No me da pena Marius, pero le entiendo.
Lestat de Lioncourt
Estaba acorralado. Sus ojos almendrados
intentaban buscar refugio en algún punto inexacto de la habitación,
pero mis manos acariciaban sus mejillas como si fuese la primera vez.
Pude sentir su aliento cerca de mis labios mientras me inclinaba
hacia delante, sosteniéndolo con cierta firmeza. Era interesante
poder perderme de ese modo en esa mirada tan llena de emociones y
recuerdos. Comencé a pensar en qué me había retenido para no
tenerlo antes de ese modo, pero luego eché cuenta a mi cobardía y
al deseo insano de creer que estaría mejor sin mi persona, la cual
solía subyugar su alma.
—¿Qué crees que estás
haciendo?—dijo apoyando sus manos, finas y algo pequeñas, sobre mi
pecho.
—No hay tiempo que perder, pues hemos
perdido demasiado en discusiones...—susurré.
—¿Hemos?
Arqueó una de sus cejas y luego
frunció el ceño. Las pequeñas arrugas en su rostro le dieron una
expresividad injusta. Era muy hermoso cuando mostraba reacciones,
fuesen o no de mi agrado, porque avivaba al monstruo hermoso que yo
mismo había creado. A su lado me sentía Dios y él el querubín más
amado.
—Deseo estar a tu lado—respondí de
inmediato.
—Ya es muy tarde—sentenció
intentando apartarme, pues no cesaba en mi empeño. Deseaba palpar
sus carnosos labios con los míos. Tenía que besar a mi hermoso
querubín, ese muchacho que yo había salvado de las garras de la
muerte en dos ocasiones. Aunque admito que él me salvó a mí.
—Nunca lo es—susurré—. Nunca es
lo suficientemente tarde.
Entonces rió descarado. Sentí que su
risa era tan natural como cruel. Ese pequeño ángel era realmente un
demonio seductor, el cual siempre había estado ahí en mis mejores
recuerdos. Cuando deseaba avivar el sentimiento de paz, alcanzar al
menos la satisfacción de haberme sentido amado, recurría a él y a
su pequeño cuerpo recostado sobre mi lecho de mares de sábanas
rojas.
—No sé quién te habrá mentido al
respecto, pero hay momentos que no pueden vivirse después de ciertos
siglos—dijo.
—Deja los comentarios hirientes a un
lado—rogué agarrándolo de la cintura, para de inmediato tomarlo
por las muñecas y obligarle a quedarse a mi lado. Pero el forcejo
seguía. Se resistía. Así que simplemente aproveché el momento
para poder besarlo.
—¿Qué haces?—murmuró trémulo
tras el simple roce de mis labios con los suyos.
—¡No!—exclamé.
Si bien, unos pasos nos detuvo. Las
botas de aquel violinista sonaron por las baldosas de mármol y sus
ojos azules, los cuales parecían salirse de las órbitas, se
clavaron en mí. Él logró zafarse y correr a sus brazos. En ese
momento quise morirme. La ira me consumió, pero comprendí que tal
vez mi momento había pasado.
Tuve que contener mis lágrimas ante
aquella escena. Guardé mi orgullo, en lo más profundo de mi
endemoniada alma, y me marché dando un portazo. Quizá lo merezca.
Es muy posible que alguno se alegre ante mis palabras, pero a veces
hay que perder lo que uno ama para comprender cuánto se necesita,
ama y desea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario