Me ha llegado esto por medio de un mortal... no sé si echar a correr o investigar.
Lestat de Lioncourt
Mi figura siempre ha destacado entre la
multitud aglutinada en las modernas ciudades. No obstante, parezco
uno de los numerosos empresarios o trabajadores de bolsa. Visto bien,
de forma aseada, y mi aspecto no difiere demasiado de esa capa social
que vive por y para el trabajo. En realidad, vivo siempre involucrado
en mis quehaceres. Nunca he dejado de recolectar almas para Dios, o
más bien llevarlas conmigo para evaluarlas y posiblemente enviarlas
con él. No hace falta presentaciones, ¿cierto? Yo he estado en esta
historia desde el primer momento. No hablo ya de la historia de
Lestat, sino de la historia de todos vosotros.
Mi rostro puede cambiar. Con el paso de
los años y el lugar donde me muevo difiere, pues soy mimético como
un camaleón. Mis ropas, mi piel, el color de mis ojos o el cabello
es fácil de cambiar. Son sólo complementos. Lo único que no puedo
modificar es la pésima opinión que tienen muchos sobre mí. Sólo
aquellos que siguen el gnosticismo conocen o comprenden quién soy
realmente. No soy Satanás, soy Lucifer. Ambos somos totalmente
distintos. Él tiene un reino, Dios tiene otro y yo, como buen
rebelde, fundé el mío donde los desposeídos, los despojados de la
gloria y del pecado, yacen aguardando una ínfima posibilidad de
salir de lo que llamé Sheol.
Aunque si os soy totalmente sincero, no
existe un cielo o un infierno tal como lo han intentado describir.
Sí, incluso yo he llegado a mentir a Lestat. Hay ciertas verdades
incómodas. Quizá sólo existe un mundo y, tal vez, todos nos
movemos en él en distintos planos. ¿Lo han pensado? Sea como sea,
intenten visualizar una calle de una gran metrópolis. ¿Quién
podría ser? Tal vez sí soy uno de esos elegantes hombres de
negocio, con perfecta ortodoncia, perfume masculino avasallador y una
cartera de piel con mis iniciales. ¿O puede que sea otra cosa? Si el
cielo y el infierno no son lo que creéis, ¿qué hay de mí? Como he
dicho depende de mi nuevo encargo. Hoy estoy en Nueva York.
Me encuentro en una azotea en realidad.
Estoy observando el ocaso. Pronto oscurecerá y no se verá ni una
maldita estrella debido a la contaminación lumínica, pero aún así
están. Son como yo. Estamos aunque no se nos vea o aprecie. Somos
parte importante de este mundo. Al menos, yo me considero una parte
esencial de la cadena. Dios desea borregos. Quiere que no penséis
por vosotros mismos, que temáis terriblemente sus castigos, y por
eso intento evitar que tomarais del fruto de la sabiduría. No os
probaba, como os dijo, sino que deseaba moldear vuestras indómitas
almas para convertir fieles. No eran sólo Adán y Eva, sino cientos
de hombres. Los mismos que evolucionaron del mono porque él lo
deseó, pero que luego se aburrió de ellos como del resto. Quien no
baila a su son termina siendo despreciado. Satanás quiso liberar por
completo el conocimiento que tenía el hombre, pero quería usarlo en
su propio beneficio. Yo, por el contrario, sólo deseo que seáis
amados por Dios tal y como sois. Aún así, podéis no creerme.
Os preguntaréis qué hago yo aquí
contando todo esto. Tal vez no, tal vez os lo habéis empezado a
plantear ahora. Puede que hayáis empezado a creer que todo esto
viene dado porque Lestat afirma ahora que no soy el demonio, que no
soy el arcángel caído, sino que simplemente soy un espíritu
poderoso que deseó jugar con él. Comprendo que piense que soy como
Amel, nacido de la misma grieta a otro mundo. Podéis creer esa
teoría, la mía, la de la Santa Iglesia Católica... ¡Qué más da!
Incluso os invito a creer las teorías del Islam. Pero, allí en la
cultura que estéis, hay un ser como yo en sus libros sagrados. Algo
será cierto, ¿verdad?
En definitiva, estoy aquí conversando
porque la reunión que tenía a las siete se ha retrasado. Ya son
casi las nueve de la noche, prácticamente me he bebido mi whisky on
the rock, y mi secretaria no ha venido aún a incordiarme para
decirme que me esperan en la sala de juntas. Escribo esto para
lanzarlo al vacío, desde un rascacielos repleto de oficinas, para
que cualquiera que pueda leer este papel, el cual llegará en modo de
inocente avión de papiroflexia, lo lea.
Dios me llamó Lucifer, pero yo he
preferido el nombre de Memnoch. Sigo siendo la luz en la oscuridad,
esa que os guiará aunque no lo sepáis reconocer. Sigo brillando
como las estrellas, buscando diez almas perfectas como diamantes
engarzados en un anillo de compromiso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario