Khayman fue duro, pero le dijo la verdad...
Lestat de Lioncourt
—Mírame, mírame...—susurró en un
ruego amargo.
Su voz estaba quebrada. No era el líder
que dirigía un gran ejército junto a mí, sino un hombre. El dios
se había derrumbado y sólo quedaba el humano, el ser decrépito e
iluso que todos somos en realidad. Me aproximé a él con tristeza
sin amagos, sin deseos de destruirlo aún más de lo que ya estaba, y
quedé en pie frente a su mirada cargada de preguntas tristes y sin
respuesta.
—¿Qué ves?—preguntó apretando
los puños.
—A un hombre que no sabe dominar su
reino y que ha sido eliminado del poder por su consorte. Un hombre
que por mucho que luche contra los amantes de su mujer, contra
cientos de hombres ahí fuera, será minúsculo y olvidado—respondí
antes de poner mis manos sobre sus hombros—. Un ser que jamás
perdonaré por haberme hecho cometer semejantes vejaciones a dos
inocentes—le aseguré mirándolo a los ojos, tal y como él quería.
Aquellos ojos tan oscuros como los míos, tan apesadumbrados como la
noche misma en la cual tuve que asumir que yo sólo era una
marioneta, un peón, un idiota que había besado el suelo por donde
caminaba un tirano—. No eres un dios. Nunca fuiste un dios.
—Hay espíritus que nos siguen y
atormentan—dijo colocando sus manos sobre mis muñecas, justo
encima de mis brazaletes de oro. Él me los había regalado, como un
tributo por mi buena labor en las guerras. Si bien, sabía que era
algo más. Enkil me amaba, pero yo había empezado a detestarlo con
todo mi corazón.
—Porque tu mujer los ha ofendido
desde que pisó Kemet—aseguré—. Ha prohibido que nos alimentemos
de los muertos para que sus espíritus queden libres, como también
ha perseguido a las hechiceras pelirrojas y las ha humillado frente a
su corte de idiotas—dije sin miedo, sin pudor. Sólo sentía
vergüenza de haber transgredido dos almas, dos cuerpos, dos mentes
brillantes a cambio de no morir—. Soy un cobarde, pero aún tú lo
eres más—sentencié apartándome de él con asco.
Esa misma noche me atacó aquel
violento espíritu y él intentó salvarme. Quizá lo hizo porque mis
palabras habían removido su conciencia. No lo sé. Simplemente sé
que él me debía demasiadas cosas y aquella noche las pagó con
creces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario