En realidad todos amamos a Armand de algún modo. Me uno a los comentarios de Landen.
Lestat de Lioncourt
Estaba frente a un tablero de ajedrez
observando cada una de sus piezas. Me preguntaba si este mismo
tablero era el descrito en aquella importante reunión en la cual no
participé. Pensé en todos los que estaban vivos entonces y ahora
eran humo y cenizas. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al
pensar que Santino, aquel creyente convertido en descreído, había
tocado alguno de los peones y sonreído con malicia al saber que
ganaba ante su pupilo.
Por un sólo instante recordé su
rostro envuelto en aquella maraña de cabello negro salvaje y restos
de barba. Esos ojos oscuros comenzaron a perseguirme. Pensé que
quizá su espíritu ahora nos rondaba vigilando con cierto dolor,
rabia, odio y peligrosas ambiciones. Pero luego vino a mí su imagen
recorriendo Roma disfrutando de ser un hombre sin fe, usando su
magnífico cerebro y su encanto.
—¿Piensas en Santino?—la voz de
Armand me alarmó. No lo había sentido llegar porque estaba
demasiado concentrado en las piezas de ese ancestral juego.
—A veces—dije sin mirarlo. Estaba
dándole la espalda porque me encontraba en el lugar opuesto a la
puerta de entrada—. Hoy más que nunca.
—Tal vez porque estás ante su juego
favorito—sus pasos sonaron sobre las pulidas y pulcras baldosas de
mármol, rodeó la pequeña mesa donde estaba el tablero y se sentó
frente a mí.
—¿Es el mismo que usasteis aquella
vez?—pregunté colocando el dedo índice y corazón de mi mano
derecha sobre la torre, acariciándola suavemente, para luego agarrar
uno de los peones y observarlos de cerca.
—Sí, es el mismo. Lo
conservo—aseguró—. Jugué con él y con Khayman. También
recuerdo que estuvieron jugando Marius contra Maharet y ella con
Pandora—sonrió riéndose bajo—. Adivina quien tuvo peor perder
de todos.
—Marius—respondí tras una enorme
risotada.
—Yo siempre pienso en Santino. Sobre
todo pienso en sus palabras cuando creía que yo estaba
muerto—susurró descendiendo sus párpados entretanto se echaba
contra el respaldo de la silla donde se había acomodado.
—Siempre voy a la misma cafetería,
¿sabes? Pido mi periódico, mi café, me siento en la misma mesa, me
quito los botones de la chaqueta y observo a todos los que van y
vienen. Me gusta observar a los humanos. Me quedo con algunos
detalles, los más extraños o los más comunes, leo mis noticias
entretanto y olfateo mi taza de café—aquello hizo que me mirara
con cierta curiosidad—. Hago todo eso pensando en todos los años
que me basé en una fe estúpida a la cual nos aferramos por miedo.
Como se aferra el moribundo antes de morir y el beato durante toda su
vida. Pero entonces llega la muerte y te dice al oído que nada de
eso existe—solté el peón en su lugar dando un leve suspiro—.
Él, tú, otros tantos y yo perdimos el tiempo ¿sabes? Cuando él se
alejó de la fe y se basó únicamente en la filosofía, dejando
atrás sus teorías sobre el Diablo y Dios, se paseaba por toda Roma
con elegantes trajes hechos a su medida y bonitos anillos de oro.
Podías verlo con el cabello recogido o suelto como uno de esos
chicos salvajes de la moda. Era una aparición interesante que alguna
vez vi, pero no logré acercarme porque parecía no querer saber de
nadie. De nadie de su pasado—le miré a los ojos mientras me
inclinaba hacia delante con una sonrisa descarada—. De nadie que no
fuera su Armand. Que no fuese ese ángel misterioso de alas negras
tan tupidas. Ese muchacho que le hacía suspirar y desear con cierta
rabia. ¿De verdad no conocías su secreto? Lo gritaba, Armand.
Gritaba constantemente que te amaba con sus acciones. ¿Por qué
crees que te salvó? Al verte algo en él se derrumbó como se
derrumbó Babel—di un leve golpecito en la mesa y me incorporé—.
Si alguien te ha amado en este mundo, por encima incluso de Marius,
ha sido él.
De inmediato empezó a llorar en
silencio y yo me sentí culpable, pero sólo le había dicho la
verdad. Él era un niño aún que no se percataba de todo lo que le
rodeaba y de los sentimientos de los demás. Quería amar y ser
amado, sin embargo no sabía aún jugar al juego. Salí de detrás de
la mesa, la rodeé y me coloqué a su lado tomándole del rostro para
besar sus labios mientras tocaba sus lágrimas sanguinolentas con las
yemas de los dedos. Mi lengua se hundió en su boca atravesando su
carnosa entrada y envolviéndome rápidamente con la suya. Fue un
beso libre y apasionado que a su término lo dejó confuso.
—Incluso yo te amo y deseo—susurré—.
Ah, Armand. Haces que todos caigamos como idiotas ante ti y ni te
percatas.
—Landen... —balbuceó.
—Estaré con los demás, en la
reunión, espero que vengas con otro ánimo—solté una ligera
carajada—. Y si ves al fantasma de Santino dile que mis intenciones
contigo no son peligrosas, pues sé que hay un violinista que muere
por ti y tú por él. Aún así te vigilaré para que Rhosh nunca te
haga daño—aseguré antes de marcharme.
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