¿Recuerdan el final de Cyril en Príncipe Lestat? Pues aquí su participación...
Lestat de Lioncourt
Nunca he tenido a nadie a quien servir
ni nada por lo que luchar. Siempre he sido un vagamundo. He ido y he
hecho lo que he querido, pero mi vida no ha dejado de tener un caos
lleno de vacío. Dormí durante largos periodos de tiempo y al
despertar siempre me encontraba fuera de mi época, del sentido de la
existencia, de la verdad y el deseo. He visto tanta hipocresía,
tantas verdades a medias, tantos sistemas políticos oprimiendo al
pueblo y a la realidad que me he convertido en algo similar al lobo
estepario entre los míos.
Provengo de Egipto, cuando este apenas
era conocido como Kemet. Sus tierras negras, enlodazadas por el agua
de las riadas, lo hacían fértil y deseable. La codicia del hombre
por plantar en sus costas hizo que a lo largo de este se elevara una
civilización que amaba el oro y las piedras preciosas que lograba
extraer del interior de su tierra, abriendo grandes fosas y alzando a
la vez gigantescos monumentos en símbolo a la grandeza divina de sus
regentes. Nuestro sistema era mucho más libre. Las mujeres estaban
equiparadas al hombre en derechos y deberes, había incluso jueces
femeninos y también gobernando. Eran capaces de todo y nosotros las
apoyábamos porque quien era fuerte debía sujetar el poder, la
gloria, el triunfo y no importaba su género o sexo. En estos
momentos entro en las ciudades, las grandes metrópolis, que
ensombrecen el brillo de las estrellas con sus deslumbrantes
edificios, observo las avenidas plagadas de gente venida de aquí y
allí, y aún así no veo ese pensamiento de poder de las mujeres, ni
de la libertad del hombre para amar a aquellos que deseen. Veo
opresión, miseria, rencor, vacío... el mismo vacío que yo siento.
Me crearon para servir a Akasha, pero
ella no era un modelo digno a seguir. Era una déspota. Decidí no
aceptar sus principios y tomé la libre determinación de vivir mi
vida como fugitivo. Buscaba esa sensación de libertad, de igualdad,
de lucha, de honores, de privilegios conseguidos a base de esfuerzos
y esa sed saciada con conocimiento más allá de lo práctico y lo
onírico. Por supuesto, no soy el primero y tampoco soy el único.
Decenas de vampiros fueron disgregándose, renegando el poder de una
reina brutal y vacía, buscando su camino en este mundo tan complejo
y atemporal.
En mi último despertar lo hice en
Asia, concretamente en una de las islas de Japón. Me incorporé tras
excavar con mis dedos huesudos la tierra, removiéndola a mi
alrededor, y al caminar, torpe e iracundo sin motivo alguno,
escuchaba una voz que me animaba a consumir sangre, a renovar fuerzas
y sellar heridas, para prender fuego a los jóvenes que tanto mal
causaban. Pero yo no entendía nada, sólo era un muerto viviente
buscando una misión. Siempre quise tener una y en ese momento
parecía tenerla, así que me aferré a ella.
Ahora he sido llamado a la corte. Me
han requerido que asista. Tengo los brazos extendidos, mi cabello
negro se mueve como una bandera de un buque pirata buscado libertad,
y mis ojos centellean como relámpagos en la oscuridad. Mi alma no
pesa, mi cuerpo tampoco. Quiero encontrar la verdad y encomendarme a
esta. Deseo ser de nuevo útil y tener a alguien a quien servir, a
quien entender, y criaturas a las que amar y con las cuales
discrepar.
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