Una reflexión de Daniel... Nunca viene mal, ¿verdad?
Lestat de Lioncourt
Para ser absolutamente sincero diré
que ser vampiro no es como yo lo había imaginado. Quedé fascinado
cuando uno de ellos me contó su historia, sus desgracias y
victorias, provocando que quisiera codiciar cada segundo de mi vida e
introducirlo en la eternidad. Pensé en las cosas que vería,
comprendería al fin y viviría. Sin embargo, no pensé jamás que
eso del “pez grande se come al chico” afectara tanto a lo que
terminé siendo.
Recuerdo que Armand me perseguía allí
donde iba. Parecía desesperado por llamar mi atención. De un
momento a otro estaba solo como acompañado por su sonrisa eufórica,
enormes ojos almendrados y miles de preguntas. Era como un niño.
Durante años, por no decir siglos, había estado aislado porque así
lo quiso. Si bien junto a mí se empeñó en conocerlo, comprenderlo
y asumirlo todo. Parecía haber vivido en una habitación a oscuras
durante años y al fin tenía luz. Creo que le fascinaba incluso mi
tostadora.
Los sueños empezaron a venir a mí
debido a tener algo de su sangre. Él me la ofreció sin ser aún un
vampiro, sin ser nada más que un simple humano. Esos sueños me
perturbaron. Veía a dos mujeres pelirrojas corriendo de un lado a
otro, intentando salir ilesas de la tiranía de una supuesta diosa.
También observaba los terribles rituales que se le hicieron a ambas.
Y, por supuesto, pude ver a un enigmático guerrero alzándose contra
un ejército entero intentando impedir que mataran a las mujeres. Fue
glorioso, pero también horrible. Podía sentir su dolor y angustia.
Esos sueños, más todo lo ocurrido
después de mi conversión, me dejaron tan confundido y asustado que
no era capaz de asumir la realidad que me rodeaba. Temblaba si
alguien se acercaba, balbuceaba constantemente y nadie podía tocarme
porque me convertía en una bestia salvaje. Todos esos sueños de
grandeza, de poder conquistar diversas épocas, se quedaron
convertidos en guiñapos. Mi mente era débil para soportar tanta
información en tan poco tiempo, y sin poder consumir whisky y algún
cigarrillo para olvidarlo todo.
Quizá no alertaría a mi yo del
pasado. No le diría “Ten cuidado” porque me fascina la
oscuridad, la belleza que posee cada una de las estrellas y todas las
facetas de la luna. Amo ser lo que soy. Me gusta recorrer las calles
cercanas a los malecones aspirando el aroma a mar, también
enloquezco bailando y disfrutando de la estruendosa música de los
locales donde voy a cazar, vivir la noche y disfrutar de todos y cada
uno de mis sentidos. Pero, os aseguro, que sí pediría que me
entrenara bien para todo lo que viviría. Contaría todo lo vivido y
le daría ánimos. Esta experiencia puede ser maravillosa, peor sólo
si uno asume bien sus riesgos y sabe lo que se atiene. Yo estaba tan
fascinado que fui incapaz. Realmente fui incapaz.
No puedo culpar a Armand de todo lo
ocurrido, pues él intentó disuadirme. Tampoco puedo hacerlo a mí
mismo porque cualquier en mi lugar hubiese codiciado el vivir para
siempre. Así que esto no es culpa de nadie, salvo de la fascinación
y la necesidad que todos tenemos cuando escuchamos la palabra
inmortalidad.
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