David quería contar como fue... nada más.
Lestat de Lioncourt
—¿Qué deseas?—preguntó mirándome
con aquellos ojos azules y fríos. Era imponente.
Nos habíamos visto en una ocasión
breve y funesta. Lestat cayó en un desgraciado estado lleno de
silencio. Él decía haber sido perseguido por el diablo, o al menos
así se presentó ese ser, y se echó en una capilla que le fue
regalada por la hija de un hombre que él mismo había asesinado.
—Soy David Talbot—respondí.
—Sé quien eres—dijo apoyado en el
marco de la puerta. Aquella imponente puerta gruesa y tallada a mano.
Fuera la nieve cubría todo. Tenía los pies mojados, el gabán
pesaba bastante y quería entrar para calentar mis manos.
—¿Podría pasar?—una nueva
pregunta salió de mis labios. Él deslizó sus ojos por toda mi
silueta y se calvó en mis ojos.
—¿Qué deseas?—formuló de nuevo
abriendo bien la puerta.
Al fondo pude ver unos frescos
maravillosos, el suelo de madera y una inmensa escalera con las
barandas de elegante madera tallada, muy similar a la puerta. El
pasamanos era ancho y sobre él había una figura que reconocí. Pude
ver la mano blanca y angelical de Armand, así como sus largos
cabellos ondulados caídos hacia un lado. Me moví tan sólo un paso
y lo vi. Allí estaba. Aquel querubín perfecto nos observaba en
silencio como un gato agazapado.
—Marius, quiero conocer su
historia—confesé.
No sabía bien cuánta distancia había
recorrido desde Nueva Orleans hasta aquel lugar recóndito y gélido.
La nieve seguía cayendo acumulándose sobre mis hombros.
—¿Mi historia?—un brillo se generó
en sus ojos apartándose un poco de la puerta, invitándome a entrar.
—Su verdad.
Así fue como logré que me contara su
historia, la historia de su vida. Es posible que algunos puntos
estuvieran errados o algo confusos, pero no le culpo. A veces
queremos aparentar ser más bondadosos de lo que somos.
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