Un ser extraño y antiguo... sabremos más de él.
Lestat de Lioncourt
Despertó.
Abrió los ojos y observó aquel
desastroso techo, lleno de humedales y desconchones, para acabar
suspirando molesto. Sus manos acariciaron las vetas de la madera, así
como los pequeños y mohosos clavos de esta, mientras se decía que
estaba cometiendo un error. Aquella voz vibraba con fuerza,
impacientándolo. Había dejado atrás Japón, viajado a Indonesia y
después recorrido en una noche las grandes ciudades de China hasta
llegar a Rusia. Y allí, en Moscú, intentaba hacer acopio de fuerzas
tras caer debido a una ventisca. Aún no podía siquiera imaginar
cómo alguien podía vivir en zonas tan frías y desagradables.
Se incorporó, pasó sus manos por su
redondo rostro y carraspeó. Estaba molesto.
Había tomado una decisión estúpida
tras otra, pero no había remedio ya. Era algo inevitable. Tendría
que apechugar con todo lo que había ocurrido desde hacía varios
meses. Incluso tendría que admitir, pese a que era algo
desagradable, que fue un consuelo despertar y escuchar a alguien que
le hablase en susurros, aunque le hiciese cometer una monstruosidad
tan terrible como quemar a jóvenes vampiros, ya que apenas recordaba
cuando tuvo una conversación decente.
Esa casa, donde se encontraba, había
sido abandonada, saqueada y olvidada. Ya carecía de puertas, los
cristales estaban rotos, y ese sótano era el único lugar seguro.
Podía sentir que alguna vez ocurrieron cosas horribles en este
lugar, pero no le importaba. Los espíritus intranquilos no eran
problemas para un ser como él.
Por algún motivo sintió deseos de
llorar, pero no lo hizo. Sólo se empezó a mover, como si fuese un
autómata, por la casa. Tenía miedo y a la vez no. Era una sensación
extraña de no pertenecer a este mundo y a la vez aferrarse con
fuerza. Sólo quería dormir, pero le estaban exigiendo que
apareciese y ofreciese su verdad. Estaban obligándole a dejar de
huir.
Ya nadie huía.
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