Durante años quise ver algo
sobrenatural que me asombrara. Con mi madre recorrí el mundo con el
impulso innecesario de entrar en supuestas casas abandonadas y
presenciar, con nuestros poderosos ojos inmortales, algún ente o
demonio. La realidad era francamente desfavorable a poder creer en lo
que allí sucedía, salvo por ráfagas de aire y algún olor extraño.
Así que desistimos.
Cuando conocí a David Talbot
profundamente, más allá de superfluas conversaciones al filo de la
madrugada, comprendí que despertaría de nuevo en mí el deseo de
ver. No obstante sabía que Maharet y Mekare, las poderosas Gemelas
Pelirrojas, dejaron de ver espíritus en el momento que Khayman les
concedió el Don Oscuro, el preciado regalo de la vida eterna. Por
ende, sabía que no vería jamás un fantasma. Al menos, así lo
creía.
Habiendo vivido un cambio de cuerpo, o
más bien un hurto por descuido, pude ver a un fantasma. Era el
fantasma de mi víctima más reciente. Quería contarme su vida. Era
un momento excepcional, pero él era un cretino. No mato monjas de la
caridad, aunque su hija prácticamente lo era. Podríamos decir que
él me importaba una mierda, pero admitamos que la chica era
atractiva y tenía cierto encanto. Ella se llamaba Dora. Y por Dora,
únicamente por ella, decidí escuchar los delirios de un alma
condenada.
Más tarde, en su lujoso departamento,
observé todas esas chucherías que eran sus obras de arte. Había
unas magníficas, otras mediocres y una estatua horrible. Creo que
quería tenerla en mi jardín sólo para espantar a los chicos por
Halloween. Entonces, de la nada, esa cosa horrorosa me habló.
¡Imaginad! Estáis mirando una estatua
y esta cobra vida. Me burlé de Louis al decir que aquel ángel de
piedra se había movido, lo admito. Cuando leí su libro me carcajeé
durante horas. Pero en ese momento no pude reírme, sólo echarme a
temblar y desear que mi madre me cogiera en brazos como cuando era un
niño.
Entonces, todo empeoró. Él se
presentó como “Memnoch, el diablo” pues Lucifer le parecía un
nombre lleno de infortunio. Dios se lo había dado, pero ya no era la
luz en este mundo. Por lo menos, para los hombres era pecado, dolor y
una sombra desagradable que tiraba de sus almas hacia el infierno. No
obstante, acepté su oferta tras días de divagar. Quería saber.
Necesitaba la verdad.
Lestat de Lioncourt
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