Supongo que era el único que la quería en esa casa.
Lestat de Lioncourt
Su cabello era negro muy espeso y
suave, caía en ondas descaradas sobre su estrecha espalda. Tenía la
piel como la de una muñeca de porcelana. Poseía una sonrisa casi
mágica. Me enamoré de ella perdidamente cuando la tuve frente a mí.
Era solo una niña. Sabía que iba a estar a sus servicios, como hice
con su madre Antha y su abuela Stella. Dormía cómodamente en su
cuna la primera vez, la última estaba en su cama ebria de pastillas
que no necesitaba.
Pobre de mi Deirdre. Pobre de ella.
Siempre pensé que algún día regresaría a este mundo con la fuerza
necesaria para expulsar a Carlotta de su vida. Pero no pudo. Murió.
Esa misma noche yo creé la tormenta más devastadora de la historia
de la familia de brujas Mayfair.
Me adentro en mis recuerdos buscando
palpar su fina figura de estrecha cintura, largas piernas que serían
la envidia de una sirena y aroma a jazmín. Olía como el propio
jardín de hierba salvaje tan crecida como sus miedos, delirios y
rabia. Encuentro a una muchachita apoyada en un árbol oteando el
horizonte mientras el crepúsculo cubre todo. Aún así ella no salía
del porche, sentada en su mecedora, pero yo llenaba su mente de
recuerdos felices y pacíficos. No quería que se viese allí
postrada como una muñeca rota. ¡Era mi Deirdre!
Dulzura silenciada, tortura a la vista
de todos.
En las noches iba a buscarla para
bailar sobre el colchón, bajo sus pulcras sábanas, y escuchar sus
leves gemidos llamándome. Si a alguien amó, más allá de su fruto
prohibido, fui yo. Era su amante, su protector, su ángel de la
guarda y el demonio que susurraba entre las ramas su nombre una y
otra vez. Las mismas ramas que golpeaban el cristal de su habitación.
Mis labios rozaban sus pezones, mi frío
aliento se posaba en su vientre plano y mi inexistente lengua acababa
abriendo su estrecha boca inferior. Esos labios carnosos se
humedecían mientras su boca gemía y su figura temblaba. Manteníamos
un vals distinto, un tango a medio inventar, que satisfacía a ambos.
Mi miembro invisible se colaba dentro de ella, abarcando aquella
cálida entrada, mientras mis caderas se movían con masculino deseo.
Ese era nuestro ritual de lujuria que caldeaba su piel, cubriéndola
de sudor, mientras nos uníamos. Nuestras almas se enamoraban
seducidas por la depravación de la libertad. Ella era mía, yo era
de ella. El vínculo surgió antes de su nacimiento.
Depravación, pasión, satisfacción,
locura y verdad.
Soy el Impulsor. Soy el Hombre. Mi risa
terminó convirtiéndose en lágrimas de tempestad. Soy la lascivia
de unos temblorosos labios que me invocan continuamente. Soy la
seducción. Soy el espíritu familiar. El ser que vigila, escucha y
protege las almas de las brujas que juró servir hasta ser parte de
la propia familia. Siempre he mendigado otra vida, por eso estaba a
su lado, pero también era el cancerbero de aquel pequeño cuerpo que
luchaba por huir de esas cuatro paredes. Ella era el ángel que olía
a drogas y que deseaba vivir en cielos distintos.
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