Magnus... oh, Magnus...
Lestat de Lioncourt
Muchos creen extrañamente que sólo se
puede tener orgullo hacia un hijo cuando este nace de tu vientre, es
parte de tu genética o has convivido con él durante años. Para mí
no fue fácil abandonarlo después de unas horas. Estaba maldito. Me
encontraba terriblemente enajenado. Creía firmemente que tras
realizar aquella proeza debía desaparecer. Mi nombre es Magnus y mi
hijo es Lestat.
Durante décadas busqué la forma más
apropiada para ser inmortal. Nací deforme y feo, como si fuese
Quasimodo, pero sin campanario ni Víctor Hugo tras mis desgracias e
infortunios. No era bienvenido en una sociedad donde siempre la
belleza física ha sido de lo más apremiante. Mi intelecto y
conexión con los espíritus no valían. Era un monstruo y merecía
la muerte. Era un pecado andante. Mi familia pronto me abandonó. Mi
vida era huraña y me comportaba como un animal salvaje. Mi actitud
agreste se evaporaba cuando una hermosa criatura llamada Rhoshmade me
invitaba a su casa, me sentaba cerca de la hoguera y exigía
conversar frente a un hermoso ajedrez tallado por un gran artesano.
Quise ser inmortal. Como he dicho era
mi gran deseo. Pensaba que si lo era, si lograba vivir y triunfar,
tendría el miedo de todos aquellos que me trataban como si fuera
escoria. Me equivoqué. Secuestré a Benedict porque Rhoshmade me
negó tal favor. El muchacho era joven y apenas pudo resistirse a mis
triquiñuelas. Una vez convertido en vampiro empecé a deambular y
acabé creyendo en las mentiras de un hermoso muchacho llamado
Armand.
La Secta de la Serpiente fue mi hogar.
Rendía tributo a Satanás y creía que todo lo que hacía era por el
bien. La maldad es necesaria para apreciar la bondad, los buenos
actos y, por ende, a Dios. Miserable y estúpido. Sí, eso era yo.
Después de varios siglos busqué la
forma de mejorar el mundo y destruir dicha religión. Quería alguien
hermoso, fuerte, valeroso y que no tuviese miedo a quebrar normas.
Durante años me dediqué a secuestrar a muchachos hermosos que me
hubiese gustado ser. Rubios, robustos, sanos, de ojos azul con
tonalidades violetas y grises, de encantadora sonrisa, altos y con
una presencia arrolladora. Si bien, cuando los convertía se
transformaban en algo similar a zombies o mediocres lloricas.
Oh, pero ese muchacho. ¡Ese Matalobos!
Ese noble proveniente de un pueblecito en las montañas logró lo que
ningún otro. Se ha convertido en una leyenda. He creado un monstruo
perfecto. La belleza de Lestat es arrolladora, pero no sólo la
física. ¿Cómo no puedo estar orgulloso de él? ¡Si cuando me di
cuenta que era un fantasma he seguido muchas de sus pericias! No
abandoné este mundo, sino que me aferré a él sólo para contemplar
como lograba destruir la Secta de la Serpiente, las normas baratas
que otros le imponían y asumía riesgos. ¡Oh! ¡Dios mío! Creo que
estoy más orgulloso de él que su propia madre.
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