Louis debería entenderme mejor porque no hay que no haga por él.
Lestat de Lioncourt.
—Siento que mi alma siempre está
llorando. Me mortifico cada noche entrando en hecatombe personal.
Recuerdo cada palabra que no he dicho, las cuales me hacen entrar en
un desconsuelo terrible, para luego unirlas a las que, de forma
trágica, tuve que pronunciar. Cada noche es un eslabón más en las
pesadas cadenas que atan mi alma—dije aquello recostado en el sofá
mientras permitía que él acariciara mis cabellos. Mi cabeza estaba
sobre sus piernas y él parecía ensimismado—. Necesito que...
—Necesitas dejar de ser un maldito
lastimero, Louis—respondió dejándome en silencio—. ¿Cuál
hecatombe? ¿Por qué te mortificas?—preguntó encogiéndose de
hombros mientras alzaba sus manos de largos y finos dedos. Echó la
cabeza hacia atrás y relajó su cuerpo dejando sus codos apoyados en
el respaldo del asiento—. Somos igual que Dios. Nos asemejamos a
él. Dios no es perfecto, de hecho creo que si existe es imbécil, y
nosotros somos iguales. Cometemos errores, hacemos juicios
precipitados, matamos indiscriminadamente y sonreímos a la muerte
con el sabor de la sangre en la punta de nuestra lengua.
—¡Cállate!—grité incorporándome
mientras huía de su presencia.
—No quieres escuchar la verdad...
—murmuró con una sonrisa burlona.
—¿Cuál verdad? ¡Cuál! ¿Tu
verdad? Esa verdad no me vale—entré en cólera abrazándome a mí
mismo. Había sido un idiota al creer que él me entendería.
Llevábamos más de un mes a solas y despreciaba su forma de
responderme. Quería que fuese como era con las furcias con las que
coqueteaba. Con ellas era entregado y dulce, pero conmigo era un
maldito cretino.
—Vamos, Louis—amplió su sonrisa
para luego carcajearse de mí.
Estaba allí con esas prendas propias
de un noble a mi costa, con mi dinero, disfrutando de los lujos que
yo poseía, pero no era capaz de darme un consejo o una palabra
amable. Todo lo que quería de mí era mi dinero. Un vacío gélido
se agolpó en mi corazón y sin pensarlo me eché a llorar.
—Oh,
no—suspiró entre exasperado y hundido—. Otra vez no—su rostro
cambió a una seriedad impropia para luego levantarse. De inmediato
lo tenía rodeándome besando mi cuello, rozando con la punta de su
nariz la parte trasera de mi oreja y dejando que sus manos rozaran
descaradamente mis caderas—. No llores, mon coeur—murmuró—.
Mon ange... Je n'imagine pas ma vie éternelle.
—¿Por qué eres
de este modo? Es terrrible—dije hundiendo mi rostro en su pecho,
cerca de sus clavículas, notando comos su manos comenzaban a
recorrerme. Temblaba igual que una hoja y quería que él me diese la
fuerza necesaria para continuar.
—Porque te
amo—dijo con la voz quebrada.
Nunca entendí esa
forma de amar hasta ahora. Me preparaba para cosas más terribles que
la muerte de una presa. Algo más allá de lo inimaginable. Además,
debía dejar mi vida mortal a un lado. Ya no era el hombre que habían
conocido. Tenía que asumir nuevas responsabilidades mucho más
gratificantes, pero era incapaz. Ahora lo veo claro. Estaba equivocado en todo. Incluso en sus motivos económicos.
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