Vamos, que caí como un idiota.
Lestat de Lioncourt
Hay personas que no merecen siquiera
ser recordadas, pero otras se ganan el mérito de ser nombradas
alguna vez. Tal vez no son por sus peripecias o su honorabilidad,
sino por ser el ejemplo perfecto de aquello que no hay que ser o
hacer. Todos tenemos grandes metas en la vida, pero hay cobardes que
únicamente quieren vilipendiar y humillar el trabajo de otros.
Raglan James era el clásico imbécil
arrogante que siempre quería tener la razón. Viciaba el aire de
cada reunión con sus palabras descuidadas y desubicadas. Para mí,
como para el resto, era desagradable. No podíamos expulsarlo de la
orden, pues su trabajo hasta el momento había sido correcto. Se
dedicaba a clasificar los objetos que entraban, custodiarlos hasta su
lugar de reposo final y recuperar algunas obras de arte con respecto
a los daños que pudiese tener. También desarrollaba ciertas teorías
sobre trasmutar de un cuerpo a otro.
Meses antes de ponerse en contacto con
Lestat tuvimos que expulsarlo. Fue un momento desagradable. Esta
persona estaba perjudicando el buen funcionamiento del grupo. Había
robado un objeto valioso usurpando el cuerpo de un compañero,
provocando un desastre. Sólo lo hizo con la malsana intención de
poder leer sus teorías y proyectos, algo impropio de un hombre de la
orden. Talamasca creyó que expulsándolo quedaría todo en orden,
pero nos equivocamos.
Julius S. Morgan era un hombre dedicado
al estudio de los vampiros. Había regresado del concierto de Lestat,
en San Francisco, con abundante información. Para él era importante
poder conservarla intentando rectificar algunos datos del susodicho.
Además, quería describir con detalle lo que vio. Era un informe que
estaba llevándole algunas semanas más de la cuenta, pero pronto lo
ofrecería a todos los miembros. Si bien, el señor James estaba
extremadamente interesado hasta tal punto que interfirió.
Para nosotros quedó grabado la forma
de ser de este cretino. Por eso cuando Lestat cayó en sus malas
artes no pude hacer más que desear haberlo llevado al sótano de la
Orden, allí donde habían acabado muchos enemigos, para torturarlo
hasta la muerte.
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