Me senté agotado en un sofá, con el
recuerdo de Claudia sobrevolando mi mente, acariciando ese relicario
que Louis tenía sobre su escritorio. Jamás había visto esa imagen,
tan nítida de nuestra pequeña, en una vieja fotografía. Suspiré
pesadamente, eché mi cabeza hacia atrás y miré el techo. Quise
llorar, pero algo me lo impidió. No sé el qué. Creo que quizá fue
el murmullo ensordecedor, el cual era como un avispero, de todo el
tráfico y pensamientos que esta sociedad ingrata. Había regresado
de nuevo a mi cuerpo, podía sentir la noche de nuevo ulular con esa
belleza trágica, y me revolcaba en el dolor como si hubiese perdido.
—Cubrid su rostro, me
deslumbra...—balbuceé aquellas frases de la Duquesa de Malfi. La
interior fatalidad que se desarrollaba en la obra también lo hacía
en nuestras vidas, incluso en esos momentos cuando ella ya había
sido destruida.
Me incorporé dando un par de vueltas
por la habitación, con las manos metidas en los bolsillos,
intentando hacerme a la idea que tenía que hacer frente de nuevo a
muchas charlas recriminando mi actitud, deseos, motivos y
necesidades. Había vuelto a poner en riesgo a todos y todo. No
obstante, sabía que más de uno lo hubiese hecho. Estaba seguro que
Armand, únicamente por experimentar, habría dejado que lo hicieran
con él. Aunque no podía poner mi mano en el fuego por nadie.
—La fatalidad te persigue, príncipe
de los idiotas—murmuró desde un rincón de la habitación. Sus
hermosos labios habían pronunciado de nuevo una frase terrible—.
Te gusta soñar despierto, ¿pero alguna vez te darás cuenta que
sólo hierras en este mundo? Asume que eres un peligro.
—Asume que yo ya me responsabilicé
de mis actos, que pagué caro el haberte hecho semejante horror, y
vete—dije apoyado en un hermoso mueble de color oscuro, el cual
Louis había adquirido recientemente de un anticuario. Se parecía a
uno que nosotros habíamos tenido, un pequeño escritorio que
usábamos para sentarnos a escribir o emitir algún cheque—. Vete,
por favor.
—Ingenuo... —susurró—. Aún no
viste qué me dispongo a hacer—dijo antes de correr hacia el
pasillo para desvanecerse.
Lestat de Lioncourt
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