Este es el Khayman que todos recordábamos, ¿verdad?
Lestat de Lioncourt
No recuerdo bien los motivos por los
cuales Atenas se convirtió en el epicentro de mi vida. Me convertí
en un insoportable urbanita que merodeaba por los locales más
sofisticados, vestía a la moda y se cepillaba el cabello durante
horas frente a un elegante espejo. Solía acudir a las abarrotadas
cafeterías antes que el sol terminase de ocultarse, me sentaba en el
exterior y leía el periódico durante al menos una hora. Después
pagaba la cuenta con una generosa propina, me marchaba a mi
apartamento, revisaba si había algo entretenido en la televisión y
después me marchaba a conducir a toda velocidad por las autopistas
cercanas. Ese era yo. Lo fui durante mucho tiempo.
Olvidé tantas cosas por el camino.
Algunas muy importantes. Si bien, jamás podía dejar de sentir
profundo amor y admiración por Maharet. Nos habíamos encontrado más
de una vez, llegando a convivir algunos años, pero nada más. Ella
era demasiado contemplativa, pero yo, por el contrario, era demasiado
nervioso e impulsivo. Amaba la velocidad, la música estruendosa de
los locales más llamativos y conversar con desconocidos. Me
alimentaba de vez en cuando, como si fuese un ritual solemne, sólo
para no olvidar qué sabor poseía la sangre y el calor que le
confería a mis manos, mejillas y corazón.
Meses anteriores al revuelo del
concierto de Lestat, eso era todo.
Una noche salí a caminar a pie,
dejándome llevar por la bucólica sensación que algo me faltaba.
Decidí que llenaría ese hueco, de recuerdos insatisfactorios u
olvidados, por un poco de diversión canalla. Me propuse seducir a un
joven americano de hermosos ojos verdes, piel clara y cabellos rubios
alborotados. Sonreí con cierto toque coqueto y comencé a conversar
con él sobre música, lugares interesantes de Atenas, grandes
autores de la literatura y vampiros. El muchacho me habló de una
novela de vampiros que estaba siendo toda una revelación.
Cuando me la tendió noté que estaba
escrito en inglés, como era normal, y me costó algunos minutos
recordar cómo demonios se leía en ese idioma. Al pasar de las
páginas, al leer sobre las diferentes sectas, comprendí que era
real. Esa novela no era un disparate como las demás. Mis manos
temblaron, mis ojos oscuros brillaron como pequeñas canicas y se lo
regresé.
Eché a correr por las calles
espantado, pero a la vez con una esperanza nueva tras otra. Había
jóvenes vampiros que tenían inquietudes, que deseaban dejarse ver
más allá de los locales para inmortales, y sentí que era un
revulsivo. Pero entonces supe que esta época de descreídos, de
luchas contra fuerzas invisibles creadas para amedrentar a la
población, era perfecta para ella. Había demasiada inocencia y
podía revelarse como la solución al dilema. Respiré agitado, me
froté el rostro y rogué un milagro. Si bien, lo único que encontré
tras varios meses, que se convirtió en un estallido social en todos
los sentidos, fue una canción de rock que me hizo delirar. ¡Una
canción hecha para Akasha! Lestat, uno de los protagonistas de la
dichosa novela que me habían prestado, era el causante de una nueva
oleada de criminalidad entre los nuestros, de cierta esperanza y de
una fiebre injustificada de hacerse notar ante la población humana.
Entonces la sentí. Sentí como iba
despertando, activándose como una bomba de relojería, y me sentí
vivo. Por primera vez en muchos siglos volvía a sentirme vivo.
Podría volver a ser Khayman, el guerrero, que lucharía contra la
tiranía buscando la ansiada paz y verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario