El hHHombre de las Rosas
Dicen que las rosas son el mejor regalo para un amante, representa el símbolo del amor por completo. Las espinas son la tortura de la lejanía, de los momentos de furia e histeria desatada por los celos. Los pétalos son la suavidad de las caricias. El aroma es la fragancia desatada del sexo. Por ello las rosas son especiales.
Era una mañana de lluvia intensa, el olor a tierra mojada inundaban mis pulmones y el viento siseaba entre las ramas de los árboles. El invierno se recrudecía y se sentía bien dentro de casa con la calefacción a una temperatura adecuada. Era sábado y no tenía gran cosa que hacer que leer el periódico, escribir algún nuevo párrafo para mi libro o quizás tomar alguna película clásica de mi vitrina especial de filmografía. Ya pasaba el medio día y aún seguía en bata con el pelo revuelto. Había tenido una noche agitada y bastante devastadora. Me estiracé como un gato y dejé la taza de café en una mesilla auxiliar de mi despacho, para tomar una ducha.
El olor a tabaco se impregnaba en mi piel, el alcohol aún rondaba por mis venas y aquella música machacona aún aturdía mis neuronas. Me despojé de la bata y abrí el grifo. No llevaba nada de ropa, siempre me había gustado dormir desnudo y más en un día tan frío fuera. El agua acariciaba mi cuerpo, tan cálida y purificadora que me transportaba a un lugar distinto al del redil con azulejos donde me hallaba. Tomé un poco de jabón y comencé a lavar mis cabellos, apestaban a discoteca. Después de aclararme empecé a frotar mi cuerpo, paso a paso. Primero mis pectorales, deteniéndome en mis pezones para luego bajar sensualmente mi mano hasta mi miembro. Me gustaba jugar conmigo, recrear fantasías y masturbarme hasta la saciedad. Lentamente con el jabón entre mis dedos mi virilidad comenzó a cobrar vida. Sobre mi pecho caían chorros a presión de agua casi hirviendo, pero no lo notaba por culpa de mi excitación. El ritmo de mis movimientos aumentó hasta volverse delirante y eyacular sobre el mármol blanco del azulejo. Después sonreí y abrí mi boca para que el agua entrara en ella junto con un poco de aire. Continué lavándome minuciosamente para después salir y secarme concienzudamente, tanto los cabellos como el cuerpo. Me afeité, rocié con colonia y lavé bien mis dientes. Al acabar eran casi las dos de la tarde, no tenía hambre y sí estaba poco descansado. Me fui a la cama, aún revuelta, y me arropé como si fuera un niño pequeño.
Cuando desperté eran las diez de la noche y tan sólo tuve que vestirme, peinarme un poco e ir de cacería. Hoy iría a un lugar nuevo, algo exótico y excitante. Parte de mi novela se ambientaba en un sitio de alterne y por ello me dirigía a un nuevo que recientemente habían abierto. Me coloqué mi camisa de algodón blanco, mi chupa de cuero y unos jeans gastados. Me dejé los cabellos rubios sin ataduras, sueltos y echados hacia atrás. Miré mi reflejo en el espejo de la entrada y sonreí irónicamente, esta vez me había arreglado más que cuando iba a algún antro a bailar y beber.
Monté en mi automóvil que aparqué en el parking del edificio, cercano a los jardines, y conduje durante unos diez minutos. Al llegar y ver tanto coche me sorprendí. Era una zona mal vista, de homosexuales y putas de bajo costo. Allí delincuentes, personas de mala vida y borrachos se agolpaban cada noche. Aparqué cerca de la puerta y recé porque al regresar estuviera sano y salvo.
Al entrar en aquel tugurio de buena pinta me di cuenta que allí la sutileza no existía. Los muchachos y muchachas destinados al servicio de satisfacción personalizada, lo que se conoce como prostitución, iban desnudos de mesa en mesa. Era un lugar distinto, mágico y excitante. Su dueño pensó que este estilo sería lo idóneo para su local. Todo estaba decorado de forma minimalista y enfocado a un nivel adquisitivo medio y alto. Un pelagatos no podría entrar ni pagar el precio por lo que allí se hacía.
Una muchacha se colgó de mi cuello y me besó en la mejilla, era bastante hermosa pero yo gozaba más con los hombres. Por muy buenos senos que tuviera, por muy perfumada o bien maquillada que se encontrara…un hombre me era más erótico. En el fondo de la sala había un chico que bailaba desnudo con un descaro impresionante. La aparté sin decir nada y me dirigí hacia donde se encontraba. Le tomé del brazo y lo pegué mi pecho. Él simplemente comenzó a frotase su virilidad con uno de mis muslos, mientras sus manos se anclaban con maestría sobre la mía.
-¿Vamos a mi cuarto? ¿o te la como delante de todos?-preguntó desabrochando mi bragueta.
-A tu cuarto.-dije llevándomelo hasta las escaleras, luego el me guió.
-Es esta.-dijo tirando de mí.-¿Qué quieres? Son veinte euros la mamada, cien un completo y si luego quieres algo más morboso y dependiendo de qué cobro más o menos.-susurró divertido lamiendo mi oreja derecha.
-Todo lo que tú me puedas dar.-respondí empujándolo hasta la cama, donde cayó con violencia haciendo que los muelles se movieran. Me quité los pantalones y el resto de la ropa. Tiré entonces de él y lo arrodillé ante mí mientras me masturbaba.-Veamos que sabes hacer.-susurré tirando de su cabeza para que me mirara, luego le introduje con violencia mi miembro. Se arqueó con algo de fatiga al tocar su garganta con mi virilidad. Mi ritmo comenzó a ser frenético, quería que mi placer llenara su garganta. Estuve durante minutos tirando de sus cabellos, empujándolo, asfixiándolo y dejándole temblando por mi forma de pedir que succionara mi virilidad. Me vine en su garganta, llenando por completo su gaznate con mi simiente. Lo tiré al suelo y me recosté a su lado masturbándolo. Su cuerpo se convulsionaba y tosió manchando las losas.-Lame lo que derrames.-dije con mirada aviesa.
-Sí.-logró decir lamiendo sutilmente el suelo.
-¿Tienes juguetes?-pregunté tirando de su virilidad con toda la velocidad que alcanzaba hacer.
-Sí, en aquel mueble.-dijo señalando un armario.
Lo abrí y observé todo un armamento. Reí maliciosamente al observar un vibrador de gran envergadura, pero yo tan sólo quería uno pequeño que acomodara sus entrañas para mí. Tomé uno de tantos que parecía funcionar con un mando a distancia. Él me aproximó un frasco de gel y cubrí el aparato, después se lo introduje observando el placer que en él se empezaba a forjar. Cuando me recuperé del primer asalto él liberaba su esencia en aquel frío suelo.
-¿Dónde están los preservativos?-pregunté y él tan sólo pudo indicarme el cajón de la mesilla con su mano tambaleante.-Está bien.-mascullé levantándome para colocarme uno de tantos que había en aquel mueble.-Prepárate.-comenté abriendo sus piernas, sacando el vibrador y sumergiendo mi virilidad. Mis movimientos fueron rápidos desde el principio hasta el final, tocaba el paraíso entre sus nalgas y él parecía hacerlo al igual que yo. Fue algo inolvidable, jamás había estado en un lugar así y sin embargo no tuve el menor pudor de tomar a uno para que fuero mi conejillo de indias.
Desde aquella noche aparecí en el lugar cada día, a veces tan sólo para tomar una copa. Sin embargo siempre le buscaba a él. Solía llevarle una rosa, un poema a su magnífico cuerpo y poco a poco lo tuve enamorado.
-Mi jefe tiene miedo.-dijo besando mi cuello.
-¿Por?-pregunté acariciando su cuerpo con erotismo.
-Teme que un día deje el trabajo por el hombre que amo.-susurró con una sonrisa pletórica, jugando con sus dedos en mis cabellos. En ese instante me sentí culpable, pero lo hacía por el bien de mi novela.
-¿Lo harás?-dije serio parando las caricias.
-Sí, en un mes termina mi contrato y esperaba poder iniciar algo contigo.-su sonrisa lo delataba.-Podríamos ir a vivir a un piso aunque fuese pequeño, buscar un trabajo mejor para mí y ser feliz a tu lado.-dijo dándome un pequeño beso en los labios.
En nuestros últimos encuentros él no quería practicar el sexo, prefería pasar la noche junto a mí conversando sobre un futuro mágico para ambos.
-Suena tentador.-comenté pensativo, también odiándome por jugar así con sus sentimientos. Durante los dos cuatro meses que estuve desarrollando el juego mantuve mis sentimientos al margen, además comencé a salir con un muchacho y tenía planeado mudarme a vivir con él.
-Suena a realidad.-dijo acomodándose en mi pecho.-Mi madre pensó que por el camino en el que iba jamás me iban a amar, nunca iba a tener un novio que me amara. Ella admite que sea gay, pero no que trabaje en un antro.-comentó jugueteando con mi pecho.-Cuando cambie de vida por completo quiero que la conozcas, quiero que vea que sí encontré a alguien y que soy feliz.-se recostó por completo sobre mí y comenzó a reír.-Dios mío parezco un adolescente y ya tengo veinticinco.-susurró besando mi cuello.
-Son las ilusiones, a todos nos hacen sentirnos unos críos.-respondí secamente.
Desde ese mismo día comencé a no ir todos los días, buscaba excusas de que tenía un segundo trabajo para alquilar un piso para ambos y entonces él me llamaba a cada instante. Tuve que cambiar de tarjeta del móvil, buscar otro número. Mi novio no sospechaba nada y parecía encantado con mi novela.
-Javier esta novela es muy realista.-dijo un día sentado ante el ordenador.
-Sí.-los remordimientos de conciencia me podían.
-Pobre chico.-comentó.-Que alguien juegue así con sus sentimientos, da igual que sea un personaje de ficción.-dijo leyendo con rapidez los últimos renglones.-¿Qué final le vas a dar?-preguntó mirándome con minuciosidad, como si intuyera algo.
-No lo sé, aun no tengo idea para el fin.-respondí a su interrogatorio.-¿Puedes dejarme el asiento? Quiero seguir.-argumenté para que me dejara a solas con mis pensamientos.
Habían pasado dos semanas desde que no había buscado al muchacho, estaba aislado con mi novela y mi relación amorosa. Sin embargo decidí regresar para poner un cese en mi enamoramiento falso.
Cuando llegué pregunté a una de las chicas y su rostro se volvió dolido, cargado de odio.
-¿No ves las noticias?-preguntó haciéndole un gesto al camarero que se hallaba tras la barra. Este sacó un periódico y ella me lo extendió a mí.-Lee, en la página seis.-dijo con asco hacia mi persona.
-De acuerdo.-dije extrañado, sin embargo lo entendí todo.
“muere joven del pub “
Ya no eran remordimientos de conciencia, ya no era dolor por un mal pago a su amor, ya no era nada de eso…sino una intensa sensación de haberlo asesinado…de haberle destrozado sus esperanzas sin compasión alguna.
Al día siguiente fui al cementerio y busqué su tumba, estaba plagada con pequeños ramos de flores de sus compañeros, algunos algo secos. Yo dejé una rosa roja en aquella inmaculada lápida, junto a las otras.
-Lo siento, lo siento.-susurré amargamente, derrumbándome por completo. Me apoyé sobre la losa y dejé que el dolor inundara mi alma. En ese instante comprendí que Marcos era un parche para lo que sentía por él, que realmente le amaba y que no lo demostraba por miedo a circunstancias que podían acontecer.
Aquel día me convertí en el hombre de la rosa, siempre vestido de inmaculado blanco y con una de estas flores en mis manos… caminando en el cementerio para visitar a alguien que no supe tratar. Dejé mi novela aparcada, aunque la terminé pero no la edité. Cesé mi noviazgo con Marcos y no he vuelto a meter a nadie más en mi cama. De todo esto hace ya cuatro años y sus palabras no logran irse de mi cabeza…me torturan.
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