Mi madre y Sevraine hacen buen equipo.
Lestat de Lioncourt
—¿No crees que va siendo hora que
Lestat aparezca de una buena vez?—preguntó sentada en aquella
especie de trono de madera tallado con pan de oro ensalzando algunas
figuras.
Parecía una elfa o una diosa venida de
libros de Tolkien y otros autores de fantasía y épica medieval. Sus
largos cabellos rubios contrastaban con la tez nívea que poseía. Su
traje vaporoso realzaba sus curvas femeninas y también los rasgos
dulces de su rostro. Tenía unos ojos fieros, pero sosegados. Era una
mujer auténtica.
—Tal vez—susurré.
Me hallaba de pie al otro extremo de la
mesa. No quería verla. Sabía que si me giraba para contemplarla
caería en el influjo de su belleza y determinación. Quería que me
movilizara para poner en peligro a lo único que amaba más que a mí
misma: mi hijo.
—Eres la única que puede hacer que
reaccione—contestó con tono comprensivo.
—Es fácil hacer que reaccione.
Decidle que no puede, y lo hará—dije cerrando los ojos al mismo
tiempo que cerraba los puños.
Seré sincera de una buena vez, la
amaba y amo. Amo su forma de desenvolverse, la forma en la cual
medita cada una de sus futuras acciones y la sabiduría que emerge de
su alma. Me asfixia en su aroma femenino, en la forma maternal en la
cual me envuelve con sus brazos, y la sensación pura que me ofrece
cuando besa mis mejillas. Sin embargo, detesto que doblegue mi
determinación con un par de mágicas palabras. Eso estaba logrando.
Hablar con ella de estos asuntos traían estos problemas. Ella
siempre vencía porque realmente tenía razón, pero yo quería
esforzarme por pensar lo contrario. No era por llevar la contra
porque sí, ni ir remando contra la corriente, sino porque quería
encontrar por mí misma el camino adecuado.
Abrí los ojos y me giré apoyando mis
manos sobre la lustrosa mesa de madera. Tenía unos dibujos hermosos,
pero no tanto como la belleza que estaba al otro extremo esperando
hacerme entender.
—Psicología inversa, sí—una mueca
risueña cruzó sus labios y arrugó su nariz, para luego soltar una
risa fresca y cantarina—. Con tu hijo todo funciona de ese modo,
pues es tan testarudo como tú.
Estallé en carcajadas al escuchar sus
últimas palabras. Sí, era tozuda como mula. Siempre lo fui. Mi
padre decía que jamás encontraría a alguien que me soportase más
de dos días seguidos, pero tras mi matrimonio algo en mí se quebró.
Creo que dejé que pisotearan mi alma porque creía que era mi deber.
No quería decepcionar a mi familia, mi apellido, mi linaje y
finalmente me decepcioné a mí misma. Mi hijo fue quien me sacó del
error y me dio la libertad perdida. Realmente él podía lograr
cualquier cosa.
—¿Estás diciendo que soy una
provocadora?—dije encarándola con una sonrisa.
—No, estoy diciendo que eres fuerte y
firme—contestó levantándose para caminar lenta, aunque firme,
hacia donde me encontraba. Una vez allí siguió hablando colocando
sus manos en mi rostro, deslizando sus suaves dedos sobre mis
mejillas y llegando a mi cuello. Su boca se colocó sobre la mía,
ofreciéndome un tierno beso, para luego abrazarme rodeándome por
encima de las caderas. Creí delirar como la vez primera, esa vez que
la vi y creí que tenía la aparición de un ángel—. Consigues lo
que te propones. Por favor...—suspiró.
—Sólo porque crees que es
necesario—mis brazos temblaban cuando pronuncié esas palabras, e
intentaban rodearla con aplomo.
—Haz que salve este mundo enfermo y
asustado—susurró—. Necesitamos un líder fuerte que escuche a
los demás y no se arrugue frente a los problemas.
—Iré a por él—dije aferrándome a
ella. Iría. Lo haría.
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