Le quiero. Aún le quiero. Pensé que estaba muerto, pero no. ¡Oh, Antoine! ¡Viejo amigo!
Lestat de Lioncourt
Mis dedos se movían rápidos por el
piano, aunque mi mente no estaba para nada clara. Estaba algo ebrio,
la habitación me daba vueltas y sentía que de nuevo había sido
contagiado por alguna enfermedad. Me sentía febril, cansado y
borracho. Tenía náuseas y quería dejar de mover los dedos, pues me
dolía al hacerlo. Era como si fuese un cadáver que se ha convertido
en autómata, buscando quizá la absolución de su alma tocando una
última vez con la “gracia” que le otorgó Dios al nacer.
—No te detengas. Sigue tocando—decía.
Finalmente me desplomé sobre las
teclas. Olía a sudor, bourbon y sangre seca. Había estado
peleándome de nuevo en un callejón. Un tipo dijo que me invitaría
a una última copa, pero lo que hizo fue intentar propasarse conmigo
nada más cruzar la calle e internarnos en una estrecha calle mal
iluminada. Recordaba sus manos acariciando mis caderas, llamándome
ramera y exigiendo que colaborara en sus delirios. Decidí usar los
puños, para luego hacerlo con mi navaja recordando mis movimientos
de esgrima. Entonces apareció él. Ese dichoso vampiro. Ese
caballero que me consentía y adoraba como si fuese un hijo, hermano
o viejo amante.
Pude sentir sus brazos rodeándome
mientras el cadáver de aquel tipo caía, como caen los tiranos.
Aprecié más que nunca esa respuesta tan cercana y cariñosa, aunque
la piel fría y las carnes duras de Lestat siempre me habían
provocado sentimientos encontrados. Era como si una escultura besara
mi mejilla, como si un monstruo de mármol me rodeara. Sin embargo,
me sentía amado.
Pero él no venía sólo a rescatarme.
Tal vez quien le rescataba era yo. Hizo que fuese a mi cuchitril y
tocase en aquel viejo piano destartalado. Toqué y toqué mientras
decía que me ayudaría. ¿Cómo me ayudaría? Ya me había dado
dinero y lo había malgastado. Así que cuando me desplomé algo en
mí sintió que me merecía la muerte.
Al despertar lo hice en el suelo. Pude
ver su hermoso rostro envuelto en desafiantes rizos, esos ojos
intensos clavados en los míos y la sonrisa de un demonio burlón.
Quise atraparlo pero todo me daba vueltas. Me sentía igual que una
peonza.
—¿Y si te digo que puedo hacer que
tu vida cambie?—preguntó—. Me recuerdas a alguien, te he tomado
estima y creo que lo mereces. He oído tu historia, amado tus
composiciones y tengo fe en ti. ¿Acaso un soñador no debe ayudar a
otro?—decía ayudándome a recostarme contra la pared más
cercana—. Te amo como a un hermano, como a un viejo amigo. Tengo
que salvarte de la destrucción, pues se lo debo a alguien. No lo
hice con él, pero lo haré contigo.
—¿Quién fue ese pobre diablo?—logré
farfullar.
—Mi primer amor, mi hermoso Nicolas.
Un violinista que conocía desde niño y que dejé atrás en París.
Murió porque no supe ayudarlo, pero a ti te ayudaré. Haré que seas
grande—comentó colocando sus frías manos en mi rostro—. Ahora
debo marcharme con Louis y Claudia. Ellos me esperan. Espérame tú
mañana más sobrio, por favor. Tenemos que hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario