Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 2 de abril de 2008

Lluvia de mentiras

Brian Kenny





Corríamos bajo la lluvia en medio de la ciudad, nuestras ropas pesaban pero nuestras almas eran libres. Observaba el mundo y este me sonreía, eras tú a mi lado guiándome hasta el centro de aquella metrópolis. Me sentía vivo, nada era un lastre. Mis manos se enlazaban a las tuyas, nuestros rostros se fusionaban con una mirada cómplice y nuestros labios simplemente se regalaban la pasión del momento. Era ingenuo, tenía veinte años y aún pensaba que el amor era posible. Sin perjuicios, sin barreras y llenos de un espíritu de lucha inigualable.

Llegamos a un callejón, no lo pensamos más y dimos rienda suelta a la pasión. Mis manos agarraban tu rostro y las tuyas iban bajo mi camiseta empapada. Recuerdo aún nuestras ropas, pantalones vaqueros gastados y unas camisetas de algodón. Era verano, podía sentirse el bochorno en el ambiente y esa lluvia fue un regalo. Mi lengua se desataba en el interior cálido de tu boca, las comisuras de tus labios y las mías se fusionaban. Toqué la pared con mi espalda y paré de besarte para reír, alcé mi rostro hacia el cielo y la tormenta descargó gotas intensas de frescor. Acabábamos de salir de nuestra primera cita, la primera de toda mi vida, y tú no hacías más que sonreír descarado ante mis gestos.

-Eduart, estamos locos.-dije al notar como me mordías el cuello, aquella sensación fue demasiado placentera y un escalofrío me recorrió por completo erizando mis vellos.

-Albert, calla.-murmuraste con una risa endemoniada.-¿Lo hacemos aquí?-preguntaste como si nada.

-No, vamos a tu casa.-respondí abrazándote, sintiendo el perfume de tu camiseta.

-Nos jugamos el cuello si han vuelto mis padres, pero qué más da.-respondiste tirando de mí para ir dos calles más arriba, subiendo una cuesta empinada como si nada, donde se encontraba tu casa.

Era un edificio gris, ceniciento, como toda la ciudad, y sin nada inusual. Desde que subimos al ascensor sentí la magia de tus caricias en mi torso. Recuerdo que me quitaste la camiseta, la tiraste al suelo y me despreocupé de ella hasta la mañana siguiente. Tu boca me mordía los pezones y yo jadeaba tirando de tus cabellos. Cuando llegó el montacargas al número doce sabía que iba a ocurrir algo novedoso, algo que esperé durante los dos meses de verano.

Por el pasillo reíamos bajo y susurrábamos cosas que jamás he vuelto a decir, palabras como te amo. Éramos dos chiquillos con una travesura pendiente, o eso creía. Entramos a la habitación de tus padres, eso dijiste, y me tumbé esperándote para que me devoraras. Te quitaste las sandalias, luego hiciste lo mismo con las mías y besaste mis tobillos mientras. Después fueron los pantalones, yo me deshice de los míos y tú de los tuyos. Quedamos en boxer en medio de la habitación regalándonos miradas.

-Es mi primera vez.-susurré nervioso pero decidido.

-La mía también, podríamos probar los dos ambos lados a ver que se siente.-aquello me hizo sonrojarme.

-De acuerdo.-balbuceé

-Yo empiezo.-parecías radicalmente distinto al chico que conocí, ese que apenas podía hablarme por vergüenza y temores internos. Pusiste música en la radio de la habitación.

Cuando te quitaste la ropa interior y te mostrases por completo desnudo ante mí, me avergoncé de mi cuerpo. Me quité la mía y abrí mis piernas buscando tu abrazo. Iniciaste el cortejo con besos regados por toda mi figura, también eran descendentes y cuando me percaté estabas entre mis piernas. Lamías mi virilidad, la succionabas con deseo y tus manos acariciaban mis muslos. Aquella felación era impresionante, parecías un experto pero yo te creía. Paraste y buscaste en los cajones algo “especial” pensé en un condón, pero fue vaselina que cubrió su miembro y se adentró en mi entrada. Me dolió, sin embargo pronto vinieron gemidos a mis labios. Me desesperaba agarrándote mientras perdía mi virginidad. Tus movimientos eran rítmicos, suaves, pero muy intensos. Llegabas al punto exacto de placer, pero no te conformaste con eso y comenzaste a moverte con rapidez rompiéndome en dos. Dejé libre mi esencia, me vertí sobre tu pecho mientras con mis manos me esforzaba por agarrarte, sin embargo solo te arañaba. Tú hiciste lo mismo en mi interior, saliste de mí besándome en ese instante. Cuando te apartaste tomaste un par de toallitas limpiadoras para tu miembro, se había manchado con tu eyaculación y pretendías que yo te lo despertara.

Empecé a lamerlo sin saber si lo hacía bien, tan sólo por inercia, parecía que lo hacía bien y pronto me pasaste aquel bote. Hice lo que pude y entré con algún que otro problema. El calor de tu cuerpo me embriagó y mis movimientos quizás eran toscos. Te observaba tu rostro, lleno de excitación, y me sentí especialmente orgulloso de todo aquello. Tus piernas estaban a mis costados, tus manos acariciando mi vientre y te viniste justamente a la vez que yo lo hacía.

-Debes volver a casa, mis padres están a punto de venir de una cena.-comentaste y te creí, me vestí besándote con locura.

Al día siguiente no me llamaste, me extrañé y decidí ir a tu casa. Me inventé una excusa, un amigo o un chico de tu facultad. Cuando me abrió esa mujer con un bebé en brazos pensé que me había confundido de puerta, pero no.

-¿Está Eduart?-pregunté pensando que sería alguna amiga de la familia, su hermana incluso.

-No vive aquí ningún Eduart, mi marido se llama Guillermo.-el mundo cayó a mis pies, tan sólo sonreí y me disculpé.

Desde entonces no he sido el mismo, lo di todo y lo perdí por completo. Lloré durante horas como un niño, más de un año pasó antes de que tuviera un contacto similar. Sin embargo, mi cuerpo aún te recuerda y quiero pensar que tú también me guardas en tu alma. Han pasado veinte años, sin embargo sigo esperando tu llamada.

1 comentario:

Shoichi Patrix Paradas Phoenix dijo...

Que triste, la manera tan brusca en la que se truncan las ilusiones, los sueños, la felicidad u.u. Muy bueno el relato ^^.

Namarie.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt