un par de pasos hacia el
frente para dejarse iluminar por la pequeña lámpara de mesa la
biblioteca.
Aquella figura tan conocida y a la vez
repulsiva para él le miraba sin rastro alguno de pecado. Rhosh
carecía de sentimientos, ni buenos ni malos, para Landen. Para él
era una creación que se torció, algo que se perdió en las arenas
del tiempo, y que no debía tener importancia en un futuro. Pero no
era así para Landen que guardaba un rencor terrible.
Recordó como la Secta de la Serpiente
se convirtió en un nido de víboras agradable. Era atractivo
sentirse comprendido y arropado por una especie de jauría sangrienta
que devoraba todo a su paso, igual que las termitas y la plaga de
langostas de la Biblia.
—¿Qué sucede?—preguntó dejando
las palmas de las manos sobre el borde de la mesa—. No tengo culpa
de todas tus desgracias.
—Pudiste salvarnos con tan sólo unas
palabras. Habríamos creído cualquier cosa viniendo de ti. Pero te
rendiste y te ocultaste como una rata cobarde. Decidiste dejarnos a
nuestro libre albedrío—tomó aire y lo dejó escapar intentando
calmar su ira.
—Landen, no estoy de humor—dijo—.
Tengo cosas que hacer.
—¿Qué cosas?—dijo—. ¿Las cosas
de un cobarde?
—¡Preferí a Benedict, es cierto!
¡Pero tú seguiste los pasos de Eleni porque la amabas! ¡Igual que
a otros compañeros! Pudiste salvarte, Landen, pero decidiste caminar
por la Senda del Diablo. ¿Y qué iba a hacer yo? ¿Qué? ¿Acaso
creías que podía hacer algo persiguiendo a mis creaciones? Vosotros
me habíais abandonado—replicó conteniendo su rabia.
—¿Sabes por qué lo hicimos? Porque
tú nos dejaste primero—contestó clavando sus ojos oscuros y
profundos en los de Rhosh—. Fuimos abandonados. Éramos obras que
tú decidiste dejar tiradas en mitad de la oscuridad como si no
valiéramos nada. Tanto los que creaste directamente como aquellos
que surgimos de tus hijos, todos nosotros, fuimos apartados de tu
presencia porque jamás te adoramos como un Dios entre los vampiros.
Te creíamos nuestro líder, nuestro amigo, padre o hermano, pero
jamás como tú codiciaste. ¿Sabes por qué la voz te convenció?
Porque tu ego es tan grande que opaca siempre tus virtudes.
Esa noche abandonó la asamblea. Dejó
Nueva York y regresó a Roma. Necesitaba volver a la coqueta
cafetería donde le recibían como si fuera el propietario. El
periódico de media tarde, el café recién molido y las tazas
minúsculas de porcelana le esperaban con ansias. Del mismo modo que
querían verlo ocupar su lugar los camareros que siempre se sentían
afortunados por las cuantiosas propinas que ofrecía de vez en vez.
Quería volver a ser el hombre extraño y elegante, ese sutil
desconocido, que a todos escuchaba y que jamás se quejaba porque
parecía que todo estaba a su gusto. Por otro lado, Rhosh se quedó
pensativo durante días pues Landen había hundido sus largos dedos
en la yaga.
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