Con el paso de los años he aprendido a
soportar demasiadas guerras a mi espalda. Una de esas guerras fue,
sin duda alguna, el momento en el cual tuve que asumir que el mundo
cambiaba. Como si la Revolución Francesa no hubiese hecho
suficiente, pues sólo fue una pequeña grieta en la sociedad. Pronto
todo comenzó a desquebrajarse, cayendo a pedazos, incitando a los
demonios a surgir en la mente del hombre y convertirse, de ese modo,
en progreso. Demonios que mataron la fe ciega en un Dios silencioso,
muerto hace demasiado, cuyo cuerpo quedó desamparado en las hermosas
iglesias.
He visto reyes caer derrocados,
manchando el suelo que antes parecían siquiera tocar, mientras que
el pueblo burgués se coronaba, de forma distinta, en la cima de la
pirámide para ejercer su tiranía. He contemplado tiranos
reemplazados por otros. También he conocido grandes pintores que no
fueron afamados hasta su muerte. Jóvenes músicos que dieron su
infancia para ser reverenciados a la edad adulta. Muchachos castrados
para la ópera y la música celestial de las iglesias. Mujeres que
daban su vida, en cada instante, en fábricas donde sus corazones
eran aplastados. He visto damas exigir el voto y ser sentenciadas a
vivir en cárceles por ello. Revoluciones buenas, dignas o
peligrosas.
Hoy en día veo otras más silenciosas,
pero igual de efectivas. Me siento ante el televisor y observo la
revolución cómodamente desde el sillón, aunque no es igual de
efectivo en mí. Necesito salir ahí fuera, descubrir que hay tras
cada muro. Necesito incluso saber lo que puedo encontrar en las
profundidades del mar. Es algo que no puedo evitar.
Sin embargo, hay una revolución que
ocurre a diario. Es como si una semilla pudiera germinar por las
mañanas y mostrar una flor radiante nada más caer la noche. Aunque
en realidad es un ser que siempre está ahí, que despierta
insaciable como yo. Juré eterno amor a sus labios condenados por mis
sonrisas burlonas, por mis ojos llenos de ese salvajismo tan natural,
y por mis rápidas manos. Cuando no está entre mis brazos lo busco
en mi memoria, pues en mis recuerdos resalta como una mancha de
arándanos en un hermoso y delicado mantel blanco. Quizá parezca que
lo idealizo, pero la verdad es que la oscuridad es más hermosa
cuando logro envolverme en su perfume, en la elegancia de sus pisadas
y en ese acento francés tan marcado.
Para mí, la auténtica revolución de
mi vida, se llama Louis de Pointe du Lac. Mientras él viva yo
seguiré viviendo, buscando superarme e intentando alcanzar una fama
extraordinaria. Deseo ser su héroe, su santo, su Dios... Quiero
hacer grandes cosas para que él vea lo poderoso que soy, que no
tengo remedio y que jamás dejaré de luchar. Él, si no contamos mi
amor hacia mi madre, es el único ser que siempre he amado de forma
pura e incondicional.
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