Landen es de esos vampiros que aparecieron para revolucionarnos.
Lestat de Lioncourt
—¿Lo mismo de siempre,
caballero?—preguntó nada más verme sentado en mi mesa habitual.
No podía tomar café, pero amaba su
olor. Supongo que como buen italiano me había acostumbrado a ese
poderoso aroma que me embriagaba. Además, todos los vampiros amamos
sostener entre nuestras manos, ya sean milenarias o jóvenes, las
bebidas calientes.
—Sí—respondí con una sonrisa.
Mis labios no son carnosos y
seductores, pero siempre tienen un gesto amable para aquellos que lo
son conmigo. Mis ojos brillan pequeños y oscuros, temblorosos,
esperando que alguien se fije en mí para una cálida conversación.
Puedo parecer huraño, pero sólo hacia otros vampiros. Sé lo que
puede provocar la enajenación colectiva o tener un líder perdido.
Fui parte de la Secta de la Serpiente, seguí a Santino con fervor, y
participé en la quema del palacio veneciano de Marius. Me arrepiento
y a la vez comprendo que es el pasado, aún así detesto a ese
romano.
—¿Ya leyó el periódico?—dijo
antes de marcharse, como si estuviese deseoso de darme una gran
noticia. Sus ojos se llenaron de pavor mientras los míos se fijaban
en los suyos—. Ha ocurrido otra gran catástrofe. Todos apuntan a
que son actos terroristas.
—¿Otra?—dije casi sin aliento.
—No leyó. Disculpe, ahora se lo
traigo con su café.
—Gracias.
Me quedé sorprendido que me comunicara
que había ocurrido otro gran incendio. Todos los humanos sospechaban
de un grupo terrorista internacional, pero no de un puñado de
vampiros, a los cuales quizá sólo se le tenían que contar con los
dedos de las manos, como los causantes de tales asesinatos.
Asesinatos contra los nuestros, aunque alguna vida humana también se
vio afectada.
Miré la plaza, con sus palomas
picoteando el suelo y a punto de alzar el vuelo hacia los edificios
colindantes, los turistas que ya buscaban un lugar para tomar un
tentempié antes de la cena y las hermosas mujeres que usualmente
salían de las oficinas con los hombros algo bajados por el cansancio
y una sonrisa magnífica cuando les hablaban sus compañeros, los
cuales también parecían haber salido de una guerra intelectual
incomprensible.
La vida moderna se desarrollaba frente
a mí como si nada, pero sabía que todos estábamos en peligro. De
momento, yo estaba a salvo. Por mucho que dijeran que debíamos
alejarnos de las ciudades, yo tenía claro que debía alejarme de
otros vampiros. Si no me reunía con otros, si no me agrupaba en un
pequeño y estrecho escenario cargado de luces y música estridente,
estaría bien.
Lucio llegó con su periódico
enrollado sobre la bandeja y al lado el café, con un sobrecito de
azúcar, y una cucharilla esperando que lo removiera suavemente.
Sonrió de forma gentil y yo respondí de inmediato del mismo modo.
Sin embargo, mis ojos se llenaron de un sentimiento distinto al leer
que esta vez había sido Roma.
Un nudo en mi garganta evitó que
pudiese hablar, mis manos temblaron al abrir el azúcar para verterlo
y convertirme en el refinado caballero, siempre bien vestido, que
tomaba café en la misma cafetería desde hacía años. No era
apuesto, no era el más hermoso, pero me consideraba un hombre con
modales. Y aún así estaba al borde de las lágrimas.
—¿Qué demonios está
pasando?—farfullé.
Todo empezó de ese modo. Todo comenzó
con grandes estallidos en Brasil, siguió Asia y continuó en Europa
para luego regresar al sur de América e incluso África. El caos lo
cubrió todo de cenizas y lágrimas.
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