Nicolas a veces me aterra... ¿Estos pensamientos de dónde vienen?
Lestat de Lioncourt
“Alzo mi violín al cielo,
como la voz de un funesto querubín.
Se alzan las llamas en París...
en un anochecer sin fin.
Duelo de ánimas,
duelo de dolor.
Cuidado por donde caminas.
La muerte está presente.”
Recité esos versos aquella última
noche. Recorría las calles taciturno y con los ojos de un demonio
enloquecido. Estaba perturbado. Creo que nunca lo estuve tanto como
en aquellos momentos. Pensaba en mi muerte. Sabía que mi hora había
llegado. Estaba seguro que pronto el mundo conocería mi obra, la
amaría y la odiaría a la vez, mientras que el silencio, el de mi
voz que era el violín, se apagaría por siempre.
Recordé que ese violín, el que
llevaba conmigo, era uno carísimo que él había adquirido para mí.
Me compraba como si fuera una puta. Creía que el dinero me
contentaba. Pobre patético iluso. Pobre infeliz. Miserable él,
miserable yo. Estaba equivocado.
Mis ojos se llenaron de lágrimas
sanguinolentas y me apoyé contra una esquina, muy cerca de uno de
esos bohemios cafés que él tanto amaba. Suspiré porque no sabía
si reír o llorar. Estaba tan desesperado que sólo tomé aire y lo
dejé ir. Estaba perdido, dolido, angustiado y necesitaba su apoyo.
Sin embargo, él se había ido huyendo de mí, y de mi oscuridad.
Nunca se dio cuenta que despreciaba lo
que ahora era. Yo no quería a un hombre bien vestido con los
bolsillos llenos de dinero. Prefería al muchacho harapiento de
sonrisa desenfadada, de bolsillos llenos de telarañas y estómago
vacío. Quería al chico torturado, el artista demente como lo era
yo, y no un joven elocuente y decidido a acabar con todo lo que una
vez amó.
Sin duda, Lestat, hizo trizas mi
corazón. Luego, como hacen algunos asesinos, se largó de la escena
del crimen sin remordimiento alguno. Por eso decidí morir. Quise
morir. Deseaba morir porque sabía que él necesitaba tener esos
pensamientos fúnebres revoloteando en su estúpida cabeza.
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